Escuchar a la calle

Estoy tan acostumbrado a hablar, me gusta tanto y abuso hasta tal punto de mi querencia por darle a la lengua que, cada vez que IDEAL me propone escuchar, soy feliz.

En el mismo sentido, estoy tan acostumbrado a escribir, una actividad solitaria e introspectiva que exige horas y horas de monacal encierro, que siempre que IDEAL me propone salir a las calles -o a los campos, montañas, playas y caminos de la provincia- doy un salto de alegría.

Por definición, soy un vago. Un magnífico representante de la idea aristotélica de que un cuerpo solo puede mantenerse en movimiento si se le aplica una fuerza. Mis cerca de 100 kilos, a falta de empuje, tienden irremisiblemente a la estática, a despatarrarse sobre el sofá, leyendo o viendo películas.

Es cierto que, después, en cuanto recibo un impulso, me convierto en newtoniano y acepto su ley de la dinámica y el principio de acción/reacción: una vez en marcha, gracias a la inercia, me cuesta parar.

Alfredo Aguilar, retratando al mundo al revés, en el Tico Medina

Por eso son tan excitantes los encargos callejeros de IDEAL: me insuflan nuevas fuerzas, me pegan súbitos impulsos, me sacan de mi biblioteca y me hacen romper con las inercias.

Estos días estamos haciendo una serie titulada ‘De espaldas a la campaña’. Se trata de ir a lugares de encuentro ciudadano y preguntar a la gente por cómo ven, cómo valoran el estado de las cosas y si tienen algún tipo de expectativa de cambio o mejora gracias a las elecciones.

A la gente le gusta hablar. Y que la escuchen. La política no es precisamente su tema de conversación favorito, eso sí. El grado de desconfianza en los partidos y en sus representantes resulta palpable. La campaña para las municipales, en concreto, no parece interesarle prácticamente a nadie. Unos, porque no van a votar o votarán nulo. Otros, porque ya tienen decidido el sentido de su sufragio. Nadie espera un debate entre candidatos que les haga reflexionar.

Un par de bolas, para enfrentar la campaña.

Harían bien los partidos en escuchar a la gente y tomar nota de sus reivindicaciones, tan sencillas como sensatas, en vez de tratar de sacarse un conejo de la chistera cada día de campaña. Quizá así ganarían algo de credibilidad. Porque creerles, nos les cree nadie.

Jesús Lens