La calle es nuestra

Tengo dudas de cómo pasar este cuasipuente perimetral. Ayer, al terminar mis clases, hacía una mañana tan buena que decidí no limitarme a ir del curro a casa, como recomiendan esas autoridades más o menos sanitarias que, después, van a su aire y hacen lo que les viene en gana. Si había estado dos horas fuera de mi cueva, produciendo, era justo darme un paseo por las calles y disfrutar de las buenas temperaturas. Un lujazo.

Me acordé de las palabras de una de las participantes en el foro de ciudades creativas de la UNESCO del miércoles, que hablaba del redescubrimiento de la ciudad con motivo de la pandemia. De cómo los vecinos de los barrios hemos sido más conscientes de nuestro entorno. Primero, cuando estábamos confinados y lo echábamos de menos. Después, cuando solo podíamos alejarnos un kilómetro de nuestro domicilio.

Estos próximos días festivos, el cierre perimetral y el confinamiento en nuestros núcleos urbanos nos obligan a no salir de nuestros pueblos y ciudades. Por supuesto, habrá un número X de listillos que ya estén planeando la mejor ruta para burlar a Policía y Guardia Civil y escaparse a la playa o a la montaña. La mayoría, sin embargo, seremos buenos ciudadanos –esclavos sumisos, que dirán los libertarios de salón– y nos quedaremos en casa.

Como les decía, tengo dudas de cómo pasar estas jornadas. La prudencia, las culebreantes y mareantes cifras de contagios y el terrorífico número de fallecimientos que nos asolan son argumentos irrefutables para salir lo menos posible y encerrarnos a ver películas, escuchar discos, cocinar, leer y dormir. Pero la tentación de la Alhambra abierta solo para granadinos es muy golosa. Como la posibilidad de deambular por sus bosques o por un Albaicín y un Realejo sin atascos.

¿Será factible conseguir mesa en una terraza soleada y, además, con distanciamiento social? Previendo un probable confinamiento de aquí a nada, ¿nos adelantamos a los acontecimientos y nos autoconfinamos ya o disfrutamos, con la máxima prudencia, de estos días en libertad?

Jesús Lens

Kenopsia: una sensación de vacío

Mucho tendrá que cambiar el panorama para que Kenopsia no termine siendo la palabra del año 2020 cuando, allá por diciembre, los expertos de la RAE y Fundeu analicen el lenguaje en relación a su entorno.

No. Yo tampoco había escuchado jamás esa palabra.

Kenopsia.

Se define como la inquietante atmósfera de un lugar vacío que normalmente está lleno de gente, pero que permanece abandonado y tranquilo.

Leía en IDEAL que la policía había multado a una mujer 60 años que, cigarrillo en ristre, dijo estar “paseando un rato por Granada porque vacía es muy bonita y tranquila”.

La Granada vacía será todo lo bonita y tranquila que ustedes quieran, pero también resulta fantasmagórica, triste y melancólica. Salir a sus calles desiertas me genera desasosiego, malestar e inquietud, efectivamente, hasta el punto de que los pequeños comercios abiertos me parecen un oasis, un vergel en mitad de la jungla de asfalto.

Asomarse a la Ruta del Colesterol y que esté vacía de paseantes, ciclistas y corredores. Los parques infantiles precintados por la policía. Las plazas desiertas. Los bancos sin personas mayores tomando el sol. Los autobuses sin currantes camino del trabajo.

 El confinamiento obligatorio decretado por el Covid-19 me hace pensar, también, en la ciudad que hemos perdido. Una ciudad sin personas no es más que un frío y desolador decorado que, para mí, carece de encanto alguno. Sin su dimensión humana, no siento emoción alguna frente a la fría belleza de los edificios, el sinuoso trazado de las calles o la magnificencia de plazas y miradores.

No es comparable, por ejemplo, a recorrer la ciudad vacía al poco del amanecer, en invierno, esperando a que se despierte y se eche a las calles. Estas semanas, la gente ni está ni se le espera.

Kenopsia, también, al leer una revista de cine que, incapaz de reaccionar a tiempo, saca el número de abril comentando todos los estrenos mes. Estrenos serán imposibles de ver en una sala de cine. Aunque esto, más que Kenopsia, es indignación por la tomadura de pelo perpetrada.

Kenopsia al ver las portadas de las revistas de viajes que siguen llegando al kiosco, repletas de destinos que a saber cuándo volverán a ser accesibles.

Kenopsia cuando todos los días tienen el melancólico deje de un domingo por la tarde. O de un lunes por la mañana. Porque en realidad, lo mismo da. Que da lo mismo.

Jesús Lens