Cotton Club: Más que un Club

Celebramos el Día Internacional del Jazz, desde ese Cine con Swing en que Cid & Lens estamos comprometidos, con una entrada imprescindible que esperamos os guste:

Algunos sitios nada más nombrarlos nos traen las más intrincadas elucubraciones. Sus nombres están asociados a personajes míticos, encuentros siniestros y sorprendentes, acontecimientos inolvidables, y, como es este el caso, a músicos inolvidables. Con el Cotton Club me pasa una cosa, cuando quiero encontrar una similitud con algo semejante por estas tierras pienso en los antiguos cafés cantantes madrileños o sevillanos dónde se reunía el mundo flamenco todo. Guardando las diferencias claro. Tampoco quiero decir con esto que los clubes de jazz sean las peñas flamencas de ahora, no sigan por ahí…

 Cotton Club

El Cotton Club estará para siempre asociado a la etapa del swing, al mundo de los gángsters, a las bing bands, y a la Ley Seca. Era el “Lugar Número Uno”. Allí dónde todo músico quería estar. Se cuenta que en cierta ocasión la big band de Fletcher Henderson fue rechazada y que en su lugar eligieron a la de Jimmie Lunceford. Curiosa historia porque la banda de Henderson fue la “primera big band”. El caso es que en Nueva York había otros locales, como el Connie’s, pero el Cotton Club era otra cosa. A ello contribuyeron seguramente el hecho de que su propietario fuera el gángster Owney Madden (Bob Hoskins en la película), que tuviera la sesión más golfa y sonada de la noche del domingo en Nueva York (las “Celebrities Nights”), y que se convirtiera en cita obligada para todo músico de jazz que pasara por la ciudad, ya fuera el Duque, el Conde, Bessie Smith, Cab Calloway, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Billie Holiday, Nat King Cole,… ¿se imaginan?

 Cotton Club Hoskins

Pero el Cotton Club fue ante todo hijo de su época, y como toda época tiene su final, el Cotton desaparecería, hijo de su tiempo, con ella; fue en 1940, veinte años después de que su primer propietario, el boxeador Jack Johnson, abriera sus puertas. ¡Ahí es na! La brillantina, el jolgorio, el “famoseo”, y ¡ay! el glamur, la canalla noche del jazz de NY, que lo seguiría siendo por cierto, pero con otro aire, dieron pasó a otro tipo de música y de ambiente. Ni mejor, ni peor. Otro. El be-bop traía nuevas ideas al jazz, y el Minton’s, su templo, nada tenía que ver con el “club del algodón”. El escritor Leonard Feather (The Jazz Years) lo deja claro, el Cotton Club “propiedad de la mafia representaba un Harlem para blancos”; el be bop, en contraste, era una música de músicos esencialmente negros que querían romper con el pasado; y sigue Feather, por si alguien no tiene clara la diferencia: “De una manera más significativa, supe que el Cotton Club admitía a negros sólo como músicos. Con la excepción de alguna celebridad ocasional, que era aceptada a regañadientes (nadie se atrevió a insultar a un Bojangles Robinson que portaba una pistola negándole una mesa), los negros no eran bienvenidos como clientes. Saber esto significaba que yo no estaba cómodo allí. Consecuentemente, y quizás alocadamente, incluso atendiendo a su interés social, nunca vi el interior del club”.

 Cotton Club BSO

Quién si conoció bien el Cotton Club, de primera mano, no fue otro que un buen amigo de Leonard Feather, el gran Duke Ellington, quién me imagino se llevaría más de un secreto a la tumba; antes, sin embargo, nos dejó algunos recuerdos de su paso por el mítico local:

“La noche del domingo era la gran noche del Cotton Club. Estuviesen actuando en uno u otro local, todas las grandes estrellas neoyorquinas que se encontraran en la ciudad se acercaban al Cotton Club a saludar al público. Harlem tenía una fama excelente por aquellos días, y su atmósfera resultaba pintoresca a más no poder. Se trataba de un lugar de visita obligada, como Chinatown lo era en San Francisco.

El Cotton Club se hizo famoso a escala nacional por nuestras retransmisiones radiofónicas de costa a costa, que tenían lugar casi todas las noches. A los artistas se les pagaban elevados salarios, y los precios para los clientes, también eran elevados. La sala contaba con doce bailarines y ocho coristas, guapísimas todas. ¡Qué bien iban vestidas! Uno ya no ve esa clase de chicas en los escenarios.

 Cotton Ellington

Durante los años de la Prohibición, siempre era posible comprarle buen whisky a “alguien” en el Cotton Club. Por entonces vendía lo que llamaban Chicken Cock. Venía en una botella que estaba dentro de una lata, y la lata estaba sellada (…). Las incidencias de la era de los gangsters no eran conveniente materia de conversación. La gente a veces me preguntaba si conocía personalmente a fulano o mengano.

 

– No, qué va – decía yo –, no lo he visto en la vida.

 

Pero sí que les conocía a todos, y cuando empecé a tocar en el Cotton Club, las cosas ya se habían salido de madre”.

BSO (Geffen Records, 1984):

The Mooche (Duke Ellington/Irving Mills), Cotton Club Stomp 2 (Duke Ellington), Drop me Off in Harlem (Duke Ellington), Creole Love Call (Duke Ellington), Ring Dem Bells (Duke Ellington/Irving Mills), East. St. Louis Toodle (Duke Ellington), Truckin’ (Rube Bloom), Ill Wind (Harold Arlen), Cotton Club Stomp 1 (Duke Ellington), Mood Indigo (Duke Ellington/Irving Mills), Minnie the Moocher (Cab Calloway/Irving Mills), Cooper Colored Gal (J. Fred Coots), Dixie Kidnaps Vera (Al Woodbury), The Depression Hits/Best Beats Sadman (Al Woodbury/John Barry), Daybreak Express Medley (Duke Ellington)

Productor musical: John Barry.

La música y los músicos de Los Fabulosos Baker Boys

Y tras las dos primeras entradas de cine sobre «Los Fabulosos Baker Boys», que puedes leer aquí y aquí, toca hablar de la banda sonora:

Detrás de la banda sonora de “Los fabulosos Baker Boys” hay un tipo con una carrera musical llena de éxitos, coronada con un Oscar por la música de “The Milagro Beanfield War” (Un lugar llamado Milagro) en 1989. Es el mismo autor de la música de películas tan célebres como “Los tres días del cóndor”, “Tootsie” o “El graduado”. Sí, mucho Sydney Pollack. Buen amigo.

 Fabulosos Baker Boys poster inglés

Lo que quizás no se sepa tanto es que este mismo señor posee también una fructífera discografía jazzística dónde hay colaboraciones con Benny Goodman, Thad Jones, Sarah Vaughan, Carmen McRae, Quincy Jones, Gerry Mulligan o Art Farmer; en fin… ¿Quién mejor entonces para firmar la banda sonora de Los fabulosos?

Dave Grusin es posible que pase más a la historia musical por sus composiciones para películas que por sus discos de jazz. ¡Y por hacer cantar a Michelle Pfeiffer como una diva del jazz! No obstante, estamos ante un estupendo pianista de jazz que nos recuerda a Bill Evans o a Red Garland. A músicos como Grusin muchos críticos y aficionados al jazz no le perdonan sus coqueteos con el jazz-fusión, el smooth jazz, el jazz pop o el crossover jazz, adjetivos todos que llevan aparejados el sambenito de mala música y de jazz de baja categoría. Música advenediza vamos. No me encuentro yo precisamente entre los seguidores de este tipo de música pero, al igual que pasó con cierto jazz de los 70, no conviene eliminar de un plumazo toda una época histórica del jazz amparados en una simple etiqueta musical. Una revisión detenida de este tipo de discografía nos podría dar más de una sorpresa… positiva. Además, tampoco es oro todo el jazz revisionista de los 80 que promovían los “jóvenes leones”.

 Fabulosos Baker Boys beso

En el haber de Grusin está también ser fundador en 1978, junto al batería Larry Rosen, del sello GRP, dónde grabaron Dizzy Gillespie o Chick Corea allá por los años 80.

Para la banda sonora de “Los fabulosos Baker Boys” Dave Grusin llamó a un buen puñado de amigos para tocar los temas originales que había compuesto para la película. De los seis temas que firma el pianista yo destacaría “Shop Till You Bop”, buen tema bop con un estupendo tour de force de Ernie Watts al saxo tenor y Sal Marquez a la trompeta que acompaña de manera alegre un pasaje de la cinta en la que Jack (Jeff Bridges) obliga a Suzie (Michelle Pfeiffer) a volver al escenario; “The Moment of Truth” (basada en la melodía de “Candy Man”) suena mientras Jack acude al tejado a calmar a Nina (Ellie Raab), para este tema Grusin se hace acompañar de su buen amigo el guitarrista Lee Ritenour; y ese tema que aparece al principio de la película y que nos avanza musicalmente de alguna manera el carácter de Jack, “Jack’s Theme”, con un inconfundible sonido de trompeta a lo Miles. En estos tres casos creo que se da esa necesaria ecuación que cumple todo bueno compositor de bandas sonoras: acompañar de la mejor manera el desarrollo de una acción sin que apenas se note la presencia de la música.

 Fabulosos Baker Boys

Todo hay que decirlo, la banda sonora está muy por encima de la película. A ello contribuye la incorporación a la b.s.o. de varios músicos emblemáticos de la historia del jazz. La interpretación del standart “Lullaby of Birdland” a cargo del trío liderado por el legendario baterista Earl Palmer es estupenda, ¿un guiño a un músico que salió de la muy jazzística Nueva Orleans para probar las mieles del éxito en Hollywood primero y como acompañante de grupos de blues y rock más tarde? Benny Goodman fue uno de los primeros empleadores de Grusin, en los años 60. “Moonglow”, el tema que interpreta el cuarteto de Benny Goodman en la cinta, lo compuso nada menos que Irving Mills (el mismo que firma “Mood Indigo” o “Sophisticated Lady”) en los años 30 y se convirtió en popular gracias a las interpretaciones de la orquesta de Joe Venuti o el propio Goodman. Art Tatum también registró una interpretación del tema que personalmente considero superior. La orquesta de Duke Ellington no necesita ser presentada. Bajo la batuta de su hijo y continuador Merce Ellington aparece otro de esos temas emblemáticos del jazz: “Do Nothin’ Till You Hear from Me”.

Mención aparte tiene Michelle Pfeiffer. Resultaba inevitable llegar a este punto.

 Fabulosos Baker Boys duo

Se habla mucho del “Makin’ Whoopee” de la Pfeiffer, más por el modo que por la interpretación en sí; sin embargo, es en “My Funny Valentine”, que pone el broche final a la película, dónde creo que explota mejor la actriz sus dotes como cantante. No se crean que resultó fácil habida cuenta el precedente de la actriz como cantante en “Grease II” (¿acaso creían que no hubo una segunda parte?). Pero Grusin sabía lo que se hacía con la actriz. No hay que olvidar que había trabajado con dos divas de la talla de Sarah Vaughan y Carmen McRae. En cualquier caso, el propio director confesaba la profesionalidad de la actriz: “Fue un claro ejemplo de lo que un buen actor puede realmente hacer”; y la Pfeiffer lo confirmó: “Escuché mucha música de jazz, Billy Holiday, Hellen Merrill… aunque no trataba de copiar a nadie”. Para la anécdota queda el comentario de Sally Stevens, que la ayudó como coach a perfeccionar su voz: “Le sugerí que escuchara a Ella Fitzgerald, (…). Al principio Michelle Pfeiffer estaba más cerca cuando cantaba de Bob Dylan que de Ella”. ¿Se imaginan?

BSO (GRP, 1989):

Jack’s Theme, Welcome to the Road, Makin’ Whoopee, Suzie and Jack, Shop Till You Bop, Soft on Me, Do Nothin’ Till You Hear from Me, The Moment of Truth, Moonglow, Lullaby of Birdland, My Funny Valentine.

Músicos:

Dave Grusin (teclados), Ernie Watts (saxo tenor), Lee Ritenour (guitarra), Sal Marquez (trompeta), Brian Bromberg (bajo), Harvey Mason (batería), The Duke Ellington Orchestra (dir. Mercer Ellington), Earl Palmer Trio, Benny Goodman Quartet, Michelle Pfeiffer (voz).

Cid & Lens

 

Los Fabulosos Baker Boys. Parte 2

Continuamos con la segunda parte de dedicada en Cine con Swing a «Los Fabuloso Baker Boys». La primera parte está aquí. Y la entrada sobre la Banda Sonora, aquí.

“Michelle fue la guinda del pastel”, sostiene Kloves. “Su interpretación de Susie Diamond está perfectamente ajustada y resultó ser una cantante maravillosa. Michelle es una actriz con registros ilimitados”. Y es que, aunque hubiera hecho sus pinitos vocales anteriormente, en la secuela de “Grease”, la Pfeiffer no era cantante y, de hecho, empezó a tomar lecciones solo dos meses antes de la película.

 Fabulosos Baker Boys blues

Para preparar su papel, al que optaron antes que ella actrices como Debra Winger, Brooke Shields, Jodie Foster, Jennifer Jason Leight o la mismísima Madonna; Michelle estuvo trabajando en sesiones de hasta diez horas diarias en el estudio y, después, se llevaba las cintas a casa, para seguir practicando. Porque no es lo mismo cantar con el acompañamiento y el apoyo de toda una banda detrás que hacerlo únicamente acompañada por el sonido del piano. Generalmente de dos. Pero, a veces, de uno solo.

Como en la toma más famosa de la película, en la que Susie y Jack han de actuar solos en uno de los conciertos de Navidad para los que les han contratado en un fastuoso hotel de fuera de Seattle, dado que Frank ha tenido que volver precipitadamente a casa por un accidente familiar.

Susie comienza su actuación subida en lo alto del piano, tumbada sobre él. Tras ponerse de pie, poco a poco va descendiendo, con delicadeza y seductoramente, ante la atónita mirada de un Jack que, por fin, parece estar disfrutando al tocar su música. Ella canta “Makin’ Whoopee” y con su actuación enamora al público, al pianista y, por supuesto, al espectador de la película.

 Fabulosos Baker Boys balcón

Para diseñar la coreografía de esta toma, que requirió de seis horas de filmación, la actriz no necesitó más que una sola lección, pero durante los ensayos llevó coderas y espinilleras, por lo que pudiera pasar a la hora de bajar, con esos taconazos, por el borde del piano.

Ese es el punto de inflexión de una película que, hasta entonces, había venido marcada por la relación entre los hermanos. Relación, como dijimos, fría y poco cordial. Tensa. Una relación de conveniencia. Lo pudimos apreciar cuando Frank entra en un garito de jazz tras otra noche de mierda y una discusión con su hermano.

Jack llega al Henry’s uno esos clubes con alma en los que se entra bajando unas escaleras y en los que un grupo se deja la piel, vibrando sobre el escenario. Al piano, un chaval. Uno tan joven y talentoso como alguna vez fue el propio Jack. De hecho, el espectador tiene la certeza de que Frank no solo fue cliente habitual del garito, sino que también tocó ese mismo piano, sobre ese mismo escenario, tiempo atrás. Mucho tiempo atrás.

El dueño del local saluda afectuosamente a Jack, aunque le afee lo poco que se prodiga:

– ¿Cómo le va a Jack Baker? ¿Todavía estás en el Sheraton?

– Me evita problemas.

– Entonces, ¿qué haces aquí?

– Buscar problemas.

Una tarde, cuando Jack y Susie ya se han enrollado, para desesperación de Frank, que empieza a ver cómo se le viene abajo su proyecto; ella irá a buscarlo a su casa. No es que hayan comenzado una relación seria, pero a ella se la ve ilusionada. Jack, sin embargo… La joven vecina, con un punto de celos, le indica que ha salido, pero que puede encontrarlo en Henry’s. Un Club que, no por casualidad, está cerca del apartamento de Jack. De hecho, podemos estar seguros de que el pequeño de los hermanos Baker no ha buscado un alojamiento más lujoso para no perder la cercanía con lo único que sigue siendo puro, desde su punto de vista vital. Lo único que le mantiene unido a lo que una vez fue… y le gustaría volver a ser: un músico de verdad. Un artista, y no un artesano.

 Fabulosos Baker Boys nochevieja

Y allí encontramos a Jack, con una sonrisa de oreja a oreja, tocando abrasadoramente, volcado sobre el piano, concentrado en su música, casi, casi levitando. Tanto que ni siquiera se percata de la presencia de una Susie con la que un poco más adelante terminará discutiendo.

Ella abandona a Los Fabulosos Baker Boys y, por fin, estalla la tormenta entre los hermanos. Esa tormenta que se venía gestando desde el principio de la película. Porque los dos, además de tener concepciones muy diferentes de la vida, tampoco entienden el arte de la misma manera. Son tan distintos… como los dos hermanos que les dan vida en pantalla.

Jack, Jeff Bridges, es guapo y seductor y, debajo de esa apariencia cínica de tipo duro, malaje y bebedor; late un cálido corazón, como se pone de manifiesto a través de la relación con su vecina… y con su perro. Frank, Beau Bridges, es mayor, feote y tirando a ridículo. Pero también es, además de consciente, serio y profesional, un buen hermano. El que guarda los trofeos y los premios que ambos han ido ganando a lo largo de su vida, sobre todo, cuando eran niños-prodigio. El que, posiblemente, ha evitado que su hermano se fuera por el mismo despeñadero que tantos otros músicos de jazz antes que él. Y después.

 Fabulosos Baker Boys Michelle

Un hermano consecuente que comprende y admite que Jack necesita un cambio en su vida, respetando el nuevo camino que ha elegido tomar: dos noches a la semana tocando el piano en ese garito en que se siente, de verdad, como en su casa. Y, a partir de ahí, lo que venga.

Ver a los dos hermanos tocando juntos de nuevo, por placer, resulta emocionante. A fin de cuentas, tampoco son tan diferentes. Si hasta sus nombres son casi idénticos. Jack y Frank. Frank y Jack. Las dos caras de una misma moneda. Por cierto, que los hermanos Bridges tuvieron buenos maestros a la hora de aprender a tocar el piano, de cara a la filmación de la película: el compositor y pianista Dave Grusin se encargó de Jeff y John F. Hammond hizo lo propio con Beau.

Según señala el director de “Los Fabulosos Baker Boys”, Jeff Bridges siempre fue su primera opción para interpretar a Jack. Tal y como lo define Kloves, “es uno de esos actores que nunca parece que están actuando. Todo resulta muy sencillo y fluido con él, tan natural que no parece que trabaje su papel”.

 Fabulosos Baker Boys Jack

La llegada de Beau al proyecto fue distinta: cuando se planteó la posibilidad de que participara en la película, el propio Kloves era renuente, pensando que podría parecer una jugada demasiado forzada. Sin embargo, cuando el guion estuvo definitivamente ultimado, el director reconoce que “habría matado por tenerlo a bordo. Beau posee una maravillosa habilidad para lograr momentos memorables en sus películas, con un sencillo gesto”.

¿Y Susie? ¿Qué pasa con esa Susie que carga a sus espaldas con una azarosa vida de hotel, siempre entre congresos y convenciones, consiguiendo improbables contratos para hacer anuncios de comida para gatos y sacándose un extra de vez en cuando, al quedarse a dormir con algún viajante que le pareciera más o menos atractivo?

Nos gusta Susie. Claro. ¿Cómo no va a gustarnos una chica que sostiene que ella no fuma cigarrillos americanos, que solo fuma los muy exclusivos “Paris Okans” porque “si te metes algo en la boca, que sea lo mejor”? Es una forma de marcar su territorio. Después, cuando coja de la mano de Frank uno de los sempiternos Chester que no deja de fumar, y le de una calada, mirándole a los ojos; le estará mandando una señal clara e inequívoca: Ahora sí.

 Fabulosos Baker Boys trío

A Madonna, una de las actrices que pudieron interpretar a Susie, el final de la historia le parecía muy blandito. Y soso. Sin embargo, no se me ocurre un final mejor y más apropiado para la cinta. Un final abierto y levemente optimista, que casa perfectamente con el resto del guion, de la historia y de la trayectoria de unos personajes de los que, igual que no sabemos exactamente de dónde vienen, tampoco sabremos hacia dónde irán, al final de la cinta, cuando aparezcan los títulos de crédito.

Resulta significativo que, a excepción de una de las chicas con las que Jack duerme al principio de la cinta y que sirve para mostrarnos su forma de vida, nunca veamos al resto de personas que orbitan en torno al trío protagonista. Ni sabremos nada de la familia de Jack ni veremos asomar a ese tipo que contrata a Susie y que termina de romper su relación con los Baker Boys. Excepto a la vecina de Jack, necesaria para dulcificar su carácter huraño y arisco; todos los demás personajes que aparecen en escena son poco más que extras, imprescindibles para que avance la acción.

 Fabulosos Baker Boys desayuno

Pero ninguno tiene la entidad suficiente como para ser considerado, siquiera, un secundario. Y es que “Los Fabulosos Baker Boys” es una pequeña joya, uno de esos Bocados de Realidad que hablan, con sinceridad, sobre lo que supone ser músico, tratar de ganarse la vida con ello con una cierta dignidad… y no morir en el intento.

Cid & Lens

Aquí va la tercera entrada sobre la música en «Los Fabuloso Baker Boys»

 

Los Fabulosos Baker Boys

Vamos con una nueva entrega de Cine con Swing. Hasta ahora llevamos «Round Midnight» y “Paris Blues”. Y a la nómina se incorpora esta nueva película…

La reunión de los Valdés, padre e hijo, en torno a sendos pianos, propiciada por Fernando Trueba, además de provocar un tsunami musical cuyas ondas aún nos siguen emocionando; permitió que saliera a la luz la dura y complicada biografía de Bebo, padre de Chucho.

Bebo, excelso pianista cubano que, entre los años 1947 y 1958 había sido músico residente y arreglista oficial del mítico Tropicana, se exilió de Cuba en 1960, por discrepancias con el gobierno de la isla, dejando atrás a su esposa y a sus cinco hijos para, a partir de 1963, radicarse en Estocolmo, donde formó una nueva familia y donde se pasó treinta años ganándose la vida como pianista de hotel.

Para quiénes amamos el jazz como género musical, pero también disfrutamos de su estética, su ambiente y su romántica iconografía, pocas cosas existen más anti-cool que un pianista de hotel.

 Fabulosos Baker Boys póster

Así, resulta imposible ver “Los Fabulosos Baker Boys” y no recordar la historia de los Valdés, más allá de darse la casual circunstancia de que, en la película, los hermanos protagonistas son interpretados por dos sensacionales actores: Beau y Jeff Bridges. Los hermanos Baker se ganan la vida, precisamente, tocando en los fríos y acartonados salones de varios grandes e impersonales hoteles de Seattle y en clubes horteras en los que han de vestir con camisas hawaianas para estar a tono con los cócteles preparados en una batidora eléctrica por una camarera a la que le trae al pairo que los músicos estén interpretando su repertorio. Porque la música no es importante. O, mejor dicho, es importante solo si sirve para que los clientes consuman una determinada cantidad de copas que permita rentabilizar la contratación de los músicos.

Y el problema es que Los fabulosos Baker Boys, tal y como se anuncian a sí mismos en los grandes cartelones que Frank (Beau Bridges) siempre anda acarreando de un lugar a otro, ya no despiertan excesivas pasiones, hasta el punto de ser despedidos de una de las salas en las que llevaban tocando mucho, mucho tiempo. ¿Quizá demasiado?

 Fabulosos Baker Boys trío

Pero Frank, que es quién lleva toda la parte comercial del dúo, el que busca los contratos y negocia los precios, tiene una brillante idea: contratar a una vocalista que de vida a la mortecina carrera de los hermanos Baker. Y ahí es donde entra en escena Susie Diamond, interpretada por la mejor y, posiblemente, la más hermosa Michelle Pfeiffer de toda su carrera, no en vano, por este papel ganó el Globo de Oro a la Mejor Actriz, además de otras muchas nominaciones, al Oscar entre ellas.

Escrita y dirigida en 1989 por Steve Kloves, “Los Fabulosos Baker Boys” es una excelente película que enamora por varias razones, pero sobre todo, por su sencillez y su falta de pretensiones. La película son los personajes. Y sus relaciones. Relaciones que oscilan entre lo cómico y lo tenso, con algunas gotas de dramatismo, pero solo el justo y necesario para darle un sentido a la resolución de la relación entre los dos hermanos. Sin embargo, de tragedia, nada. De nada. Afortunadamente.

Resulta llamativo que Kloves, con solo una película a sus espaldas, fuera capaz de poner en marcha “Los Fabulosos Baker Boys”, de la que es autor total, en su doble condición de guionista y director. Cuatro años después, en 1989, también conseguiría escribir y dirigir “Flesh and Bone”, una película de corte negro y criminal, pero ahí termina su carrera como cineasta hasta que, en el año 2001 se pone tras la cámara para filmar “Harry Potter y la piedra filosofal” y, a partir de ahí, la mayoría de las entregas de la serie del niño mago.

 Fabulosos Baker Boys rodaje

Nacido en Austin (Texas), en 1960, Kloves creció y se formó en California, llegando a ingresar en la UCLA de Los Ángeles, aunque no tardó en dejar sus estudios para trabajar en la industria del cine, como escritor. Tras haber ultimado el guion de “Los Fabulosos Baker Boys”, el libreto se pasó varios años de mesa en mesa, entre diferentes productoras de Hollywood. Hasta que al propio Kloves le dieron la oportunidad de dirigirla. La película tuvo éxito y repercusión, pero “Flesh and Bone” fue un fiasco total, lo que le condujo al ostracismo profesional durante varios años y le hizo renunciar a cualquier veleidad de autoría creativa.

¿Se convirtió Kloves en un trasunto de ese gris Frank Baker que toca en hoteles de Seattle para asegurarse un dinero a fin de mes, con el que mantener a su familia? ¿Renunció, como hace Jack Baker, a desarrollar una carrera creativa realmente excitante y arriesgada?

 Fabulosos Baker Boys poster

Porque ahí es donde radica el quid de la película: en las diferentes concepciones que los dos hermanos tienen tanto de la música como de la vida. Frank, casado y con hijos, tiene claro que de lo que se trata es de ganar dinero. Y si para eso hay que repetir 300 noches al año un mismo repertorio, que incluye temas tan obvios como “Feelings”, pues se repite. Y si hay que contar una y otra vez el mismo chiste, se cuenta. Lo importante es la pasta.

Jack, el hermano pequeño y el más talentoso de los dos, interpretado por el hermano guapo y seductor de los Bridges, Jeff; se deja arrastrar por una rutina que, desde el principio, vemos que no le satisface nada en absoluto. Detesta cómo su hermano ha de sonreír a los empresarios que les dan trabajo, aunque algunos se comporten como unos capullos y se encuentra hastiado de los chistes a los que tiene que responder cada noche. Pero, sobre todo, odia el tópico, manido, clásico y convencional repertorio que han de desgranar en cada concierto. Un repertorio a prueba de bombas. Siempre el mismo. Idéntico. E interpretado en el mismo orden. Y concierto.

Por eso, Jack siempre llega a los conciertos en el último momento, para desesperación de Frank. Como si no le importaran un ápice. Aprovecha para burlarse del pelo teñido de su hermano, toca como un autómata, cobra su parte y no tarda en desaparecer, a ser posible, con alguna chica con la que comparta las ganas… de no complicarse la vida.

 Fabulosos Baker Boys Pfeiffer

Jack vive solo en un apartamento, con la única compañía de su perro y las ocasionales visitas de una niña, una vecina a la que tiene medio apadrinada, dada la disoluta vida de su madre, que entra y sale libremente por la ventana que da a la escalera de incendios del edificio.

La llegada de Susie, sin embargo y por supuesto, lo cambiará todo.

Continúa leyendo, aquí, la segunda parte y, aquí, la entrada dedicada a la Banda Sonora. 

Paris Blues

La seguda película que compone «Cine con Swing» es, efectivamente, «París Blues» o, como se tradujo en España, «Un día volveré». Más información sobre el proyecto, lee aquí. Y sobre la primera película, «Round Midnight», aquí

Irse o quedarse.

Ésa es la cuestión.

Rendirse, claudicar o seguir intentándolo. Hacer caso al conformismo más condescendiente o creer en ti mismo y en tus posibilidades.

¿Quién no se ha enfrentado a disyuntivas como estas, muchas, quizá demasiadas veces en su vida? Sea por amor, por trabajo, por arte, deporte, gusto o afición… ¿cuántas veces has estado en la tesitura de arrojar la toalla para que el árbitro decrete el final del combate?

Porque la vida es una lucha, permanente, contra el acomodamiento, la toma de atajos y de caminos fáciles, la rendición y la bajada de brazos.

Y, si no, que les pregunten a Ram Bowen y a Eddie Cook, los protagonistas de la película “París Blues”, estrenada en España como “Un día volveré” y dirigida por Martin Ritt en 1961.

 Paris Blues afiche

Bowen y Cook, interpretados respectivamente por Paul Newman y Sidney Poitier, son dos músicos norteamericanos, más expatriados que exiliados en París. Bowen es trombonista. Cook toca la trompeta. Al comienzo de la película los encontramos en su salsa, tocando en un club de Montmartre a todo trapo, desatados sobre el escenario. Estamos en uno de esos garitos pequeños, a los que hay que descender a través de unas estrechas escaleras.

¿Por qué hay que bajar, tantas veces, para escuchar jazz? ¿Quizá porque el jazz sigue siendo considerado como una música demoníaca y está más cerca del infierno que del cielo? El caso es que los parroquianos parecen pasarlo de fábula, bailando, siguiendo el ritmo, bebiendo y vibrando con la música.

 Paris Blues concierto

Hasta que termina la noche. Y llega el amanecer. Vemos a la dueña del Club, transitando las calles desiertas de una ciudad que, desperezándose, solo puede ser París. La larga y apetitosa baguette que porta en su cesta así lo sugiere. Casi podemos percibir su olor, recién salida del horno, caliente, churruscante. Y, al volver a entrar en el Club, donde también tiene su casa, se encuentra a los dos músicos, derrotados, pero que siguen tocando. Practicando.

Bowen continúa soplando el trombón. Cook, al piano, trabaja sobre un pentagrama: se trata de una composición del propio Bowen que están terminando de pulir. Y que deriva en un pequeño desencuentro entre los músicos, lo que sirve para definir a los personajes. A Cook le gusta. Está bien. Bowen no se conforma. Él solo aspira a la perfección.

 Paris Blues musicos

Por eso, su relación con la dueña del Club es tan confusa, tan poco comprometida, fría y desapasionada. Las imágenes dejan traslucir que hay algo entre ellos, pero nada parecido al amor. Una relación de conveniencia, más bien. Para el desahogo mutuo. Aunque a ella se la ve más pillada…

En apenas quince minutos, el esqueleto de la película está armado: el espacio, el tiempo, el ambiente y los personajes; sus anhelos y ambiciones, sus grandezas y sus miserias.

Un arranque espectacular para meter al espectador en la historia, sin permitirle distracciones. Un guion que requirió de tres escritores (Walter Bernstein, Irene Kamp y Jack Sher) para adaptar la novela de Harold Flender en que está basada la película. Y un rodaje desarrollado, íntegramente, en la capital francesa, algo imprescindible para darle el toque necesario que la historia requiere.

Y es que el director de la cinta, Martin Ritt, fue uno de los represaliados por la infamante Caza de Brujas desatada en Estados Unidos y se tuvo que exiliar a Europa durante algún tiempo, además de dejar de trabajar en cine y televisión. De ahí la fuerza del personaje interpretado por Poitier, un afroamericano que, en París, no siente el acoso que sufría en su país, sintiéndose más cómodo, relajado, admirado, querido e integrado.

 Paris Blues

La más o menos plácida vida bohemia que los protagonistas llevan en París se verá sacudida cuando Ram vaya a la estación de tren a recibir a Wild Man Moore, un popular y reconocido músico de jazz norteamericano que desembarca en París con toda su orquesta, dispuesto a prenderle fuego a la ciudad. Interpretado por el mismísimo trompetista Louis Armstrong, una de esas felices presencias que iluminan la película cada vez que aparece en escena; el personaje de Wild Man estará presente a lo largo de todo el metraje ya que, además de aparecer un par de veces en pantalla, su imagen persigue continuamente a Ram Bowen a través de los pósters, las noticias y los carteles que anuncian sus actuaciones. Un recordatorio permanente de lo grande que se puede llegar a ser.

Decíamos que la vida de los músicos se verá alterada porque, en el mismo tren en que viaja Wild Man, llegan dos turistas norteamericanas con ganas de conocer la ciudad y pasarlo bien en París. Ellas son Connie, interpretada por la actriz negra Diahann Carroll y a la que Ram comienza a tirar los tejos en el propio tren; y la caucásica y rubia Lillian, interpretada por Joanne Woodward.

 Paris Blues chicas

A partir de ahí, la película toma una deriva que oscila entre lo cómico y lo trágico y que mezcla la guerra de los sexos con esa otra guerra, más sorda, entre la pulsión de la libertad creativa y las ataduras de las relaciones formales es institucionalizadas.

Es llamativo, en este sentido, lo agrio y descarnado de la interpretación de Newman, construyendo un personaje lleno de matices, pero al que, la mayor parte de las veces, dan ganas de insultar y zaherir o, cuando menos, dar de lado. Es un personaje que se parece mucho al Eddie Felson de “El buscavidas”, la película de Robert Rossen, otro de los directores represaliados por el Hollywood de la Caza de Brujas, no por casualidad filmada el mismo año 1961.

Se trata de individuos dotados de un talento especial, pero cuya personalidad es complicada, inconformistas, que no hacen lo que la sociedad y los convencionalismos esperan de ellos. Personajes que, por tener un don; sufren, padecen y lo pasan mal. Lo que repercute en su carácter. Y en sus relaciones con las mujeres, en absoluto fáciles o pacíficas. De hecho, es uno de los temas principales de “Paris Blues”: la relación de amor/odio y atracción/repulsión entre los personajes de Newman y Woodward.

Y no porque no se gusten, no estén a gusto juntos o no se rían y se lo pasen bien; sino porque esa escapada a París es solo un paréntesis en la vida de ella mientras que, para Ram, es una apuesta definitiva y volver a Estados Unidos conllevaría ceder a esa rendición de la que hablábamos al principio de este capítulo. Pensar en una cómoda vida hogareña, por mucho que ella le prometa darle espacio, tiempo y todas las comodidades para que componga y toque su música…

Y lo curioso es que Ram comienza flirteando con Connie, al conocerla en el tren. Pero ésta se interesa más por Cook. Quiere saber porqué se ha exiliado de su país. Y ésa es el otro tema importante de la película, la otra gran disquisición: la huida en evitación de los conflictos o la necesidad del compromiso y la lucha para vencer los prejuicios y la injusticia.

 Paris Blus racial

En principio, la decisión del personaje interpretado por Poitier de marcharse de unos Estados Unidos racistas y segregacionistas para radicarse en París y dedicarse a lo que más le gusta y mejor se le da, que es tocar la trompeta, parece tan sensata como lógica y pertinente. De hecho, la tradición de los artistas norteamericanos que se exilian y su pulsión por instalarse en la Ciudad de la Luz, con independencia de su color, credo, raza o religión; es un clásico sobre el que volveremos más adelante.

Sin embargo, el personaje de Connie, una luchadora pro derechos civiles en Estados Unidos, combativa y concienciada, viene a espolear a Cook y a enfrentarle a uno de los dilemas que asaltan a los hombres, desde el principio de los tiempos: aunque huyas de ellos, los problemas no desaparecen. Siguen estando ahí. Aunque haya un océano de por medio.

Hasta el final, la película nos va mostrando las relaciones entre las dos parejas, juntas y por separado. Y el director aprovecha para hacer un recorrido por muchos de los lugares emblemáticos de París. Un París que, aun en invierno y en blanco y negro, luce en todo su esplendor, desde el Campo de Marte a los Bateaux-Mouches por el Sena.

 Paris Blues club

Y la música, claro. Los conciertos. Las fiestas en los áticos y las terrazas de las casas del Montmartre. La vida bohemia, con el reverso tenebroso y amenazador de la adicción a heroína de la que es presa uno de los músicos residentes en el Club. Y la aparición, por sorpresa, de Wild Man Moore, con toda su banda, convirtiendo un garito europeo en un fantástico local del Nueva Orleans en el que rugen los vientos de los trombones, las trompetas y los saxofones.

 Paris Blues banda

La música interpretada… y la compuesta. Porque Ram no se resiste a ser un mero instrumentista. Y consigue una entrevista con uno de los popes musicales de París, al que le presenta el fruto de su apasionado trabajo, lo que precipita un final que, dependiendo del espectador, de su forma de pensar y sentir; se podrá considerar como lógico o absurdo; defendible o indefendible; posible o imposible… ¡Es la grandeza del cine!

Cid & Lens

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