JOHN LENS WAYNE

Este Cuento tiene más de 140 caracteres. Con espacios. O sea que no puede participar en ESTE concurso que proponíamos esta tarde. Pero, eso sí, os prometo que está basado en hechos reales… de hace apenas unas horas. A ver si os gusta.

 

Hoy viví una nueva sensación, corriendo.

 

¡Espera!

 

¡Alto!

 

No seas malandrín/a y cierres esta página, pensando que voy a volver a hablar de correr y de esas demencias propias de la secta de Las Verdes.

 

Por fi, dale una oportunidad a este relato, ¿vale?

 

Que sólo voy a contar lo que me pasó hoy, al ir corriendo, a eso de las 15.45 horas, por la zona del Asadero, en Cenes de la Vega.

 

El caso es que estaba corriendo muy flojo, despacio y premioso. Por eso alargué el recorrido hasta allí. Justo cuando crucé el puente que hay frente a la gasolinera y emprendí la vuelta a Granada, me adelantaron un papá con su hijo, en sendas bicicletas. Seguí avanzando y, al meterme en la alameda que comunica Cenes con la Fuente de la Bicha, en un recodo del camino, retrepados malamente en unos maderos, había dos sujetos, borrachos como una cuba, terminando de pimplarse, a morro, una botella de JB. Eran dos gandulones de unos veintipico de años. Con pintas. Y allí estaban, balbuceando y diciendo incoherencias. Nada especialmente grave u ofensivo, realmente.

 

Seguí mi camino.

 

Y me crucé con una chica digamos que espectacular. Alta, pelo castaño, gafas de aviadora, piercing en la oreja, vientre moreno, liso y al aire… una auténtica hermosura. No pude evitar (de hecho, no lo intenté) mirarla de soslayo, bajando aún más el ritmo de mi carrera.

 

Exquisita.

 

Y seguí adelante.

 

Entonces vi que padre e hijo habían detenido sus bicicletas y miraban hacia atrás. ¡Qué descaro, el de ese padre de familia, buscando con su mirada la retaguardia de la beldad que ya se alejaba de nosotros!

 

Pero no. Resultó que el hombre estaba buscando a su santa esposa y al pequeñín de la familia, que venían pedaleando un poquito más atrás. Y entonces lo ví claro. Al tipo tampoco le habían hecho ni pizca de gracia los dos borrachos de antes, por lo que comprobaba que su mujer e hijo no tenían problema alguno al pasar a su lado.  

 

Y, en ese punto, sin siquiera pensarlo o planteármelo, cosa que siempre me ha gustado tanto como sorprendido de mí mismo (será por haber visto tantas películas), me di la vuelta y reemprendí la marcha… en sentido inverso.  

 

La chica miró levemente hacia atrás y, la verdad, tuvo que llevarse un repullo de cuidado cuando se percató de que el mangallón de dos metros con pelado de marine americano, gafas de sol y camiseta roja del ejército español (aquella carrera de las Dos Colinas…) se había dado la vuelta y, sin que hubiera nada ni nadie a la vista, la perseguía.

 

Pero yo, impertérrito, la adelanté, justo unos metros antes de que llegara a donde estaban los borrachos que, nada más verla, habían empezado a soltarle esos cariñosos piropos, elegantes y tan castizos, sobre comerle hasta la gomilla de las bragas… ya sabéis. Y alguno de cosecha propia, sobre lo puta que era enseñando la barriga y lo que les gustaría hacerle.

 

Justo entonces, para coincidir en un improbable Cuarteto de Cenes, volví a darme la vuelta.

 

La chica estaba bastante azorada para siquiera cruzar una mirada conmigo. Y yo, más bien, miraba a los dos elementos, mientras continuaba con mi cansino trotar, girando continuamente la cabeza hacia atrás para comprobar que continuaban sentados, mientras la chica se alejaba a paso de Paquillo Fernández en marcha atlética.

 

Llegados a este punto, podría contarles que ellos se levantaron… y que yo les dije… y que entonces pasó que…

 

Pero sería faltar a la verdad y, sobre todo, me alegro de que las cosas transcurrieran de esa forma tan sencilla como inocua. Dos borrachos al sol, una chica guapa, unas groserías… y nada más.

 

Y, entonces, ¿el pomposo y pretencioso título de esta entrada?

 

Pues nada, amigos. ¡Un vil reclamo oportunista y sensacionalista para captar vuestra atención! 😉

 

Sólo me queda pedir perdón a la chica del pelo castaño por el susto que le di. Creo que entendió el porqué me di la vuelta y, supuestamente, la seguí. Podía haberle advertido antes acerca de los borrachos. No se me ocurrió. O haberla abordado justo antes de que llegara a su altura, pero lo mismo me habría dicho que quién era yo para meterme en su vida y que sabía cuidarse sola. De lo que no me cabe ninguna duda.

 

Así que, opté por actuar de esa manera.

 

Y, no sé si acertada o desacertadamente, así os lo cuento; orgulloso por haber protagonizado, presumiblemente, mi última buena acción de octubre del año 2009…

 

Jesús Lens, en plan Caballero Trotante.

 

PD.- Me preguntan que qué pasó con la Mamá pedaleante y el otro chiquillo, que a nadie parece importarles, que si aparecieron. Esto ocurrió: «Sí. Aparecieron. Y, de hecho, la mujer le cruzó la cara al hombre de un bofetón. Me quedó la duda de si por quedarse esperándola, demasiado alejado de los borrachos, o bien por estar mirando a la chica.

Me hubiera gustado preguntarles, pero estaba muy entretenido salvando a la mujer de vientre plano».

🙂

 

Huelga decir que es broma. Pero sí. Ella y el chavalito siguieron su camino sin problemas.