Antifragil

Hace ya unos meses escribía y publicaba en IDEAL este artículo, en que ya avanzaba la llegada del que, efectivamente, se ha convertido en mi libro de cabecera para la nueva temporada. El libro sin el que no puedes pasar el verano, por mucho que pienses en «desconectar», «evadirte» y otros conceptos semejantes.

 

Por ejemplo, el capítulo 4. ¿Cómo desconectar de este enunciado?

Antifragil

Hace unos años, Nassim Nicholas Taleb nos conmocionó con su preclaro, anticipatorio y extraordinario «El Cisne Negro». El mismo autor no duda en reconocer que «Antifrágil» es mejor. Que en este nuevo trabajo, igualmente publicado por la imprescindible editorial Paidós, está la quintaesencia de su forma de ver la vida. Y de actuar en ella. Que no estamos hablando de un sesudo académico que pontifica desde su torre de marfil, sino de un tipo que, cuando recibe amenazas de muerte, en vez de contratar a un guardaespaldas, como le aconsejan sus editores, estudia las artes y los sistemas de entrenamiento del tipo con más pinta de malote y pendenciero del Bronx… y los imita y sigue a rajatabla: nada de hacer innumerables sesiones de levantamiento de pesas, empleando pocos kilos, sino hacer siempre pocas levantadas, pero con el mayor peso que puedas levantar. Y después, a comer pasteles.

Antifrágil

Como una Bestia del Pensamiento, le describí en Twitter. Y no debió desagradarle, porque @nntaleb tuvo el detalle de contestar.

 

Pronto volveremos sobre la Antifragilidad. Sirva esto a modo de aperitivo. Y, entre tanto, busca la historia del pavo y de su (falsa) seguridad en el porvenir, que le viene dado por su sesudo estudio empírico del pasado. Hasta del más reciente. ¿Vale?

 

Mientras (nos)… ¡seguimos!

 

En Twitter: @Jesus_Lens

Antifrágil

Hoy domingo, publico este artículo en IDEAL. A ver qué te parece y, sobre todo, ¿estás de acuerdo? ¿Qué piensas? ¿Ves la luz? ¿Has engordado?

Estas Navidades he podido leer. Mucho, despacio y bien. Los finales de año, sobre todo si son tan aciagos como el 2012, son buen momento para recapitular, analizar, recordar y concluir… con el fin de estar en las mejores condiciones para afrontar los retos de los siguientes doce meses. Y a nadie escapa que 2013 va a presentar muchos, capitales e incluso brutales desafíos.

En estas últimas semanas, he apreciado un cambio en el Relato que los expertos, gurús y analistas hacen de la crisis. Hemos pasado de martillear a los lectores con el mantra del “nos lo merecemos ya que todo esto es culpa nuestra por haber vivido por encima de nuestras posibilidades” al “Yes, we can” de Obama, en versión cañí.

 Yes we can't

Desde las campañas de publicidad de diversas entidades y compañías, hasta el empacho de la Marca España; ahora parece que toca entrar en 2013 con un deje de optimismo: la Bolsa sube, la Prima se desinfla, diciembre ha dado un respiro al paro, se crean nuevas empresas, suben las exportaciones, EE.UU. no se precipitó en el Abismo Fiscal, la deuda de las familias y las empresas se contrae, etcétera.

Pero, sobre todo, lo que ahora nos exige el Relato es aguantar. Podemos, debemos y tenemos que aguantar. Porque, siguiendo los dictados de Darwin, lo que no te mata te hace más fuerte. O, en castellano viejo, lo que no mata engorda. Y el que resiste, gana.

 Antifragilidad

Hace unos años, Nassim Nicholas Taleb nos puso a todos alerta con su libro, “El cisne negro”, fenómeno que definía como un acontecimiento súbito e inesperado, de consecuencias brutales y devastadoras y al que, a posteriori, todo el mundo encontraba explicaciones. Los atentados del 11-S serían el perfecto ejemplo de Cisne Negro. Y la crisis. Nuestra crisis, plagada de burbujas, AVEs, aeropuertos, delirios autonomistas, mariscadas, vinos de añadas imposibles, corrupción, nepotismo y apañetes varios.

Taleb ha vuelto a revolucionar el panorama ensayístico norteamericano con un nuevo libro: “Antifragile”, en el que defiende las bondades del error. Del error reiterativo y repetitivo. Del error por sistema. Del error en que se cae una y otra vez. Y lo defiende porque enfrentarse a él hace más fuertes a quiénes tienen que soportar sus efectos. ¡Qué importante, desarrollar la capacidad para resistir el empecinamiento en meter la pata que demuestran los gobernantes, los poderosos, los que parten el bacalao!

 Antifrágil

Escuchar ahora al FMI sostener que, quizá, se han pasado al imponer un Austericidio tan severo a determinadas economías, daría risa sino fuera algo tan grave, tan salvaje, tan trágico.

Quiero pensar que, por fortuna, la sociedad española está reaccionando a la devastadora crisis que nos asola con una dignidad y con una capacidad de resistencia digna de todo encomio, con la familia y el apoyo mutuo como precario sostén de situaciones que, hasta hace muy poco tiempo, nos hubieran parecido insostenibles. Pero todo tiene un límite y de ahí, quizá, el Relato de que lo peor ha pasado y de que ya se ve luz al final del túnel.

 Antifrágil-Taleb

Esperemos que la luz no sea la del tren desbocado, que viene a toda velocidad, sin frenos y dispuesto a llevárselo todo por delante.

Jesús Lens

Dicho lo cual, te invito a ir leyendo estas notas de Manuel Villar Raso, para ir preparando la lectura y discusión del próximo artículo.

Y ahora, a ver los 13 de enero de 2009, 2010, 2011 y 2012, qué publicamos.

Entre lo raruno y lo demencial

Lo sé. Soy raruno. Y lo asumo. Esta mañana, domingo de puente, paseando por las calles de una Granada desierta en la que, al amanecer, sólo te cruzas con borrachos de retirada o deportistas de salida, lo comentábamos:

– Vale. Uno, a los cuarenta, puede permitirse ser raruno. De hecho, todos tenemos nuestras rarezas, a los cuarenta o a los treinta y pico. Da igual la edad. Pero una cosa es ser raruno y, otra muy distinta, estar chalado.

Veíamos, en el escaparate de una tienda, el cartel de “El cisne negro”, reproduciendo el rostro perfecto de Natalie Portman, una reproducción en porcelana de sus marcados y delicados rasgos de muñeca. Solo que, por un lado, se resquebraja.

No sé qué película habrá ganado el Oscar esta madrugada. Quizá haya sido la película de Aronofski. O quizá haya sido “La Red Social”, en la que se cuenta la historia de otro tipo francamente peculiar, extraño, visionario y ¿genial?

Ha querido la casualidad, además, que esta noche haya visto “Una mente maravillosa”, basada en la vida del Nobel de Economía John Nash, un cerebro prodigioso que se vio asaltado por la esquizofrenia y los consiguientes raptos de paranoia que dicha enfermedad conlleva.

Si se medicaba, se convertía en un zombie, inútil e incapaz. Un leño. Un trozo de madera. Si no lo hacía, su mente galopaba sobre las fórmulas matemáticas como el equilibrista sobre el alambre. Pero, a la vez, su (sin)razón producía monstruos.

La relación entre la locura y la creatividad tiene una larga historia y tradición, así que no vamos a descubrir nada nuevo. Viendo películas como éstas, sin embargo, surgen cuestiones y dudas sobre la esencia del ser humano. Estar cuerdo, ser equilibrado y, en general, comportarse como una persona normal debería ser algo deseable, lógico y sensato. Sin embargo… también puede llegar a ser mortalmente aburrido.

Ser una persona especial, singular, creativa, loca y genial, sin embargo, tiene buena prensa, da juego, alegra la vida, aporta luz, rompe la monotonía… pero tiene que cansar. Tiene que acabar siendo muy duro, por una parte, responder a las exigencias de genialidad, clarividencia, alegría a tocomocho e ingenio a raudales. Y, para las personas cercanas al genio, debe ser un infierno tener que convivir con la alteridad, la extrañeza, lo raro y lo bizarro que, en pequeñas dosis, deslumbra. Pero que, a cucharadas soperas, tiene que astragar.

En fin. Que, con nuestras rarezas y peculiaridades a cuestas, aunque nos guste tener pájaros en la cabeza, hoy que he pasado una tarde infernal de jaqueca, me alegro de, en general, tener la cabeza bastante en su sitio.

Jesús tirando-a-cuerdo Lens

EL CISNE NEGRO

Desde que la vi, sueño con ella. Con esa Nina rota, extremadamente delgada, desmadejada, ida, perseguida, angustiosa, atrapada, perfeccionista, delirante, acomplejada, reprimida y, finalmente, triunfante y gloriosa. ¿O no?

He pasado toda la noche viéndola en sueños. Y nunca pensé que soñar con ella, con Natalie Portman, podría ser un ejercicio cercano a lo pesadillesco. Natalie Portman, esa actriz a la que adoro desde que, siendo una niña, enamorara a León el Profesional y, de paso, a mí, como ya explicamos AQUÍ. Para siempre. Increíblemente… ¡soñar con Natalie produce monstruos!

“El cisne negro”, la última película de Darren Aronofsky, no creo que arrastre a las masas al cine. Y, sin embargo, el cine estaba lleno. Pero el boca-oreja debería acabar con ella. Yo, desde luego, no te recomiendo que vayas a verla. Porque “El cisne negro” es una joya, una obra maestra como la copa de un pino, una película hipnótica y abrasadora. Pero no es para cualquiera. No es fácil, ni agradable, tierna o divertida. De hecho, su nerviosa realización atosiga al espectador y su fotografía granulosa es radicalmente anti-preciosista, por mucha Portman y demás bailarinas que aparezcan en pantalla.

Así que, si eres una persona débil de mente o fácilmente impresionable, no vayas a ver “El cisne negro”. Te perderás un peliculón, pero te ahorrarás un montón de sueños turbios y siniestros. Y eso que hablamos de una historia de baile, tutús y ballet en la que los personajes ensayan “El lago de los cisnes”, un título cuya enunciación suena a algo bonito y entrañable… aunque diste mucho de serlo.

Es curioso que hace unos días hablara con unas amigas, durante el café, de esos padres que proyectan sus frustraciones y carencias en sus hijos, forzándoles a conseguir, por lo civil y hasta por lo criminal, lo que ellos no fueron capaces de lograr. Da lo mismo que hablemos de bailarines, deportistas o neurocirujanos: la extenuante autoexigencia inducida por unos padres tiranos puede conducir a una persona al más arrollador de los éxitos, pero la frontera con la insania autodestructiva es muy, demasiado liviana.

Y de todo ello trata “El cisne negro”, corta de metraje, para lo que se estila, pero intensa hasta el extremo. Desde el primer fotograma hasta el último. Opresiva desde que empieza hasta que termina. Seca, sin tregua, sin tiempos muertos. Sin secuencias de relleno. Sin concesiones.

No sé si vieron, en su momento, “El luchador”, la anterior perla de Aronofsky en una filmografía singular. Desde el punto de vista contrario, entronca a la perfección con “El cisne negro”. Personas que, en el ejercicio de su profesión, van más allá de lo humanamente soportable. Y comprensible.

Dos obras maestras que, desde luego, no seré yo el que te aconseje que veas…

Valoración: 10

Lo mejor: Natalie Portman, alcanzando registros y cotas interpretativas difícilmente superables.

Lo peor: que le costará volver a encontrar un papel a la altura de esa brutal Nina.