El bar de Álex

Lo bueno de entrar a «El bar» de Álex de la Iglesia, que abrió sus puertas la pasada semana, es que te permite disfrutar de dos películas por el precio de una. ¿Disfrutar? ¿He dicho disfrutar? Bueno, quizá no sea esa la expresión más apropiada… De ello hablo en IDEAL y a esta peli y a la trayectoria de Álex de la Iglesia dedicamos ESTA entrega de nuestro Podcast cinéfilo, En el calor de la noche, Juan Ramón Biedma, Javier Márquez, Fernando Marías y yo.

El caso es que «El bar» arranca especialmente bien, con un poderoso plano secuencia en el que, como en «The player», de Robert Altman, los protagonistas se presentan al espectador dando un paseo y cruzándose entre ellos. Les escuchamos hablar por el móvil, cruzar la calle, discutir… ¡Qué bien retrata Álex el día a día de un ciudad contemporánea! Maestro naturalista y realista que conduce a los personajes al lugar por excelencia en que todo buen español es feliz: el bar. En este caso, el Bar Amparo, cañí, tradicional y de toda la vida. El bar de barrio por excelencia.

 

Diálogos mordaces, réplicas y contrarréplicas, la dueña excesiva, el camarero paciente, el pobre que nunca paga, la pija que solo busca cargar la batería del móvil, el ama de casa con pasión por las tragaperras, el hipster haciendo trabajo de campo antropológico, el oficinista con bullas al que se le pasa la hora del café, el prejubilado que ha trasladado allí su oficina… La España de hoy, conviviendo en un puñado de metros cuadrados.

De repente, ocurre algo que impedirá a los parroquianos dejar el bar. Y comenzarán las tensiones, crecientes. Llegados a este punto, se habla de Buñuel y «El ángel exterminador». Pero también hay que hablar de Hitch y, desde que los personajes descienden al inframundo y a las cloacas, de «La evasión» de Jacques Becker.

 

El problema de la parte inframundana de «El bar» no es que haya momentos cuya escatología parezca salpicar a la platea, sino que los personajes más cargantes del reparto toman el protagonismo de la trama. Y cansan. Y aburren. Y desesperan. Y llega un momento en que sientes necesidad de salir de «El bar». De que todo ello termine. Caiga quien caiga. Al espectador le importa poco quien vive y quien muere. Solo desea salir. ¿Era ese el efecto que perseguía Álex de la Iglesia? Si lo era, lo ha conseguido.

De la Iglesia es uno de los directores con más personalidad de nuestro cine. Sus películas siempre van de más a menos. Pero hay que verlas.

 

Jesús Lens

Un Dios salvaje

Si uno no sabe que “Un Dios salvaje”, la última película de Roman Polanski, está basada en una antigua obra de teatro de Yasmina Reza, que también firma el guión, podría pensar que esta historia, claustrofóbica y angustiosa, ha sido escrita como reacción a la pena de arresto domiciliario a la que el cineasta fue condenado en Suiza, hace unos meses.

Y es razonable pensar que dicho encierro tendrá que ver no solo con la elección del tema sino también con el tratamiento formal de toda una película cuyo metraje transcurre íntegramente dentro de un piso. Es más, la historia de desarrolla entre las cuatro paredes de un salón no excesivamente grande ni espacioso.

A veces, los protagonistas van al baño o salen al descansillo del inmueble, llegando incluso a llamar al ascensor para marcharse, pero como si se encontraran poseídos por la maldición de “El ángel exterminador”, nunca pueden terminar de marcharse de la casa, volviendo adentro, una y otra vez.

¿Quiénes son los protagonistas y qué hacen en el referido salón de ese pisito moderno, en Nueva York?

Se trata de dos parejas. Y hablan. Hablan sin parar. Sin descanso. Son dos parejas de padres que no se conocían hasta que el hijo de una de ellas agrede al de la otra. Los padres del muchacho agredido invitan a su casa a los del agresor, para hablar sobre el comportamiento de sus vástagos.

Y, a partir de ahí…

La película es desacostumbradamente corta, pero intensa. Una película sustentada en el trabajo de cuatro extraordinarios actores y en un guión preciso y afilado como un cuchillo jamonero.

Una película en la que, sin pasar nada, no dejan de pasar cosas.

Una película que acredita el valor de la palabra como vehículo para contarlo todo.

Una película angustiosa y desasosegante, que entronca con otras de su autor en las que el encierro, la claustrofobia y la opresión son temas recurrentes, como “El quimérico inquilino” o, sin ir más lejos, su ultimísima “El escritor”, directamente emparentada con esta “Un Dios salvaje”.

Una crítica feroz hacia esa corrección política que, trufada de jipi-pijismo cursi, bohemio y de diseño; tiene su punto culminante en la pota que uno de los personajes vomita sobre unos exclusivos catálogos de arte que descansan en una mesa, junto a uno tulipanes que también tendrán mucho que decir en la historia. Como los móviles, y las compañías farmaceúticas, y la cooperación internacional, y la lucha en defensa de los animales, y…

Porque el guión de Polanski y Reza está repleto de pequeños detalles, de guiños y de gestos cómplices para un espectador que en un momento dado se está riendo de la necedad de un personajes y, al instante siguiente, se verá reflejado en la estulticia de otro.

Porque “Un Dios salvaje” es una disección en crudo de esta sociedad en que vivimos. Una sociedad que, como todas las burbujas, es susceptible de explotar en cualquier momento, por la causa más nimia.

En resumen, si no la has visto aún, ¡ve a verla!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.