Incomunicado

Cuando por razones de trabajo, estilo de vida, gustos y aficiones tienes que pasar casi las 24 del día on line, hablando, leyendo, escuchando, escribiendo, comentando, convenciendo, disuadiendo, discutiendo, tratando, consiguiendo, presentando y otros varios –andos y –endos que dejo a tu fértil imaginación; llega un momento en que tienes que parar.

Es así de sencillo.

Pero necesario.

Por eso, para este micropuente no concerté ninguna actividad, cita o encuentro. No compré entrada para ningún espectáculo (y eso que ha venido El Brujo con su “Odisea”) ni quedé con nadie para hacer cualquier cosa.

 Incomunicado el Brujo

El jueves por la tarde estaba tan, tan, tan hecho cisco y con tanto sueño acumulado que me metí en la cama a leer a las 4 de la tarde y solo salí, tras haber descabezado un par de sueños, para cenar y ver una película. Tumbado en el sofá. Antes de volver a la cama.

Y el resto del fin de semana, más o menos igual. Solo que saliendo a correr. Meta para noviembre: correr 250 kilómetros. Que no sé si es mucho, es poco o es regular. Pero que salen a unos 60 kilómetros semanales.

Me levanto, veo a mi quiosquero, Paquito, y me tomo los dos cafés con mi tostada en el Madero. Me despido, compro el pan y… ¡hasta mañana!

Que sí. Que están el Facebook, el Twitter, el Güasap; pero que no es lo mismo.

Veo un partidillo de la NBA, grabado, de la madrugada anterior, saltando los tiempos muertos y tal y miro cómo va mi equipo de la Fantasy. Por cierto, ¿tienes equipo? Que hemos hecho una Liga Privada, en la plataforma de NBA Plus. “Collejas”, se llama. Si quieres unirte, pídeme la clave. Pero te advierto que el nivel es… bueno. Como nuestro nivel jugando al baloncesto: cachondo. Muy cachondo. Con decir que uno de mis bases se llama Fournier y uno de mis pívots titulares lleva -3 puntos de valoración…

 Incomunicado Fantasy

En enlace, por si te gusta esa Gamificación del NBA, aquí.

Leo la prensa, claro. Por trabajo, por gusto, por obligación, por afición. Aprovecho para estudiar con detenimiento esos reportajes largos para los que nunca hay tiempo; las revistas, los Especiales y, sobre todo, los recortes que he ido haciendo estas semanas, que ya se acumulan, por falta de tiempo. Y aprovecho para tomar notas con ideas y bosquejos para futuros artículos, columnas o proyectos.

Veo una película. O dos. O tres. O alguna serie. Y leo. Y escribo. Y escucho música. Me pongo al día con reseñas de libros pendientes, algunos leídos en verano. Y avanzo con un par de proyectos que tengo entre manos. Repaso los suplementos culturales de estas semanas y trato de ordenar libros.

Me digo: “Esta tarde voy al cine”. Pero luego no me apetece salir. La vuelta del verano ha sido movida y me espera un noviembre brutal. Así que, como los osos; hiberno.

Y sigo leyendo. Y escuchando jazz. Y viendo otra película. Y escribiendo algún artículo. Y mirando las estadísticas de determinados jugadores de la NBA. Y organizado ideas, mails y archivos para uno de los proyectos. Y empezando a escribir para el otro. Y repasando las webs de referencia.

 Incomunicado Round

O sea: lo de siempre. Pero a mi aire. Yo me marco los ritmos y los horarios. Yo soy yo y mi pereza. De hecho, es mi espalda la que, cansada, me pide salir a correr o cambiar el sofá por el sillón del despacho. Y colocar y ordenar los libros que voy leyendo y reseñando. Y buscar los que voy a necesitar en los próximos meses.

Y así van pasando las horas. Las mañanas, las tardes y las noches. Además, aprovecho para comer poco. Y beber mucho. Mucha. Agua. A litros. ¡Adelgazo y todo!

En fin.

Que estamos en noviembre. Que llevo recorridos los primeros 26 kilómetros de los 250 propuestos. Que este es el mes del jazz. Que el lunes me arrepentiré de no haber visto a El Brujo y que la próxima Alhambra Especial que me tome me sabrá a gloria.

 Incomunicado corre

Que es sábado. Noche. Y que aquí, sin parar y haciendo todas esas cosas que tanto me gustan y para las que, a veces, es imposible sacar un minuto a la semana… ¡seguimos!

Jesús Lens, (In)comunicado

En Twitter: @Jesus_Lens

El evangelio de San Juan

O El Brujo, o sea.

A esta obra de teatro fui como el que va al cine, a ver la última de Spielberg o una de Brad Pitt. En este caso, fui al Isabel La Católica, el sábado a la 19.30, a ver la de El Brujo.

A la entrada, de hecho, ni cogí el folleto en que se presenta la obra y se explica de qué va, cuál es su origen y su intención.

Nada.

Vamos a ver a El Brujo y, después, ya veremos.

Creo que es importante reseñar la sesión en la que estuvimos porque, en mitad de la misma, una señora se levantó de las primeras filas y, una vez de pie, sacudió la cabeza con altivez y salió cruzando el patio de butacas, con sus taconazos, más tiesa que una estaca, cloqueando como una gallina.

Rafael Álvarez, que la miraba desde lo alto del escenario, estalló y, después de soltar una inflamada filípica sobre la falta de tolerancia de algunos, invitó a quién estuviera harto, cansado o indignado a que siguiera los pasos de la señora gallinácea, lo que fue aprovechado por otra espectadora para salir por piernas.

Al final, cuando la obra terminó y todos estábamos de pie, aplaudiendo a rabiar las dos horas y media de deleite que El Brujo nos había regalado, éste pidió perdón por haberse alterado, lo que le honra enormemente.

Pero, digo yo, ¿qué esperaban esas señoras de una obra de El Brujo, basada en el Evangelio de San Juan?

¡Por favor!

Que Rafael lleva años y años haciendo teatro y sus tablas, sus falsetes, su forma de actuar, sus morcillas, sus comentarios críticos sobre la actualidad, etcétera, etcétera; son marca de fábrica, tan famosos como los pases de Iniesta, las paradas de Casillas o el realismo de Antonio López.

Pero bueno. Hay gente pa tó. Hasta para gastarse 30 euracos -que ya está bien- y marcharse airada a mitad de representación, justo cuando lo que estábamos viendo sobre las tablas respondía perfectamente al guión que esperábamos ver.

Y, ojo, no quiere esto decir que la obra de El Brujo sea una comedia facilona sobre los evangelios, la religión o el cristianismo. Ni mucho menos. Porque uno no dedica dos exigentes horas y media a vaciarse en un escenario, solo acompañado por cuatro músicos, para reírse o burlarse de algo que le resbala, le asquea o le deja indiferente.

En pocas palabras: al salir del teatro me dieron ganas de ir a casa y encerrarme a leer, de un tirón, el Evangelio de San Juan. Y eso no lo consigue alguien que se burla y se mofa de un texto.

Distinto es que El Brujo considere como sagrado al referido texto, algo intocable o inmutable. Que no lo es. Basándose en el original griego y relacionándolo con decenas fuentes antiguas, con la cábala y otras visiones etnocentristas de la religión, el cómico hace una encendida defensa de la palabra, del verbo, de la representación teatral, del hombre y su comunión con la naturaleza y lo sagrado; que va más allá del concepto intocable, temeroso y reverencial que, de Dios, nos ha transmitido la religión oficial.

Y todo ello trufado de guiños a la actualidad política y social del momento, unos que cuelan con total naturalidad y otros que necesitan de calzador y, casi, de vaselina. Pero que consiguen que las dos horas y media de espectáculo se hagan cortas e insuficientes.

Por ver a El Brujo en escena es, sencillamente, un privilegio al que no se puede, ni se debe renunciar. Por higiene. Por salud mental.

Jesús Embrujado Lens

¿Y en años anteriores? ¿Qué publicábamos este 19-S? 2008, 2009, 2010.

TEATRO

La columna de IDEAL, celebradora y onomástica.

 

Hoy se celebra el Día Internacional del Teatro. Reconozco que no suelen gustarme estas efemérides, pero también es verdad que fechas señaladas como ésta nos permiten reflexionar sobre temas o cuestiones que, por lo general, pasan de tapadillo por nuestra vida. Como el teatro, por ejemplo.

 

Siempre he sido hombre de cine. Adoro las películas y, por tanto, cuando iba al teatro, todo lo que acontecía en escena me parecía falso, forzado y mentiroso. Crecido y educado a través del séptimo arte, el Arte Total por antonomasia, sentía que el teatro era como el niño tonto de la familia, un quiero y no puedo obsoleto, añejo y avejentado.

 

Hasta que, una vez, fui al pequeño, íntimo y entrañable Teatro Alhambra y, desde un asiento próximo al escenario, me topé con Juan Luis Galiardo. No recuerdo qué obra se representaba, el argumento o el tema. Tampoco recuerdo si estaba bien o no. Daba igual. El lujo era disfrutar, durante hora y media, de la presencia de un monstruo como Juan Luis, allí delante, sólo para tus ojos… y los de otro puñado privilegiado de espectadores.

 

A partir de ahí, este tipo de teatro adquirió una nueva dimensión. Cada obra a la que iba era como un regalo, único y exclusivo, al disponer de noventa minutos de la vida de unos actores que parecían desnudar su alma frente a ti: cada gesto, cada rictus, cada gota de sudor, cada inflexión de voz… todo ello acontece delante de tus narices. Y una sola vez. Parafraseando el famoso monólogo de «Blade runner», las obras de teatro constituyen momentos únicos e irrepetibles, que, como lágrimas en la lluvia, terminan perdiéndose en el tiempo, pero perdurando en la memoria de los espectadores.

 

Y precisamente por eso me gustan las salas pequeñas, como el Alhambra. Porque permiten disfrutar de esa especial comunión que se establece entre actores y  espectadores. Aunque el Isabel la Católica tiene buena visibilidad, no se goza igual de la ironía de El Brujo en uno que en otro espacio escénico, por ejemplo. Y, por supuesto, ver una obra de teatro en la Sala García Lorca del Palacio de Congresos, salvo que tengas la fortuna o la habilidad de hacerte con una entrada para las primeras filas, resulta una experiencia fría, gélida y desapasionada, dado el distanciamiento que existe entre el público y el escenario.

 

Después he tenido la suerte de vivir el teatro un poco más desde dentro, en Agüimes, en el envidiable Festival del Sur, Encuentro Teatral Tres Continentes que se celebra en el delicioso, inquieto y envidiable pueblo grancanario. Y una vez que tienes la oportunidad de hablar largo y tendido con actores, autores o directores, te conviertes en un adicto a las tablas, la farándula y las candilejas de forma que, al comenzar el año, coges el calendario y subrayas en rojo este 27 de marzo, el Día Internacional del Teatro, como uno de los auténtica y verdaderamente señalados.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.