CITYVILLE, CUESTIÓN DE ESTILO

¿Veis como seguiríamos encontrándonos en IDEAL? Hoy publicamos este artículo, sobre un jueguecito que arrasa en Internet… ¿nos habremos vuelto locos o tú también cosechas, abres comercios y expandes tu ciudad?

🙂

David quería poner una lavandería en la parcela libre que había en mi ciudad, pero le dije que nones. Que por mucha pasta que dejara, y no teniendo nada en contra de un negocio tan higiénico como imprescindible, prefería instalar una sucursal de su franquicia de librerías, llamada IDEAL, por cierto.

El alcalde de Danville me insistía en que la lavandería era un negocio mejor. Y yo no lo dudaba, pero prefería la librería. Por afinidad personal y, también, por cuestión de estética. De estilo.

Yo no sé cuántos de vosotros tendréis vuestra propia ciudad, a través del Facebook, pero ya somos más de cien millones de personas las que jugamos al Citiville, un juego que, a tres meses de las elecciones municipales, cobra todo su sentido.

Por ejemplo, en mi ciudad, Makumba, he abierto dos muelles que proveen de productos y mercadería los negocios de la localidad, por lo que la huerta ya no es tan necesaria como hasta ahora. Eso de plantar, cosechar y almacenar consume mucha energía, la verdad, y los especuladores inmobiliarios claman por esos espacios para construir apartamentos, una inversión mucho más rentable. Pero yo, paso. Mi ciudad es como es gracias a las cosechas de maíz, arándanos y calabazas así que, no les voy a dar la espalda a mis raíces. Y por muchos productos que vengan de China, Dubai o Estados Unidos, como los tomatitos caseros, nada de nada.

Otra característica de mi ciudad: no renuncio a los edificios de ladrillo típicos de mi particular Little Italy ni quiero cementar mi paseo marítimo con grandes torres de apartamentos. Además, creo que imitaré la justicia redistributiva de Cristina, que en su Plan de Reordenación Urbana ha llevado las huertas, granjas y almacenes a los barrios de rascacielos y ha dejado las canchas deportivas, bibliotecas y museos en las zonas modestas de su ciudad. ¡Eso es estilo!

Sin embargo, mi Makumba es un caos. He de reconocerlo. Ha experimentado un rápido crecimiento y los edificios y negocios están apiñados en las parcelas, amontonados. Apenas hay zonas verdes. Por eso espero la ayuda y asesoramiento de David, cuya referida Danville es un ejemplo a seguir de desarrollo urbanístico sostenible y peatonal, lleno de árboles y jardines, monumentos, estatuas y flores de buen gusto. De momento, la zona de expansión de mi ciudad sigue vacía, esperando una buena y acertada intervención que aleje el fantasma de la contaminación de ciudades como Madrid, estos días convertida en la célebre Poisonville narrada por Hammett en sus novelas negras.

Por cuanto a los negocios, me sorprende que mi asesor en franquicias me urja a montar un cine. Pero me gusta. Va contra el signo de los tiempos. Y, aunque tengo ofertas casi irrechazables para invertir el efectivo disponible en la caja del ayuntamiento en aventuras empresariales de rápido crecimiento, estoy ahorrando para construir una cancha de baloncesto.

Lo que decía al principio: cuestión de estilo. Y modelo de ciudad. Lo que, extrapolándolo a nuestras próximas elecciones municipales, debería hacernos reflexionar, más allá de caras, nombres y siglas. ¿Qué modelo de ciudad nos ofrecen, unos y otros?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

EL BESO DEL VIAJERO

Dedicado a Silvia y su Caracolillo,

a punto de emprender un precioso y emocionante viaje.

Con todo cariño.

 

 

 

Hoy publica IDEAL este cuento, El Beso del Viajero, también dedicado a quiénes estos días van y vienen por esos mundos, viajando, en el mes nómada por excelencia.

 

La leyenda del conocido como Beso del Viajero está documentada, por primera vez, en la tradición cristiana de las Cruzadas, aunque en realidad hunde sus raíces en el pasado más remoto ya que, desde que el hombre es hombre, se ha embarcado en peligrosos y complicados viajes que le han hecho evolucionar, desarrollarse y llegar a convertirse en lo que hoy es.

 

Cuenta la historia que un niño llamado David Delacroix se enroló en una de las expediciones militares que, desde el sur de Francia, partieron hacia Tierra Santa para librar a Jerusalén del poder de los infieles. En el año 1212, después de que varias Cruzadas anteriores hubieran fracasado, se desató una especie de fiebre o locura según la cuál, en la raíz de las derrotas cristianas estaba la falta de pureza e inocencia de los cruzados, de forma que únicamente un ejército de soldados puros estaría capacitado para reconquistar Jerusalén.

 

En ese momento de efervescencia puritana, surgió un predicador de sólo doce años de edad que organizó la que se llamaría Cruzada de los Niños, en la que miles de imberbes partieron de Francia para iniciar una travesía marítima que les habría de llevar a Tierra Santa. En realidad, la mayoría nunca llegó siquiera a desembarcar en sus puertos de destino, dado que los capitanes de los barcos prendieron a los niños y los vendieron como esclavos por diferentes puntos del norte de África.

 

Uno de esos niños fue el pequeño David, que daría con sus huesos, junto al de otro puñado de jovenzuelos, en una desértica ciudad perdida de Mauritania, construida en adobe, de la que era imposible escapar, sencillamente, porque no había a dónde ir, una vez traspasados los gruesos muros que la defendían.

 

Nacido en la húmeda y verde Bretaña, David creyó morir cuando lo arrojaron al secarral en que residía el sátrapa que le había comprado como esclavo. Pero siendo tan joven como vitalista y entusiasta, no se dejó invadir por la desesperanza y, casi sobre la marcha, empezó a discurrir la forma de escapar de allí y volver a casa.

 

Los pobres chicos que le acompañaban en su encierro, sin embargo, sí se mostraron mayormente tristes y abatidos. Y David decidió aprovecharse de ello: a través de sus ojos vivaces, de la chispa de su mirada, se ganó la confianza de la señora de la casa, que no podía soportar el aspecto de corderos al borde del degüello del resto de los nuevos esclavos.

 

David se convirtió en el favorito de la señora, erigiéndose en el preceptor de sus hijos y, como recompensa por su trabajo, esfuerzo y dedicación, tenía permiso para comer los mejores manjares y beber toda el agua que se le antojara. Además, tenía acceso a la pequeña, pero completa biblioteca del señor. No por casualidad, cuando estaba solo, subrepticiamente, se dedicó a estudiar con ahínco los libros de geografía de la zona y, sobre todo, los mapas que señalaban en qué puntos había agua, dónde las caravanas podrían abastecerse.

 

Hasta que, un día, se sintió preparado para emprender la fuga. Como bien sabía David, escapar de la estancia no era complicado. La vigilancia más estrecha se hacía sobre los establos en que se albergaban los camellos que se empleaban para el transporte de personas y mercancías por el desierto. Sencillamente, nadie en su sano juicio emprendería el camino a pie.

 

Y, sin embargo, las ganas de huir de David estaban por encima de cualquier juicio, prudencia o frío análisis de la situación. Por eso, cuando cayó la noche más oscura sobre el desierto, una de esas noches sin luna en las que nada se ve a un metro de distancia y sin haberles avisado previamente, para evitar delaciones, el aguerrido muchacho bretón convocó a sus compañeros de infortunio y les alentó a fugarse con él. Quizá por la sorpresa, seguramente por la rapidez en que se vieron obligados a tomar la decisión, todos aceptaron.

 

Sin titubeos, mostrándose seguro de sí mismo, David condujo a los chicos a través del desierto, alejándose lo suficiente de las vías de comunicación establecidas en los mapas como para no ser descubiertos por sus captores, pero manteniendo un rumbo fijo y paralelo a las mismas, caminando de noche y descansando de día.

 

Mejor alimentado que los demás, a medida que los rigores del camino empezaron a pesar en el ánimo de los jóvenes en marcha, David se sentía en la obligación de alentarles, animarles y convencerles de seguir adelante. Por eso era habitual verle acercar sus labios a sus oídos y susurrarles palabras de apoyo, apelando al recuerdo de sus familias y sus lugares de origen. Y cada vez que hacía ese gesto, era como si depositara un beso en la mejilla de los esforzados cruzados del desierto.

 

Sabiendo que, si iban al primer pozo de los señalados en los mapas caravaneros se encontrarían allí a sus captores, esperando tranquilamente a prenderles, David condujo a su ejército de derrotados infantes, directamente, al segundo de los abrevaderos. A nadie se le habría ocurrido pensar que dicha idea fuese siquiera planteable ni, desde luego, remotamente ejecutable.

 

Y, sin embargo, paso a paso, palabra a palabra; los que parecían niños demostraron ser más fuertes y duros que los más talludos guerreros del desierto. Y gracias a esas palabras que David dejaba caer en los oídos de sus compañeros, a esos aparentes besos viajeros que depositaba cariñosamente en sus mejillas; consiguieron arribar al segundo pozo, donde se encontraron con una caravana de comerciantes que, impresionados y conmovidos por la gesta de los Niños Cruzados, les acogieron y protegieron como si fueran sus hijos.

 

Cuando los jóvenes arribaron a Francia y regresaron a sus localidades de origen, todos contaron cómo consiguieron sobrevivir gracias a aquellas palabras, a aquellos besos que David les iba dando cuando las cosas se ponían mal.

 

Desde entonces, cuando un viajero se aprestaba a iniciar su periplo, la gente que le quería y le apreciaba le cogía en un aparte y, dándole los últimos consejos, bendiciones y parabienes de forma íntima y silenciosa, sellaba su despedida depositando sus labios, con ternura, en su mejilla, dándole ese Beso del Viajero que ya es leyenda.

 

Un beso noble. Bienintencionado, cariñoso y cargado de sentido. Un beso para bendecir el camino del viajero.  

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.