En campaña por Granada

No voy a ser tan cínico de decir que echo de menos aquellos tiempos en que salíamos a unas elecciones cada tres meses, pero sí es verdad que al publicarse los resultados de los sondeos del CIS y del Centro de Estudios Andaluces, me entra gusanillo. A mí, además de interesarme, me gusta la política. Especialmente los aspectos que tienen que ver con comunicación y estrategia. O sea, todo.

Para quitarme el mono he leído ‘Queridos niños’, la novela más reciente del cineasta, periodista y escritor David Trueba, publicada por Anagrama. La portada, con una urna electoral repleta de pirañas, ya es suficientemente indicativa de por dónde van los tiros. Y los bocados. El protagonista absoluto es Basilio, un elefantiásico y deslenguado sujeto que acompaña a Amelia Tomás, candidata a presidenta del Gobierno, en su gira electoral.

Basilio, un tipo baqueteado y con una tempestuosa y agitada biografía a sus espaldas, es el gurú contratado por un partido de corte conservador para ayudar en la promoción de una candidata inesperada y apenas conocida que se presenta como adalid de la limpieza democrática, llamada a terminar con la corrupción que salpica a los suyos. Una gira que recorrerá España entera y que sirve a Trueba para hacer un fino, ácido y corrosivo análisis de la realidad del momento.

Dudé si hincarle el diente, que son 450 páginas y estaba en plena vorágine pre-Granada Noir, pero el estilo directo del autor y lo sarcástico y vitriólico del protagonista han conseguido que la devore en cuatro o cinco noches de impaciente lectura.

Si les gusta la política, es de lectura obligatoria. Si no les gusta, más aún. Porque más pronto que tarde, la política nos roza, nos toca, incluso nos avasalla. Y conocer cómo piensan y cómo actúan los cerebros que hay detrás de los candidatos es un ejercicio fascinante.

Si ustedes vieron lo de Évole e Iván Redondo y se aburrieron soberanamente, este es su libro. Porque Basilio es como Iván, pero mucho más real que esa entelequia televisiva que nunca hizo nada, participó en nada ni se enteró de nada.

Cuando la campaña de Amelia pasa por Granada, uno de los actos estaba marcado por la Toma y versó sobre el credo y la familia. En el otro, la candidata habló con la ciudad a su espalda, que “parecía un posado de campaña de turismo”. Yo no digo nada y Trueba lo dice todo.

Jesús Lens

Vivir es fácil con los ojos cerrados

Largo y abigarrado título para una película, solo aparentemente sencilla, que nos devuelve al David Trueba más tierno, melancólico y romántico de su carrera, a través de una Road Movie que lleva a sus personajes a una Almería con aspecto de Salvaje Oeste, y no porque fuera la cuna del Spaghetti Western, precisamente.

 Vivir es fácil con ojos los cerrados

La película comienza planteando tres historias paralelas que inmediatamente coinciden en un Simca, rumbo al sur. Siempre el sur. Tres historias de las que solo la del maestro hipersensible tiene una cierta consistencia: la del chico que no se quiere cortar el pelo está demasiado cogida por los ídem y la de la muchacha embarazada en fuga está planteada con un cierto trazo hueso. En pocas palabras, demasiadas hostias que vuelan con una facilidad pasmosa como recurso narrativo para poner a los personajes en fuga y embarcarlos en una escapada que tiene como destino la Almería rural y costera en la que John Lennon se encuentra filmando la película “Cómo gané la guerra”.

Pasado ese arranque, la película coge inmediatamente vuelo gracias, sobre todo, a la deslumbrante interpretación de un Javier Cámara que hace suyo el personaje principal, hasta el punto de que sería impensable que cualquier otro actor español, extranjero o extraterrestre lo hubiera podido interpretar. ¿Habrá escrito David Trueba el guion pensando en él? Porque la identificación es total y absoluta.

 Vivir es fácil ojos

Entre risas y charlas, canciones y miradas perdidas, bromas y tarteras; vamos conociendo a los personajes a la vez que ellos se descubren a sí mismos: sus sueños, sus decepciones, sus anhelos, sus planes, sus miedos, sus confusiones… ¡y así llegamos a Almería! Almería como territorio mítico en el que el personaje interpretado por Ramón Fontseré tiene uno de esos bares que ya forman parte de la Lista Imprescindible de los Garitos del Cine Español.

La Almería que nos muestra Trueba es la Almería subdesarrollada y miserablemente pobre de hace cincuenta años. Una Almería en la que los niños tienen tracoma y no van a la escuela porque tienen que ayudar a la mama, vendiendo chumbos o limpiando coches. Niños que no disfrutan ni cuando les regalen un balón de fútbol, prefiriendo un duro que llevarse a la boca. La presencia de una amplia y variada galería de mostrencos con acento ininteligible, desde el “gerente” del hotel en que se alojan los protagonistas a los parroquianos del bar, pasando por la pareja de la Guardia Civil o el acomodador del cine, le aportan un necesario tono de humor a la historia, evitando así que caiga en lo excesivamente dramático o en lo almibarado.

 Vivir es fácil

Porque lo mejor de “Vivir es fácil con los ojos cerrados” es la deliciosa relación que se establece entre el triángulo protagonista: su complicidad, su enamoramiento más o menos platónico, su sintonía, su saber hacer y su saber estar. Y, por supuesto, su ansia de libertad y de encontrar horizontes más abiertos, más amplios y más luminosos que los ofrecidos por aquella España triste, gris, fría y de tiros largos.

Hasta llegar al final. Un final épico. Mitológico. El único final posible. Un final abierto y repleto de posibilidades que se adecúa perfectamente al tono de la película. Un final conciliador, en el que encajan todas las piezas de una historia maravillosamente escrita y filmada con el cariño, el mimo y el tiento que la misma requiere.

 Vivir es fácil ojos cerrados

Y llegados a este punto, si quieres saber para qué viajan los protas a Almería y si conseguirán encontrar a John Lennon y con qué fin, tendrás que darte un salto al cine más cercano y sacar entrada para “Vivir es fácil con los ojos cerrados”.

 Porque no es lo mismo ver una película que ir al cine.

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens

TREME

«El arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad»
Pablo Picasso

 

No pude evitarlo. Aunque después me dice Cristina Macía que hago chistes pésimos, no pude evitar poner un Twitt con las palabras «Tremenda Treme» juntas.

Hay libros, películas o series cuyas expectativas son tan altas que cumplirlas se convierte casi, casi en misión imposible. Ha pasado, parece, con «The Pacific». La teórica segunda parte de ESTA  «Hermanos de sangre», firmada por el mismo equipo de producción (Hanks & Spielberg) de su hermana mayor y promocionada hasta el infinito como la serie más cara de la historia de la televisión, ha dejado fríos a los espectadores.

Con «Treme» podía pasar lo mismo. Viene firmada por David Simon, uno de los genios de la televisión del siglo XXI cuya «The wire» es una referencia constante y permanentemente citada por todos los medios como paradigma y ejemplo. Sin ir más lejos, un largo reportaje sobre el narcotráfico, publicado en El País hace unos días, se abría con una referencia a dicha serie. Después, con ESTA «Generation Kill», Simon puso su mirada en la Guerra de Irak y en las relaciones entre los soldados norteamericanos allí destinados, a través de una narración hiperrealista que también cosechó el aplauso de la crítica.

Por eso, desde que anunció que su siguiente trabajo televisivo versaría sobre la Nueva Orleans post-Katrina, todos los aficionados al buen cine nos relamíamos con delectación. Porque, como no nos cansamos de repetir, buena parte del mejor cine del siglo XXI se está haciendo en la televisión.

Y llegó el momento del estreno. A Carlos Boyero, como podemos leer AQUÍ, le había gustado. Y a David Trueba, TAMBIÉN.

¿Y a mí? Pues mucho. Mucho, mucho. Es verdad, como dice Trueba, que el cameo de Elvis Costello no termina de estar logrado o de tener demasiado sentido. Pero la presentación de los personajes, muchos y muy distintos, las relaciones entre ellos y sus ambiciones y propósitos en la vida están excepcionalmente conseguidos. Del trombonista arruinado («¡toquemos por la pasta, colegas!») que recala en el destartalado bar de su ex-mujer al DJ mitómano aficionado a la enología que se le está bebiendo la bodega de su restaurante a su no-novia. Del jefe indio más cebezota del mundo a ese activista histriónico casado con una abogada liberal.

Un puzzle de personas cualquiera que son cualquier cosa excepto personajes banales, inanes o intrascendentes. Porque lo bueno de las series de Simon es que son pedazos de realidad que desbordan la pantalla. Esos garitos, esos bares, esas calles, esos conciertos, los desfiles, las casas… De Estados Unidos siempre he querido conocer Nueva York, la Ruta 66, el Gran Cañón y el Monumental Valley… y Nueva Orleans.

Tras ver el piloto de «Treme», que ya ha renovado contrato para otros diez episodios de su segunda temporada, ir a Nueva Orleans será más una obligación, una necesidad que un deseo, después de conocer a esos personajes, luchadores natos, que intentan reconstruir su ciudad y recuperar un patrimonio que va más allá de lo puramente arquitectónico. Porque Nueva Orleans es su música, su comida, su libertad, su anarquía creativa… Nueva Orleans es un estado mental.

Terminemos esta (primera) aproximación a «Treme» con unas palabras de su creador, el tan referido Simon: «The wire» iba sobre cómo el poder y el dinero se relacionan con una ciudad. «Treme» trata sobre la cultura. Cuando ya no se recuerde a EE UU por nuestra ideología, alguien entrará en un bar en Katmandú y podrá oír a Michael Jackson, a John Coltrane o a Otis Redding. El origen de eso son los músicos que empezaron aquí con Louis Armstrong. Esa es nuestra exportación al mundo. Y ese legado peligró con el Katrina. No la música, pero sí su punto de origen, Treme, el barrio más europeo, latino y tercermundista de EE UU pudo haber desaparecido».

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.