Por Despeñaperros, camino de Madrid

Me hace ilusión volver a teclear desde el autobús mientras el paisaje va cambiando a mi alrededor. Me asomo a la ventanilla, que es un gran ventanal, y los pinos, las encinas y las paredes montañosas me ofrecen un gran espectáculo. Estamos atravesando Despeñaperros, camino de Madrid, y las vistas son estupendas.

Hacía años que no pasaba por aquí. Desde que inauguraron el AVE, el nuestro, el cojitranco, el que te hace cruzar media Andalucía antes de tirar con decisión para arriba; siempre he viajado a Madrid en tren.

Esta vez hemos decidido tardar un poco más, pero pagar bastante menos. A fin de cuentas, viajamos por placer. Sin bullas. Y con hambre. Que hemos cogido el autobús que no para, en el que antes te recogían el equipaje, te daban un piscolabis, un desayuno y la prensa del día y ahora no te dan ni las gracias. Al menos, los asientos son cómodos. Y amplios. Pero poco más, que hasta el agua está caliente y bajo mi asiento viaja el pañal sin recoger de una criatura. 

Durante toda mi vida, que solía ser un frecuentador constante de la línea Granada-Madrid, por Despañaperros se pasaba. Pero una vez fui. A Despeñaperros. Como destino. Ahora veo que hay varios carteles marrones en la carretera que avisan del Parque Natural, con su centro de recepción de visitantes incluido. Pero entonces, hace ya muchos, muchos años, no había señalética alguna. De ahí nuestra sorpresa cuando el bus se paró en un ensanche de la carretera, la de toda la vida, y nos apeamos para hacer una excursión con la mochila a cuestas.

Fuimos a la cascada de Cimbarra, en el río Guarrizas. Que ya me dirán ustedes, la toponimia de la zona. Se me hace extraño, por cierto, que no haya un Change.org pidiendo el cambio de nombre de Despeñaperros. Hay dos teorías sobre el origen de tan peregrina denominación. Una es muy filológica y apela al límite, al fin de las Españas. La otra vendría de los tiempos de la batalla de las Navas de Tolosa y ya se pueden ustedes imaginar quiénes eran los ‘perros’ despeñados.  

El caso es que la excursión era una pasada. ¿Conocen ustedes este entorno? Yo me quedé tan flipado que anoté en mi cuaderno de viajes, con pelos y señales, el hito kilométrico exacto desde el que partía el camino que conducía a la cascada, que entonces no existían Wikiloc ni Google Maps. Porque pensaba volver, desde luego, para recorrer la zona con más tiempo y detenimiento. Y lo haría a no mucho tardar. Hasta ahora.

La vida es lo que pasa entre que trazas un plan y caes en la cuenta de que nunca lo cumpliste. En este caso han pasado muchos, muchos años. Media vida, como el que dice. Lo mismo es una buena ocasión para proponerme volver a hacer aquella excursión, pero lo primero tendría que ser comprar unas botas de montaña. ¿Por qué no? Venga, va. Ya tengo un plan…

Jesús Lens