¡Hasta aquí hemos llegado!

Como es tradicional y mandan los cánones, ahí va mi Cuento de Navidad de este año. ¡Salud, felicidad, buena digestión y ojito con la Ciclogénesis Explosiva!

– ¡Se acabó! En cuanto pase Reyes, au revoir.

Con ese convencimiento se marchó Aurelio a casa aquella noche, tras haber comprobado que la caja de la jornada no le volvía a dar ni para cubrir gastos. Y no pegaba ya el cerrojazo porque sentía que se debía a algunos de sus clientes que, en Navidad, encontraban en su Café un refugio donde resguardarse de la tormenta. Ya vería cómo hacía frente a las facturas pendientes pero, al menos, otro par de semanas iba a resistir.

Aunque intentó mostrarse más o menos como siempre, Carmen, su mujer, le dijo que lo encontraba mustio. Más que de costumbre. Él musitó algo sobre un cliente especialmente pesado, cambió de tema y se marchó a dormir. A dar vueltas en la cama, más bien: una vida entera tras la barra del Café-Bar Cinema y, a la vejez viruelas; había terminado por arruinarse.

Y lo peor era que cada día que mantenía el negocio abierto, las deudas no hacían sino incrementarse. Estaba claro que el negocio se había agotado. Que los parroquianos habituales, cada vez menos, no consumían como antes. Y que la competencia de las franquicias que se habían apoderado del centro de la ciudad, era feroz. La gente prefería pagar unos céntimos menos por productos industriales, aunque muy bien presentados y envueltos, eso sí. Cuestión de gustos. Y, para Aurelio, de disgustos.

Una vez tomada la decisión, Aurelio se obligó a aguantar el tipo, a hacer de la necesidad virtud y a mostrar la mejor de sus caras, sin anticipar sus planes a ninguno de los habituales del Café.

– ¡Aurelio! ¡Que llegamos tarde! ¡Espabila hombre de Dios!

No entendía el empeño de su mujer, aquel 28 de diciembre, en salir a cenar. Y sí. Llegarían tarde. Pero es que a Aurelio le hirvió la sangre cuando supo que iban a ir, precisamente, a uno de los locales que le habían llevado a la ruina. O, al menos, que le habían empujado hasta el precipicio.

En realidad, hasta el último momento albergó la esperanza de que todo fuera una inocentada de su mujer, muy poco graciosa por otra parte; pero cuando se vio cruzando las líneas enemigas… ¡Inaudito! Y, lo que era peor, ¿quién estaba allí, en la barra, a la vista de todos? Pepe. Con Pedro, Francis, Migue y los José Manueles. ¿Sería posible? ¡Con la de veces que se les había llenado la boca diciendo que a ellos no les verían en uno de esos Gastrobares que habían proliferado como setas!

“Y míralos, al fondo: Arturo, Constancio y Alejandro, que tan caros eran de ver por el Cinema… ¡y allí estaban, tan contentos ellos!”, pensaba Aurelio para sus adentros, recordando que éstos eran de los que ya no pasaban por su Café como antes. ¿Y un poco más allá, entre varios grupos de gente desconocida? Alberto. Con Marga. Y toda su panda. ¡Otros que tal bailaban! Con lo que habían criticado esa tendencia a las raciones en plato cuadrado en las que había más loza que lorzas…

En esas cuitas estaba Aurelio, cuando se encontró rodeado por sus hijos, su hermana y sus sobrinos, que le besaban y achuchaban. Buscó con la mirada a Carmen y ella, sonriendo, solo se encogió de hombros.

Y fue entonces cuando Felipe tomó un micrófono y la palabra.

– “No puedo imaginar lo que le habrá supuesto a usted, Don Aurelio, entrar en uno de mis locales. De hecho, tenía miedo de que le sangraran los ojos y los oídos o temía que, directamente, entrara en combustión espontánea. Por fortuna, no ha sido sí. Y créame que me costó convencer a Doña Carmen de que le hiciera venir. Ella tampoco se fiaba ni lo veía claro. Pero me alegro de que, al final, se animara a ser cómplice de esta pequeña maldad, arrastrando a sus amigos y clientes. Sé positivamente, Don Aurelio, que desde que abrieron tanto este local como otros parecidos por la zona, la afluencia a su Café-Bar Cinema se ha resentido. Por eso, hoy, Día de los Inocentes, hemos querido darle una sorpresa.

Aurelio, al que sus años tras la barra le habían hecho hombre versado y de lengua afilada, sin que sirviera de precedente, estaba mudo y estupefacto.

– “Esta noche, toda la recaudación de este local será para la caja del Café-Bar Cinema, Don Aurelio. Además, aquí tengo un cheque con lo recaudado en otras tiendas y comercios de la zona, muchos de cuyos dueños nos acompañan esta noche. Y no. No se vaya a pensar que es altruismo o, peor aún, caridad. Ni mucho menos. ¡Es justicia! Un Café como el suyo, histórico, por el que ha pasado toda la memoria viva de esta ciudad, engrandece este barrio y es un orgullo para nosotros compartir vecindad. Además, tenemos que conseguir que su Café-Bar Cinema sea un reclamo no solo para los vecinos y residentes en la zona, sino también para turistas y viajeros, algo en lo que ya hemos empezado a trabajar. Pero de todo ello hablaremos cuando pasen las fiestas. Ahora solo me queda decir… ¡SALUD!

Aurelio se tenía por un tipo duro. Y, sin embargo, mientras entrechocaba su copa con las de todos sus familiares, amigos y demás parroquianos; pugnaba por evitar que las lágrimas terminaran por saltar de sus ojos.

Jesús Lens

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¿Qué piensas hacer?

– ¡Feliz entrada de año, Antoñín!

¡Y dale!

– ¿Ya sabes qué vas a hacer? ¡Que mañana descansas!

Descanso. ¿Sabrían ellos? En puridad, tenían razón. Descansaba. Como esos otros dos infaustos días del año. Uno, justo la semana anterior. Y el otro, el Sábado Santo.

Era lo que tenía ser vendedor de prensa, lo que horrorizaba a la mayoría y lo que a él, sin embargo, le encantaba: que había periódicos todos los días del año y que, por tanto, había que abrir. Todos los días… menos tres.

– ¿Qué piensas hacer mañana, Antoñín?

Pues fastidiarse. ¿Qué iba a hacer? Sin nadie con quién comentar los titulares del Marca o el Sport; sin Luis metiéndole caña al alcalde por cualquier cosa que publicaran las portadas de IDEAL o Granada Hoy, sin María Luisa, que siempre se llevaba tres periódicos para la barra de su cafetería, aunque muchas veces no tuviera tiempo ni de hojearlos.

¡O el viejo Marcos, con su obsesión por los regalos, los cupones, las cartillas y las promociones! Y los dos o tres adictos a los coleccionables, que disfrutaban de cada entrega semanal de los dedales del mundo, las miniaturas de coches o las pulseras étnicas como si de los partidos del Real Madrid o el Barça de tratara.

Y estaban esos otros, los jubilados, prejubilados y parados que, con vergüenza, hojeaban los periódicos a toda velocidad, como disimulando. Aunque algunos eran unos auténticos tacaños, la mayoría, bien lo sabía Antoñín, no podían permitirse comprar la prensa a diario. Hasta ahí había llegado la crisis. Hasta los quioscos. De hecho, unos meses antes había tantas cabeceras que apenas le cabían en el expositor. Luego llegaron los gratuitos, un tema del que prefería no hablar, que le hervía la sangre. Y, después, la debacle: cierres, despidos… ¡Cómo le dolió lo de La Opinión, de un día para otro!

La cosa se había puesto tan mal que había padres que, al pasar junto al quiosco, obligaban a los niños a acelerar el paso, no fueran a pedirle alguna revista o tebeo.

Así pasaba sus días, Antoñín. Entre los unos y los otros. Entre los de izquierdas y los de derechas. Helado unas veces, cocido otras; lidiando con los críticos y los partidarios de Wert, de Mas, de Mou y de Guardiola. ¡Menos mal, eso sí, que estaba el Granada en Primera!

La de discusiones que, gracias al equipo rojiblanco, había conseguido desviar Antoñín, cuando algunos de los habituales se tensaban demasiado. ¡Ay, esos clientes! Unos días con más prisa, otros con más calma; lloviera o cayeran los cuarenta grados de agosto… ¡hasta nevando, se paraban a pegar la hebra!

– ¡Un día que no madrugas, Antoñín! ¿Qué has planeado hacer?

Viudo, sin hijos y con su hermano emigrado a Inglaterra por la crisis… ¿qué iba a hacer? ¡Pues esperar a que amaneciera el 2 de enero para, por fin, poder hablar del coñazo de la Toma y, sobre todo, comentar las campanadas con la que, sin duda, era su familia! Su gran familia.

Este Cuento de Navidad, publicado en IDEAL y reciclado como Cuento de Año Nuevo, está dedicado a nuestros queridos quiosqueros, una de las primeras personas que, cada mañana, nos da los buenos días.

¡Gracias, Pepe, Juan, Paquito, Francis y todos los demás!

Jesús Lens

A ver, ¿cómo empezamos el año, en 2009, 2010, 2011 y 2012?

Esta vez no lo conseguí (pero sirvió para algo)

Cuando me desperté el domingo 11 de diciembre y salí a la calle, estaba resignado a que esta vez no lo iba a conseguir.

Llevaba semanas dándole vueltas a alguna idea con la que construir un texto que me permitiera participar en la décima edición del Concurso de Relatos y Cuentos de invierno que convoca IDEAL, pero no había manera. Porque todas las ideas, por divertidas, luminosas, alegres, peregrinas, absurdas y surrealistas que parecieran, terminan desembocando en Ella, la Innombrable, en aquella de la que no nos gusta hablar pero que, inevitablemente, termina presidiendo todas nuestras conversaciones, tertulias, pensamientos y pesadillas.

Y no. Me negaba. Me negaba firmemente a seguir alimentando a la Bestia, dándole carnaza hasta en estos “días tan señalados”. ¡Es que ni una rápida lectura del libro de Punset sobre el optimismo conseguía sacarme de la negatividad ambiental!

Intentaba pensar el clave cómica, pero todos mis personajes terminaban llorando a lágrima viva. Si optaba por el género negro y criminal, la historia desembocaba en un baño de sangre y, cuando buscaba un toque Capra, con fantasmas y angelotes, lo que encontraba eran historias de zombies y muertos vivientes.

¡No había manera!

Condenado a no estar en esa hermosa recopilación de cuentos y dibujos que regala el periódico el día de Nochebuena, me senté en mi cafetería de los domingos. Pedí el café y la tostada y empecé a pasar las hojas del periódico. La enésima derrota del Madrid frente al todopoderoso Barça de Guarmessi apenas conseguía disimular una triste realidad de empresas cerradas, polígonos industriales repletos de naves vacías, trabajadores encerrados que exigen el pago de sus nóminas, un vecino de Motril condenado a más de dos años de prisión por robar 7 euros a dos jóvenes a punta de fusil de pesca submarina, estafas de todo tipo, pelaje, protagonistas y afectados… ¡y hasta robos de polvorones de un supermercado!

Pero el periódico traía otras noticias, como la de O Sel Ling, el niño lama que abandonó su divinidad impuesta para convertirse en persona normal, de carne y hueso y que, enfrentado al día a día de las personas corrientes, se siente muy feliz. O la del tratamiento Doctor Juan Segura, que permite a personas con discapacidad intelectual subirse a un escenario y representar una obra de teatro, como parte de su terapia. O la de una emprendedora que, con una ayuda de 9.000 euros, ha puesto en marcha su propia empresa.

Y me enfadé conmigo mismo. Por no ser capaz de pensar nada más que en lo (teóricamente) Único, contribuyendo a potenciar el tétrico ambiente que nos rodea, incidiendo en el pesimismo existencial que nos invade, añadiendo una capa más de gris sobre marrón a esta España triste y monocromáticamente otoñal en que nos hemos instalado.

Entonces me acordé de que le debo a María, la hija de mi amigo Pedro, un cuento de princesas. Y a mi sobrina Julia, que le encantan las historias de Caperucita Roja. O a David, Alejandro y José Manuel, que se pirran por los dragones y los caballeros andantes.

Así que, ¡sacudámonos de una vez la angustia, el pesimismo y la tristeza! Vale. Es cierto. Las cosas están difíciles, son tiempos duros y no hay muchas razones para sonreír. Pero ir con la cara mustia y el gesto avinagrado tampoco nos va a ayudar en nada.

Por todo ello, y aunque ya no me de tiempo a escribir un relato, un cuento invernal, esta convocatoria que terminaba el 11 de diciembre ha tenido la virtud de recordarme que, solo por el hecho de estar hoy aquí, tecleando, leyendo, recordando y armándome de buenos propósitos, ya puedo darme por contento y sentirme afortunado.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

¿Qué blogueábamos otros días de Nochebuena? 2008, 2009 y 2010

CUENTO DE NAVIDAD

Permitidme que adelante el tradicional Cuento de Navidad unas horas dado que la columna de mañana de IDEAL cae en día 24, que es cuando se publica el cuaderno con los relatos de invierno… Espero que os guste.

NIEVA EN LA HABANA

Nunca le había tenido miedo al folio en blanco. Siendo guionista, ese miedo sería tan absurdo como el del cirujano al escalpelo o el del obrero al andamio. Era escritor y escribía. Punto.

Solo que, en plena ola de frío polar, rodeado de una intensa ventisca de nieve, no conseguía centrarme en las escenas que tenía que escribir, con los protagonistas en un país del Caribe, todo despechugados y calentorros. Escenas que los productores estaban esperando y que tenía que rematar, sí o también, a la mayor brevedad de tiempo.

Había corrido las cortinas, tenía la calefacción echando bombas y hasta me había preparado unos mojitos mientras sonaba el Buena Vista Social Club en el equipo de música.

Y nada. Imposible. No había manera. No tenía yo cuerpo de rumba ni alma de mulato, para escribir las tórridas escenas de mar azul y arena blanca, cuerpos tostados al sol y arrumacos amorosos en noches estrelladas bajo las estrellas del cielo.

Y justo cuando empezaba a desesperar, sonó el timbre de la puerta.

– ¿Don Julio de la Corte Anglada?

Pues no. No era yo.

– El mismo que viste y calza. ¿En qué la puedo ayudar? Pero… ¡pase, pase! No se quede en la puerta, con la que está cayendo.

Unos meses después, volví a contar la historia. Esta vez, ante un público selecto. Debo reconocer que la había contado ya tantas veces que estaba perfectamente pulida, sabiendo a ciencia cierta que triunfaba con ella, de forma arrolladora, en todos los foros y ante cualquier interlocutor.

– Y, por supuesto, quiero dedicar este premio Goya a mi esposa, Gladys. El día que, como la paloma, se equivocó y llamó por error a mi puerta, no sólo inundó de luz y alegría mi casa, mi vida y mi entera existencia; es que su calor y su ardor tropical me sacaron del pozo creativo en que estaba sumido, siendo la pieza clave que me permitió terminar el guión por el que esta noche, queridos compañeros, me habéis concedido este maravilloso premio. ¡Va por ti, Negra habanera de mi corazón!

Jesús Lens Espinosa de los Monteros

(OTRO) CUENTO DE NAVIDAD

Hoy, un corta y pega del Cuento de Navidad que ayer traía El País, en su peculiar Editorial de El Acento. Sin desperdicio.

 

Abdoulaye Coulibaly se ha convertido en el primer albino que ha obtenido el estatuto de refugiado en España. Su expediente fue aprobado el viernes pasado por la oficina de Asilo y Refugio del Ministerio del Interior. Llegó a España, a la playa de la Tejita en el sur de Tenerife, el 29 de marzo en un cayuco que había partido de Nuadibú, Mauritania, con 65 subsaharianos a bordo. Pero su historia arranca mucho antes, y está tocada por la firme voluntad de dejar atrás un mundo lleno de supersticiones, para conquistar otro donde el color de su piel dejara de ser una permanente amenaza de muerte.

Nacer albino en el continente negro significa estar sometido a una presión intolerable. Muchos creen que su piel trae riquezas y buena suerte, por lo que los convierten en objetos de descarnadas cacerías. «Sé que a otros albinos les han cortado los dedos, han usado su pelo o les han cortado la cabeza para usarlos en rituales», ha contado Abdoulaye Coulibaly, a quien llamaron al principio Mozsy.

Hay datos que ponen los pelos de punta: se calcula que en Tanzania fueron secuestrados y asesinados en el último año unos 40 albinos; y que fueron 10 los que cayeron en Burundi y Congo: se les quitó la piel para trocearla y contrabandear con ella. En otros lugares, como Camerún, son los propios padres los que asfixian a sus hijos albinos cuando nacen para evitar futuras zozobras. Y hay aldeas donde se cree que son blancos porque la mujer cometió adulterio con algún hombre de ese color, así que también los matan.

A Coulibaly lo persiguieron un par de veces para hacerse con su piel. La última, cerca del estadio Veintiséis de Marzo de Bamako: lo metieron en una furgoneta e iban a llevárselo, pero gritó tanto que consiguió ayuda. Su decisión de dejar Malí fue entonces inapelable. La travesía en el cayuco fue un infierno: su delicada piel quedó manchada de quemaduras. Al tercer día de viaje, su sueño estuvo a punto de quedar truncado. El motor se estropeó y hubo alguno que gritó que la culpa tenía que ser suya.

Soy negro, mi piel es blanca», dijo uno de los albinos más célebres, el músico Salif Keita. Su fundación apoyó la petición de asilo de Coulibaly. El sueño de este joven de 22 años se ha cumplido. Es un motivo de celebración en un día como éste: ¡Felicidades!