PRE-PARADOS vs. PRE-OCUPADOS

Vamos con la columna de hoy viernes, que viene inspirada y discutida. A ver si estáis muy o nada de acuerdo. O en parte, quizá…

El pasado domingo comentaba con Rafael Marfil el nombre con que se ha bautizado a toda una generación de jóvenes: los pre-parados. Y me animaba a escribir sobre otros pre: los pre-ocupados.

El caso es que el propio Rafael, en un excelente artículo publicado en estas mismas páginas, alertaba sobre la carga de estrés que sufren los niños de hoy en día, tanto en el colegio como con las actividades extraescolares y las clases particulares.

Es verdad que la agenda de un niño español de nueve años, en el siglo XXI, es más parecida a la de un ministro que a la de un tierno infante, hasta el punto de que las relaciones sociales de los padres se organizan en torno a los campeonatos de kung fu, los entrenamientos de baloncesto y los campamentos de inglés de sus vástagos.

Pero no es menos cierto que, con la que está cayendo, los padres son personas cada vez más preocupadas por dar a sus hijos una formación que les garantice, en la medida de lo posible, asegurarse el futuro: si los chavales más preparados se encuentran pre-parados, ¿qué no ocurrirá con otros miles de ellos que ni siquiera alcanzan una formación y una educación general básica?

Puede haber padres que apunten a sus niños a tenis o al conservatorio pensando en formar a un hipotético Nadal o a un clon de Mozart, pero son los menos. Los padres, responsables, procuran ofrecer todas las oportunidades posibles a los chavales: que desarrollen su vena artística, que se mantengan fuertes y sanos, que den rienda suelta a su don de lenguas y, además, que saquen adelante el curso completo. Con buenas notas, por supuesto.

La preocupación de los padres es que toda esa preparación sirva a sus hijos para posicionarse en un competitivo y despiadado futuro, tan incierto como inmediato.

La realidad, sin embargo, desmiente tanta buena intención. En primer lugar, porque en la vida es más importante a quién conoces que lo que conoces. No entiendo el fariseo revuelo que provocó en los medios la constatación de semejante obviedad: sabido es que lo importante no es conocer la respuesta, sino a la persona que conoce la respuesta.

Pero es que, además, tanta seriedad formativa está en entredicho: se ha demostrado científicamente que los videojuegos son extraordinarios para el desarrollo de los menores, mejorando su “conciencia situacional” y potenciando “la estrategia de la innovación multidisciplinar” (Punset dixit). Así, los cirujanos con experiencia en videojuegos cometen un 40% menos de errores que quiénes no los usan.

¿Futuro cirujano en pleno proceso de formación?

¿Ha llegado la hora de reivindicar el juego y dejar de preocuparse tan desmesuradamente por la preparación de nuestros niños y jóvenes? La asechanza del paro es terrorífica, pero no sólo es posible que el niño aficionado a los videojuegos esté en mejor disposición de evitarla sino que, además, se lo habrá pasado pipa durante su niñez.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EDUCACIÓN

La columna de hoy de IDEAL, en que hablamos de un tema tan clásico como obligatorio, y siempre polémico…

 

Hace unos días, durante la presentación de nuestro libro, «Hasta donde el cine nos lleve», decía que me hacía especial ilusión contar con la presencia de Andrés Sopeña, el que fuera uno de mis profesores de Derecho, posiblemente, el que mayor huella me dejó durante la carrera. Y no precisamente porque me sienta versado en Derecho Internacional Privado, sino porque fue uno de esos Profesores, con mayúsculas, que nos incitaban a pensar, a discurrir, a buscar la esencia de las cosas más allá de lo aparente, a cuestionar las supuestas verdades inmutables que nos vienen dadas desde tiempos inmemoriales.

 

Cuando repaso la lista de todos los profesores que he tenido, son dos las personas que más han influido en mi vida. Dos mujeres. Una, Cecilia, mi tutora durante los tres años de la segunda etapa de la EGB en el colegio de la Caja de Ahorros. La otra, Julia. Julieta. Mi madre. Que también daba clases. En el Sagrado Corazón. Y, por supuesto, en nuestra casa, a mi hermano y a mí.

 

Hace unos días, una de esas admirables y comprometidas madres que, además de mandar a su hijo al colegio, se involucran directa y personalmente en su formación, me soltaba una frase lapidaria tan cargada de sentido como de verdad: «Los niños se forman en la escuela, pero se educan en casa».

 

Según los resultados de una reciente encuesta, parece que hay un cierto consenso en que los padres juegan un papel determinante en la educación de sus hijos, pero, a la hora de la verdad, cuando constatamos que vamos retrocediendo en los rankings educacionales internacionales, le echamos la culpa al sistema, a las leyes educativas, a los colegios, a los profesores… a cualquiera menos a nosotros mismos.

 

Esa misma madre, cuando habla de las clases, los deberes y las evaluaciones de su hijo, lo hace en primera persona del plural: «tenemos que memorizar una poesía»,  «hemos aprobado Cono» o «el inglés nos cuesta mucho trabajo». Para ella, los éxitos o fracasos de su hijo son algo suyo, personal y propio.

 

Por eso, seguramente, nunca hará falta que a este niño le paguen un sueldo por ir a clase y terminar su formación secundaria. Pero, por desgracia, no todo el mundo reverencia la educación y la formación de la misma manera. Y, en muchas familias, sobre todo en las monoparentales, un pequeño sueldo complementario es lo que puede separar una vida digna de una menesterosa. Como ejemplo, una película tan sencilla como clarividente, «Frozen river».

 

Recompensar económicamente a un gandul de dieciséis años, hijo de papá, por asistir a clase, nos puede parecer bochornoso. Pero hacerlo al mayor de tres hermanos, cuya madre tiene un trabajo precario y ha de sacar adelante ella sola a su familia, permitiéndole continuar con su formación en vez de verse obligado a dejar los estudios para colaborar al sostenimiento familiar, es casi una cuestión de justicia en sociedades opulentas como la nuestra.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

SETEM

La columna de hoy viernes de IDEAL. ¿Otro mundo en posible?

«Eso se lo dirás a todos», piensa Manuel cuando le comento que, de todas las charlas que doy a lo largo del año con relación al crédito social, los Montes de Piedad y el microcrédito; la que me invitan a impartir en SETEM es la más agradable, interesante y encantadora de todas. Con diferencia.

 

Y lo es porque, haciendo un tremendo frío en el aula del Paseo de los Basilios, pocos ambientes más cálidos se pueden encontrar para un ilustrativo y creativo intercambio de ideas y opiniones: un público de unas treinta personas que escuchan la charla atenta y pacientemente, pero que después la cuestionan. Y preguntan, apostillan, critican y comentan, incluso cuando ya hace rato que deberían estar tomando café. Y todo ello, un sábado por la mañana.

 

El marco en que se desarrollan estas charlas es el de los ciclos de Educación para el Desarrollo que, desde hace quince años, viene organizando SETEM, «una Federación de ONGs de solidaridad internacional que centra su trabajo en concienciar a nuestra sociedad de las desigualdades Norte-Sur, denunciar sus causas y promover transformaciones sociales, personales y colectivas, para conseguir un mundo más justo y solidario».

 

Y, sinceramente, no se pueden hacer idea de lo reconfortante que resulta ver que, durante cerca de quince semanas, un grupo de personas invierten las mañanas y las tardes de los sábados en estudiar, aprender y formarse… con el fin de ayudar a los demás.

 

Rocío, una de las participantes en el ciclo formativo, me decía lo siguiente: «soy una persona que necesita sentirse útil, pero sentirme útil de verdad. Me encanta la idea de colaborar, de comprometerme, de aprender con los demás; me gusta hacer cosas que, en la medida de mis posibilidades, sirvan a alguien o para algo que no sea mi propio beneficio. Aunque tú también te beneficias… pero de eso te das cuenta después.» Y lo dice con la humildad y el convencimiento de una envidiable juventud, cargada de optimismo y confianza en el futuro.

 

Hace tiempo leí una de esas frases lapidarias que, con muy pocas palabras, tanto dicen: «O formas parte de la solución, o formas parte del problema. Si no, formas parte del paisaje.» Rocío y sus compañeros no se resignan a ser aquellos veintegenarios que cantaba Albert Pla: Jóvenes pero ancianos / ya nacimos cansados / pasa el tiempo despacio / somos veintegenarios…  aquí nos quedaremos / no moveremos ni un dedo / pasaremos de tó de tó…

 

Rocío y sus compañeros trabajan, luchan y se esfuerzan por ser parte de la solución. Y para ello utilizan uno de nuestros tesoros más preciados: el tiempo. Da gusto comprobar cómo, en estos tiempos de pereza y abulia generalizadas, hay personas empeñadas en desmentir tópicos y lugares comunes. Personas convencidas de que otro mundo es posible, pero que, para alcanzarlo, no basta con proclamas, buenos deseos y mejores intenciones.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.