Corrupción cotidiana

Recuerdo que la primera vez que vi ‘Serpico’, una de las obras maestras del cine de los 70, me pareció exagerada la postura del personaje interpretado por Al Pacino al comienzo de la película. Sus colegas polis no pagaban en el restaurante donde solían reunirse a cambio de hacer la vista gorda con algunas irregularidades sin trascendencia. Serpico se negó a transigir y, al liquidar su cuenta, hizo sentirse mal al resto de sus compañeros, que no tardaron en cogerle ojeriza.

“¡Pues tampoco es para tanto!”, recuerdo que pensaba. Total, no pasa nada si te invitan a unas hamburguesas y unas cervezas a cambio de no poner una multa de aparcamiento o de mirar para otro lado por no tener los extintores en condiciones.

Pero sí lo es. Porque la corrupción nunca empieza con un maletín o un sobre lleno de billetes. La corrupción es algo mucho más sutil, como tuvimos ocasión de aprender en una memorable mesa redonda de Granada Noir de hace dos años, con los periodistas Quico Chirino y Carles Quílez y la jueza Graziella Moreno.

Lo de BlaBlaCar, los parlamentarios andaluces y las dietas, por ejemplo. Que resulta sintomático que una plataforma de esa mal llamada economía colaborativa se haya cobrado las dimisiones de dos representantes de los partidos de la igualmente mal llamada nueva política.

O lo de los fraudes en las escolarizaciones de Granada capital, un fenómeno al alza. ¡Lo exigentes que somos para reclamarles a los demás el estricto cumplimiento de leyes, reglamentos y ordenanzas y lo indulgentes que somos con nosotros mismos!

El año pasado se detectaron 48 denuncias por falsos empadronamientos en la capital, buscando el acceso de los críos a colegios de buena reputación académica. Este año han sido 73 las denuncias, habiéndose demostrado que los padres habían cometido fraude en 31 de ellas, según informaba Sarai Bausán ayer.

¡Qué maravilloso ejemplo para un hijo! Se nos llena la boca con moralina, las charlitas y las admoniciones, pero a la hora de la verdad, cuando se trata de lo nuestro, con qué facilidad rebajamos los estándares morales.

Jesús Lens