La plaza del pueblo

No sé si usted, amable lector, tiene pensado viajar más o menos lejos este verano. En cualquier caso, le animo a que antes o después visite una plaza emblemática de su pueblo o ciudad. Pero que lo haga con los ojos del viajero.

Es importante, la mirada. Acostumbrados a pasar por nuestras calles, avenidas y plazas concentrados en nuestras cosas, siempre con bullas, mandando audios por el móvil o contestando guasaps; no vemos más allá de nuestras narices. Y a veces, ni eso. 

El verano es una magnífica estación para levantar la mirada y ver con otros ojos los espacios habituales a los que no solemos prestar atención: aunque solo sea por la calor, no vamos tan acelerados. La plaza, por ejemplo.

En todas las plazas, a nada que nos fijemos, hay cosas interesantes que ver. Al menos, curiosas. Porque en las plazas es donde pasa todo. La vida, sin ir más lejos. “Vamos a tocar un rock and roll a la plaza del pueblo”, cantaba Tequila. “Vamos a tocar un rock and roll a la plaza mayor”. ¿Vamos?

Voy a ser poco original: me gusta mucho la plaza Bib-Rambla. Y no debo ser el único. Me decía un amigo que en una web de fotografías antiguas y coloreadas de Granada, un 20% eran de Birrambla, como la llamamos coloquialmente. 

No les voy a contar la historia de la plaza, que me harían falta diez columnas como esta y no empezaría ni a completarla. Digamos sencillamente que allí ha pasado todo. Y de todo. Es la gran plaza histórica de Granada, donde se montaba el patíbulo para las ejecuciones públicas, se celebraban las justas medievales o corridas de toros. Sería lo más cercano a una Plaza Mayor como la de Madrid o Salamanca. Y no olvidemos la bárbara y masiva quema de libros musulmanes impulsada por el cardenal Cisneros, otro siniestro 23F, este de 1502.  

¿Qué tiene hoy de especial esa plaza? El centenario Gran Café Bib-Rambla que le da nombre, uno de los establecimientos con más solera, historia y tradición de Granada. Y la fuente de los Gigantones coronada por Neptuno, con su tridente. 

Desde niño me sentí atraído por lo grotesco de aquellos rostros. Me encantan esos caretos y las manos encima de cabeza. “¿Qué hemos hecho para terminar así?”, parecen decirnos. Me gusta ver cómo asoma la torre de la Catedral al fondo y me encanta la Puerta de Bib-Rambla, situada a un par de kilómetros de ‘su’ plaza, en mitad de los bosques de la Alhambra. 

Viajeros en el tiempo de Gravite en la puerta de Big-Rambla

¿Y a usted, querido lector? ¿Qué plaza de su entorno cercano le gusta más y por qué? ¿Cuál nos aconseja que no nos perdamos y en qué detalles debemos reparar? ¿Dónde echamos una cerveza o un vino? Díganoslo en los comentarios de la edición digital de este Vuelta y vuelta, que nos sirva para descubrir sitios nuevos o aspectos diferentes de esas plazas públicas por las que tantas veces pasamos sin prestarles la atención merecida. 

Jesús Lens

Evitar el odiavirus fascista

El viernes pasado, tan agrio e inquietante, amaneció una mañana preciosa. Asistí a la presentación a medios de comunicación del nuevo ciclo de conciertos de Cervezas Alhambra y aproveché para hablar de varios temas con la gente que andaba por allí, de actos literarios a una premier de cine; de la situación de bares y restaurantes a un nuevo certamen culinario.

Desayuné en el Gran Café Bib-Rambla, uno de mis favoritos, y mientras hablábamos de cómo va el negocio, aluciné con el espectacular dibujo de la plaza y la Catedral que un cliente y amigo del local les ha regalado.

Celebré el Día del Libro en Subterránea Cómics, que tenía pendiente de recoger mi ejemplar firmado y dedicado de ‘Contubernios nacionales’, escrito por Álex Romero e ilustrado por Bute. Me encontré con un Paco sonriente y relajado. Me pillé lo último de Juarma, un excitante librito titulado ‘Abrázame hasta que esta vida deje de dar puto asco’, y recién salido del horno, el integral de ‘Los mentores’, de Zidrou y Porcel. Todo granadino y muy granadino.

Mientras bicheaba por los anaqueles, hablaba con Paco de ventas y eventos, presentaciones y festivales. A la vez, saltaba la noticia de que Chechu González, el cocinero de María de la O, ha pasado a la final de un concurso culinario en Madrid Fusión. ¡Menudo puntazo!

Al volver a casa me encontré con lo que ustedes ya saben. La ultraderecha se las ha ingeniado para dictar el paso de la actualidad y ahí están la inmensa mayoría de políticos y sus corifeos, saltando a la comba al ritmo que  marcan Monasterio, Abascal y demás voceros. Con sus mentiras y sus amenazas, sus bulos y sus voces; han conseguido que el debate electoral gire en torno a ellos.

Las redes, convertidas en cacatúas y fiel reflejo de la polarización reinante, repiten las mismas consignas una y otra vez. ¿Las redes he escrito, así al bulto? Es injusto. Porque las redes no son solo el altavoz de sus amos. En las redes, el viernes, mientras se derramaba la hiel dictada por los manidos argumentarios de manual y el cansino ‘y tú más’; cientos de miles de personas disfrutaban de Sant Jordi y compartían flores, libros y lecturas.

Maravilla de Teresa Valero y su Contrapaso para el Día del Libro

No. No somos como ellos. La mayoría de españoles estamos en cosas como tratar de ganarnos la vida. Y en no contagiarnos, ni de coronavirus ni de odiavirus fascista, la otra gran plaga de estos tiempos.

Jesús Lens

Los escenarios de la Granada más Noir

¡Cómo me gusta leer novelas policíacas en las que Granada se convierte en marco, en escenario de las tramas más negras y criminales! Lo comentábamos hace unas semanas, cuando descubrimos al mítico detective Pepe Carvalho soñando con el restaurante de Álvaro Arriaga y sus vistas de la Vega, desde lo alto del Museo Memoria de Andalucía. (Leer Aquí)

En “Problemas de identidad”, Carlos Zanón juega con Carvalho, arrebatándoselo a Manuel Vázquez Montalbán para hacerlo suyo. Así, se lo lleva de tapas por bares chinos y le hace comer una tortilla de patatas de las de toda la vida. ¿Y adivinan ustedes qué cerveza, bien fría, pide en las terrazas de los bares de Barcelona? Nuestra Alhambra, efectivamente, como ya hacía el protagonista de “Taxi”.

Granada se va convirtiendo, poco a poco, en uno de los grandes escenarios de la novela negra contemporánea. Aquí recordamos que los niños protagonistas de “Los tigres de cristal”, de Toni Hill, una de las grandes novelas del 2018, encuentran en Montefrío un trasunto del paraíso perdido. (Aquí otro reportaje en el mismo sentido)

Y está el detective del Zaidín, de Alfonso Salazar. Y la aguerrida Ada Levy, la motera protagonista de las primeras novelas policíacas de Clara Peñalver. Y Narváez y Molina, los investigadores encargados de desentrañar el misterioso “Asesinato en la Alhambra”, de Juan Torres Colomera.

Recuerdo una larga conversación, precisamente con Juan. Pasamos un buen rato debatiendo si en una novela deben aparecer lugares reconocibles de las ciudades en las que transcurre la acción o si es mejor inventárselos. Si le da más verosimilitud a una historia citar nombres comerciales existentes o si la hace más universal utilizar expresiones genéricas.

Personalmente, soy proclive a la citar marcas, nombres y establecimientos. No es lo mismo que un personaje lea el periódico a que lea el IDEAL. Que vaya al cine o que entre en el Madrigal. Que se beba una cerveza o que pida una Alhambra Especial. Que entre a un supermercado o que compre en un Covirán. Son detalles que, bien dosificados, contribuyen a definir a los personajes y a hacer más creíbles y cercanas las historias, sin caer en localismos reduccionistas o en rancios provincianismos.

Lo he vuelto a comprobar en una de mis lecturas más recientes: la fascinante “Petit París” de Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama. “Polo pasó parte de la tarde de aquel domingo en Foto Lapido, el estudio de la calle Sancti Spiritu con escaparate a la calle Reyes Católicos”.

¿No tiene todo el sabor de lo auténtico esa descripción? Continúa Justo Navarro su narración, un poco más adelante, hablando de una de las fotografías reveladas en Foto Lapido. Una foto en la que aparecen dos personas. Una es el propio comisario Polo. El otro individuo es, todavía, una incógnita.

“Dos hombres disfrutaban en Granada de un día primaveral en la terraza de un café… ¿Podía asegurarse que el individuo de París era el mismo que se sentaba con el comisario en la terraza del Café-Lechería Bib-Rambla?”

Me encantó encontrar al Café-Lechería Bib-Rambla en la novela. En primer lugar, por lo bien que suena, haciéndonos viajar en el tiempo, conduciéndonos a otra Granada diferente, una Granada en sepia. Una Granada de mitad del siglo pasado.

En segundo lugar, porque el referido local sigue abierto: hoy es el Gran Café Bib-Rambla que, fundado en 1907, se ha convertido en uno de los más antiguos y con más solera de nuestra ciudad. Un café con historia. Y con historias. El café en el que, cuando tengo que ir al centro, siempre entro a desayunar. Un café que ahora siento todavía más cercano, más cálido e íntimo; en cuyos veladores buscaré la sombra del comisario Polo cada vez que vuelva.

Insisto: no se trata de localismos o de provincianismo. Cuando el comisario Polo viaja a París y entra en el ABC para ver actuar a Nicole Dermit, se aloja en el Hôtel Barbicane o se toma un Gin & Dubonnet en el Bar-Tabac Hugo; me siento igualmente transportado en el tiempo y en el espacio.

Igual que me ha ocurrido al leer “La luz negra”, de María Gainza, también publicado por Anagrama. ¿Cómo va a ser lo mismo hablar del cementerio de Buenos Aires, de forma genérica, que nombrar a la Recoleta, con toda su carga de belleza y misterio? O cuando la protagonista, siguiendo el rastro de la Negra, entra en “La Biela”, uno de los cafés históricos de la capital porteña. ¡Cuántas sensaciones!

Gran Café Bib Rambla, actualmente

Pero volvamos a Granada. Al Zaidín de Matías Verdón y al paseo guiado que nos dio Alfonso Salazar por las calles de su mítico detective. Recuerdo cómo nos contaba que algunos bares de la Avenida de Dílar se llamaban Neuchátel o Zurich porque sus dueños eran emigrantes retornados que habían reunido el dinero necesario para abrirlos currando a destajo en esas ciudades centroeuropeas. ¿Cómo hurtarles ese poso de autenticidad y realismo, esa carga de sudor, insomnio, frío y kilómetros; a la hora de llevarlos a una novela?

Jesús Lens