La isla del tiempo

Viajar es, siempre, atracar en una isla espacio-temporal que te separa y aleja de la vida normal y corriente: cambias los paisajes, las vistas, las comidas, los horarios y la gente con la que te relacionas.

El fin del viaje supone, por desgracia, regresar a la normalidad vigente, empezando por conectar alarma del móvil que, hoy lunes, habrá sonado a la maldita hora de todos los días. Y, a partir de ahí… ¿qué les voy a contar que ustedes ya no sepan?

 

Escribo estas líneas rodeado de verde, con el calzado de montaña todavía lleno de la arena de las dunas de Doñana y la ropa oliendo a las mil y una fragancias del bosque mediterráneo de ese majestuoso e inabarcable Parque Nacional. Que no es fácil que un mismo espacio protegido albergue cuatro ecosistemas tan distintos: dunas fósiles y dunas vivas en la playa virgen, bosque y marismas. Y es que, como anticipaba aquí, este viaje fue al paraíso, con emociones fuertes, como la que conté aquí de esta tirolina de 720 metros y alguna decepción, como el churro en que han convertido la Peña de Arias Montano, que podéis leer aquí.

Ayer apuramos nuestro viaje hasta bien entrada la tarde, caminando por los alrededores del sorprendente -y fantasmal- Palacio del Acebrón, sin querer despedirnos de ese paraíso en la tierra al que sé, positivamente, que volveré, a no mucho tardar. Con más tiempo y con más conocimiento, gracias a la estupenda experiencia compartida con cuatro entusiastas compañeras de viaje y excelentemente organizada por la empresa Faro del Sur, radicada en Isla Cristina.

 

Toca volver a Granada. Deshacer el equipaje, ducharse, afeitarse y tratar de dormir, recordando las mil una experiencias de estos días mientras en el subconsciente se apelotonan tantas y tantas imágenes que ya están prendidas en la retina, por siempre jamás.

 

Toca, en los próximos días, repasar las fotos, seguir reflexionando, ordenando la mente y escribiendo, consolidar los conocimientos adquiridos estos días y profundizar en tantas informaciones apuntadas por Mónica y Alberto, nuestros excepcionales guías. Empezando, por supuesto, por ese animal, el lince, sobre el que es necesario volver, una y otra vez.

Y queda, ni que decir tiene, empezar a pensar en el próximo viaje. Más o menos próximo. Más o menos largo. Más o menos lejano. Desde que confesé tener una deuda pendiente con parte de Extremadura, he recibido un montón de propuestas, ideas y consejos.

 

Pero reconozco que, ahora mismo, y por mor del tan esquivo como atractivo lince, una Sierra alta, delgada y salada -como su madre- se me aparece en el horizonte más cercano. ¿Consejos?

 

Jesús Lens