El archipiélago del perro

Cuando les hablo de libros, cómics o películas en esta columna es porque, más allá de su calidad -requisito sine qua non- resultan significativos por alguna razón que trasciende lo puramente artístico, conectando con la realidad del momento, con la actualidad más candente.

Otro concepto que trato de usar con cuentagotas: imprescindible. Hay títulos -muy pocos- que resultan imprescindibles y que, en determinados momentos, deberían ser de lectura o visionado obligatorios. ‘El archipiélago del perro’, recién publicado por la editorial Salamandra, es uno de ellos.

Philippe Claudel escribe sobre el inmenso e inabarcable drama de la inmigración a través de ese estilo suyo, tan personal y característico. Utiliza los resortes del noir para contar historias de corte mítico y legendario, como si de un clásico griego se tratara que, en vez de vestir una toga inmaculadamente limpia, la llevara bien negra.

—‘¿Y a quién le importa la verdad, señor Maestro? ¡La verdad se la trae floja a todo el mundo!’

Así habla uno de los personajes de la novela. Personajes sin nombre, solo arquetipos. Como la Vieja o el Alcalde. Personajes que se enfrentan a un dilema: qué hacer con los cuerpos de tres personas ahogadas. Tres personas de color. Tres inmigrantes muertos.

La novela transcurre en una isla volcánica situada en mitad del Mediterráneo, entre África y Europa y la acción se desarrolla en un tiempo indefinido. Lo mismo puede ser ahora que hace cientos de años. Porque la situación que plantea Claudel se repite cíclicamente, como el mito de Sísifo.

¿Qué hacer con esos tres cuerpos, cuando la isla está a la espera de recibir una fuerte inversión para construir un complejo termal? ¿No asustará a los inversores el revuelo mediático que se armará en torno a los ahogados?

A medida que lean ustedes ‘El archipiélago del perro’ se irán enfrentando a las contradicciones que todos llevamos dentro, igual que nos ocurría al ver ‘Un enemigo del pueblo’, la obra de teatro de Ibsen, o la mismísima ‘Tiburón’ de Spielberg.

Si la primera parte de la novela mantiene intriga y tensión, el último cuarto atesora imágenes de tanta fuerza que tienes la sensación de que la pulpa de papel se deshace en tus manos. Lo dicho: imprescindible.

Jesús Lens

Feliz francofonía

Hoy coinciden en el calendario dos festividades diferentes: el Día Internacional de la Francofonía y, a la vez, el de la Felicidad.

Aunque me guste ir a la contra y mi espíritu de contradicción invite a no hacerle caso a las festividades oficiales, tampoco voy a empeñarme en ser un desgraciado, precisamente hoy. Pero eso del Día Internacional de la Felicidad… ¿no les parece un poco aventurado? De hecho, se está escribiendo mucho contra la Tiranía de la Felicidad y la Dictadura de la Sonrisa.

Tengo un conocido que, a la socorrida pregunta de ‘¿Qué tal? ¿Cómo estás? ¿Cómo van las cosas?’, invariablemente me responde que de maravilla. Que todo bien. Como nunca. Maravilloso y de fábula. Ni que decir tiene que no me lo creo: es imposible tanta felicidad sin fisuras y de forma permanente.

Desconfío de los happy flowers que, cuando no saben qué ponerse, se ponen una sonrisa. Así por sistema. No es que defienda la cara de vinagre, la expresión hosca, el ceño fruncido o el rictus de estar oliendo a caca; pero la felicidad por decreto me parece falsa, cínica y farisea. Y cansina. Muy cansina.

Por tanto, mejor celebro la Francofonía. Desde que conocí a Margarita Buet, la presidenta de la Alianza Francesa de Granada, me siento cada vez más afrancesado. Tiendo a leer a escritores de nuestro país vecino, escucho con devoción los sueños de Ravel y cada semana veo un par de películas francesas en versión original subtitulada. El desafío para los próximos meses: su gastronomía, una de mis asignaturas pendientes, más allá de los quesos y los patés.

Hoy se celebran una cultura y un idioma común y, con especial énfasis, la diversidad integradora de la Francofonía. ¿Despertará tanta controversia como, en los últimos años, nuestra celebración de la Hispanidad o habrán superado los franceses su propia Leyenda Negra?

Por mi parte, la voy a disfrutar leyendo ‘El archipiélago del perro’, de Philippe Claudel, recién publicada por Salamandra. Escuchando un poquito de jazz manouche y viendo un noir de Melville o una comedia de Guédiguian. Y si me encaja, hincándole el diente a un confit de pato. Formas sencillas de abundar en mi afrancesamiento y, a la vez, ser muy feliz.

Jesús Lens