El discurso del Rey

Había que decirlo y lo ha dicho, alto claro. Que nuestros representantes políticos e institucionales no conviertan España en un país de unos contra otros, ya que debe ser un país un país de todos y para todos. Estoy de acuerdo y muy de acuerdo con dicha aseveración, pronunciada por Felipe VI en la apertura de las Cortes.

El Rey reclamó que la legislatura sirva para recuperar la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y, además de desear suerte a Pedro Sánchez en su mandato —recordemos el célebre “ha sido rápido, el dolor viene después”— señaló a los legisladores que ha llegado la hora de la palabra, del argumento y de la razón. De guardarse el respeto recíproco que nos merecemos los españoles.

Hay un grupo de diputados a quienes todo ello les ha resbalado, ya que no estaban en el hemiciclo para escucharlo: los independentistas. Una pena, la verdad. Porque la sensatez del discurso del rey me parece imprescindible, aportando unas gotas de serenidad a este ambiente tan crispado que deberían ser más que bienvenidas.

Que el rey no les representa, dicen. ¡Cómo si a los andaluces nos representaran los insolidarios diputados nacionalistas catalanes que nos tildan de vagos impenitentes y de lastre para su economía, por ejemplo! Este es el sistema constitucional mayoritariamente votado por los españoles y del que dimana el ordenamiento jurídico por el que nos regimos. El que nos ha dado estabilidad y seguridad en los últimos cuarenta años. Que será mejorable, por supuesto, pero que a mí me da mucha más confianza que las iluminadas veleidades políticas de tanto listo que anda por ahí suelto. Y escapado.

Simpatizo mucho más con la contradicción intrínseca de los representantes de Unidas Podemos, cuyos ministros han aplaudido el discurso del rey, a pesar de ser mayoritariamente republicanos, mientras que sus diputados electos han permanecido con las manos en los bolsillos. Sin jalear las palabras del monarca, pero escuchándolas en respetuoso silencio. Como los diputados del PNV.

Respeto. Diálogo constructivo. Voluntad de mirar hacia delante. Recuperar el crédito en la clase política, ahora que es una de nuestras máximas preocupaciones. Verdades a recordar, las diga su porquero o el mismísimo Agamenón.

Jesús Lens

El discurso del rey

Es imposible ir a ver “El discurso del rey” el mismo día en que la Academia le ha otorgado los Oscar a la mejor película, dirección, guión y actor principal y, en la reseña, sustraerse a ese hecho.

¿Se merece la película de Tom Hooper tanto honor y distinción? Personalmente, “El cisne negro” me pareció más y mejor película. Y, por supuesto, “La red social”. Pero eso no quita para que, viendo al duque de York luchar contra sus demonios, estuviera tenso en la butaca del cine, nervioso, como si pudiera ayudarle yo también a pronunciar un puñado de palabras de una forma razonablemente serena.

Porque, y a estas alturas todo el mundo lo sabe, el duque, padre de la actual Reina Isabel, era tartamudo. Algo que, hoy, podría parecer baladí, pero que en los años treinta tenía una importancia capital. En primer lugar, porque la radio transmitía la voz de los monarcas a las Islas Británicas y al resto del Imperio. Nada menos que un 25% de la población mundial. Su voz era su imagen.

Pero es que, además, los referidos años treinta vieron el ascenso del fascismo y la llegada de la II Guerra Mundial. Y, para Inglaterra y el resto del Imperio Británico, para lo que entonces se llamó el “mundo libre”, las alocuciones radiofónicas de sus líderes tenían una importancia estratégica sin parangón.

Podemos imaginar la situación, por tanto, del duque de York, tartamudo desde su más tierna infancia, cuando se tiene que dirigir a una multitud. Y, después, a la muerte de su padre, cuando los nazis son más que una amenaza para la paz mundial, la cuestión sucesoria que se plantea con su hermano, el legítimo heredero a la corona… empeñado en casarse con una mujer divorciada (sic)

Sin embargo, todo esto no es más que el escenario, el marco referencial. Porque si algo bueno tiene la película es que prácticamente el cien por cien de su metraje transcurre en un plano intimista: el que permite la relación del tartamudo con su logopeda, magistralmente interpretado por un Geoffrey Rush a la altura del multipremiado Colin Firth.

Esa relación es la base de la película. La confianza, los esfuerzos compartidos por superar un problema, los malos humores y los raptos de genio de dos personas que, en cualquier otra circunstancia, jamás habrían cruzado sus caminos.

“El discurso del rey”, por tanto, gustará mucho. A todos. Película universal que se ve con agrado, con las dosis justas de humor, tragedia, risas y lágrimas, cinismo, compromiso, pompa y circunstancia. Irreprochable, como la define Carlos Boyero.

Ahora bien, ¿está llamada a trascender y a figurar entre lo mejor de la década cuando, allá por el 2020, echemos la vista atrás y hagamos balance? Seguramente no. Mientras que, posiblemente, “La red social” y “El cisne negro” sí serán de las que se barajen como títulos imprescindibles y definitorios de una década.

¡Sólo el tiempo lo sabe y dictará sentencia!

Valoración: 8

Lo mejor: el trabajo interpretativo de los protagonistas y, también, de esos maravillosos secundarios que siempre ofrece el cine británico.

Lo peor: que su recuerdo no durará y terminará perdiéndose, como lágrimas entre las gotas de la lluvia…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.