Hoy, festividad local

Eran las 9.45 de la mañana de este sábado, festividad de las Soledades, las Angustias y las Dolores y, por tanto, día grande de celebración en Granada, cuando pasé por la puerta de la peluquería, que estaba abierta.

Al peluquero le había pasado como a mí: no se acordó de la magna y sufriente festividad local, por lo que tenía varias reservas confirmadas. Pero en ese momento, estaba solo, así que aproveché para esquilarme.

No llevaba ni cinco minutos sentado en el sillón cuando aparecieron un padre con su hijo adolescente. Unos quince años tendría el mocetón.

El peluquero le dijo que hasta las 10.45 no podría atenderle, pero padre e hijo convinieron en que el muchacho se quedara allí sentado, esperando su turno. El hombre dejó pagado el pelado y se fue. El chico permanecía mudo.

Por el espejo, veía al chavalote. Me extrañó que no sacara una consola para jugar. O que bicheara con el móvil. Tampoco llevaba iPod, MP3 ni cualquier otro rastro de cacharrería postmoderna.

Seguí atento a las evoluciones de ese Entre Niño / Entre Hombre, que no hacía amago de coger o tan siquiera mirar las portadas de los periódicos o revistas que siempre hay a disposición de los clientes en cualquier peluquería, para amenizarles la espera.

Su actitud era desconcertante.

En estos tiempos de sobreexposición a todo tipo de estímulos auditivos y visuales, aquel sujeto se mantenía quieto e inalterable, sin que nada distrajera su atención, la mirada suspendida en el vacío.

Nadie hablaba.

Solo se escuchaban las tijeras del peluquero.

¡Hasta el caer de mis canas al suelo podía oírse!

Y aun quedaba una hora para que, al chaval, le llegara su hora.

Entonces, de pronto, se movió.

En concreto, movió el brazo derecho y condujo su mano hacia el rostro. Metió un dedo en la nariz y, tras hurgar en su interior, devolvió el brazo a su posición natural, sobre la pierna mientras, con dos dedos, comenzaba a amasar una pelotilla, lenta y concienzudamente.

Al momento de irme, seguía sin decir nada.

El muchacho.

Jesús impávido Lens

¿Y el 15 de septiembre de 2008, 2009, 2010 y 2011?

Desencuentros

Llegó tarde porque, dijo, creía que habíamos quedado en el otro local y no en ese. Como nunca sé de qué humor va a estar, en vez de los típicos besos en las mejillas, le tendí la mano. Se quedó cortada.

Nos sentamos. Como íbamos con prisa, ya había pedido los entrantes, pero ella apenas picó ni el steak tartar ni el ibérico: creía haber dejado claro que, en esta ocasión, nada de carne. El vino tinto, con mucho cuerpo, ya estaba oxigenándose en el decantador.

Ella, con el arroz, pidió Barbadillo.

– ¿Y cómo es que vienes en manga corta, con el frío que hace? – me dijo mientras pelaba una gamba.

– Porque te entendí que hacía calor, esta tarde.

– ¡Anda, como la vez en que llegué empapada porque creí que dijiste que ya escampaba!

Cuando le refería El Mundo, ella entendía El País. Si comentábamos el fútbol, ella pensaba en baloncesto y cuando ella me hablaba de comidas, yo me iba a las cenas.

Mezclamos el té con el café, el azúcar con la sacarina, la ginebra con el vodka y la tónica con el limón.

A la hora de pagar, me tocaba invitar a mí. Saqué la tarjeta, pero no tenían datáfono. El efectivo lo llevaba ella.

Al salir y despedirnos, cuando yo iba a besarla, ella me detuvo alargando el brazo para darme la mano.

Sonreímos ambos.

Y quedamos en hablar. O vernos de nuevo. La semana siguiente. O el mes próximo.

Jesús Lens