CUBA LINDA

Lo bueno de conocer gente nueva es que te permite hablar con ella de cosas que, con otros, ya puedes tratar, a pique de que llamen cansino, pesado, repetido, aburrido y pelma sin remedio.

Estos días hablamos de Cuba, de mis queridos Lorenzo y Rebeca, estos Príncipes de Santa Clara.

Y de Lola y el Mejunje, por supuesto.

Hablamos del Barrio, de Pechoemulo, de “Que en vez de infierno encuentres gloria”. Hablamos de Santa Clara.

Hablamos, claro, de Cuba Linda.

Y cuando hablamos e Cuba Linda, hay que escuchar el piano de Bebo. Y al Cigala. Que a los niños, antes de darles leche, hay que darles cariño.

Cuba Linda, de mi vida,

Cuba Linda, siempre te recordaré.

Y el «Chan chan», por favor. ¡¡¡¡El «Chan chan»!!!!!

Brindemos. Por los amigos de siempre. Y por las nuevas amistades.

Y así pasan los días, y yo desesperando, y tú,,,, tu contestando Quizás, quizás, quizás 😉

¡Salud!

Jesús Cubanísimo Lens.

LA HABANA Y ALEJANDRÍA

La editorial ALMED presenta dos auténticas perlas bibliográficas.

 

Por un lado, el clásico de E.M. Foster sobre Alejandría.

 

Y, por otro, un libro muy especial: «La Habana. Puerta de las Américas», del cubano Amir Valle.

 

¿Es posible que les suene el nombre de Amir?

 

Sí. Cuando hablábamos de él y de La Otra Cuba. O cuando estuvimos en Carmona, celebrando con él la consecución del premio de Novela Negra Ciudad de Carmona, de Almuzara, con «Largas noches con Flavia». Vinculado, por lo general, a ese género negro y criminal que tanto nos subyuga. Sin embargo, hace un par de años, en Semana Negra, le pregunté a Amir si le gustaría escribir la historia de su ciudad. De esa La Habana que es parte de su existencia.

 

No se lo pensó. Y dijo que, por supuesto, sería un honor.  

 

Y tras meses de documentarse, leer y estudiar, se lanzó a escribir un libro prodigioso que, en cada una de sus páginas, consigue captar la magia, la esencia, la dureza y el goce de vivir de una de esas ciudades que, más allá de ser la capital de un país tan arrebatadoramente hermoso como controvertido, atesora buena parte de la historia de Latinoamérica.

 

Como decía, es un libro muy especial para mí. Porque Amir es un buen amigo. Porque La Habana nos arrebató, cuando la visitamos, hace unos meses. Porque es uno de mis escritores favoritos. Porque la idea surgió en Gijón, en ese mágico festival que es Semana Negra. Porque, dejando aparte «Hasta donde el cine nos lleve», es el libro del que más cerca he estado. Desde su génesis, siguiendo la redacción, corrección, diseño, búsqueda de la foto de la portada…

 

Amir y Eduardo Monteverde, en Negra y Criminal versión Gijón
Amir y Eduardo Monteverde, en Negra y Criminal versión Gijón

Escribir es fantástico. Pero asistir al proceso de creación literaria va más allá. Ha sido un placer y un honor compartir conversaciones, e mails, manuscritos y maquetaciones tanto con Amir Valle, el autor, como con Jerónimo, José Manuel y Juana, artífices de que esta aventura haya llegado a buen puerto.

 

Ahora sois los lectores a quiénes os toca juzgar.

 

En unos días volveremos a hablar de «La Habana. Puerta de las Américas».

 

Jesús Lens, contento como un niño con zapatillas nuevas.          

LA LOLA

Se llama Lola y tiene historia, 

aunque más que historia sea un poema. 

Su vida entera pasó buscando 

noches de gloria como alma en pena.

 

Café Quijano.

La Lola (*) 

 

 

Ella fue la primera (y única) cubana que consiguió que bailase. Indirectamente. Porque yo, créanme, tengo un gran problema con el tema del baile. No puedo con él. Ni nos entendemos ni nos llevamos bien. Además, mi médico me lo tiene prohibido. Que no me hace ningún bien, dice.

 

Como mi entrenador personal. Mi coach particular, cuando me vio una noche intentar dar unos pasos de baile, animado por tres rones de más:

 

  • En serio. Bastante tienes con arrastrarte por los caminos, cuando sales a correr. Y con mancillar la memoria de los grandes jugadores de la historia que tanto reverencias, cuando juegas al baloncesto… De verdad. Lo del baile, olvídalo. Tú, en la barra. Todo el mundo lo agradecerá. Además, a ti que te gusta la novela negra, recuerda el gran clásico de Norman Mailer, «Los tipos duros no bailan».

 

Y, sin embargo, ella lo logró. Con una simple mirada… me arrastró a la pista. Ella. Lola. La única, la especialísima, inolvidable y singular Lola.

 

Pero antes de contarles cómo lo consiguió, permítanme que les hable de El Mejunje, el garito, el antro con más personalidad que he conocido en mi vida.

 

El Mejunje. Entramos antes de que abriera, Panchy, Rebeca, Alvaro, Lorenzo, Pepe y yo, al terminar nuestro paseo por el Barrio, a echar un vistazo. Estaban preparando las cosas para una velada que se prometía de alto voltaje, con actuaciones en directo de buena parte de los artistas habituales del lugar. Lo primero que nos llamó la atención: las pintadas en las paredes. Buenísimas. Descojonantes. Algunas, hasta hirientes.

 

Por ejemplo, el letrero para el WC: «Si es virgen, no pase». «Hoy no se respetan las canas. Se tiñen». «un chisme es como una avispa. Si no puedes matarla al primer golpe, mejor no te metas con ella». «El amol no se compra. Se alquila». «Clínica estética: entre siendo una mujer vieja y salga siendo un hombre nuevo». «Lo que sentí fue como un gallo en mi interior. Fdo. La Gallina».  «El dinero no hace la felicidad. La compra». Y otras perlas por el estilo.

 

Prometía la noche.

 

Y nos fuimos a cenar. Al Amanecer. Donde nos dimos una mano imperial de puerco, pescado y otras delicias. Tanto y tan bien comimos que, cuando volvimos al Mejunje no cabía un alfiler y buena parte de las actuaciones ya habían terminado, aunque tuvimos ocasión de disfrutar del espectáculo de un genial transformista antes de que arrancara el grupo encargado de tocar para cerrar la noche, algunos de cuyos miembros habían tocado con Celia Cruz.

 

El público, de lo más variado. Gente joven y menos joven, pero toda tirando a moderna. Y es que, tal y como nos explicarían Lorenzo y Rebeca, el Mejunje pasó de ser un local proscrito, paraíso de transformistas, transexuales y homosexuales, al único espacio de libertad artística y resistencia cultural de Santa Clara, rendida mayoritariamente a la tiranía del Regetón más irritante.

 

Un espacio al que acudimos debidamente pertrechados de una botella de Havana Club, que bebíamos a buchitos, solo, ya que el Mejunje sólo dispensaban calambuco casero y no estaba Lorenzo muy convencido de que nuestros aburguesados estómagos europeos fueran capaces de soportarlo.

 

Bueno. Ya están ustedes ubicados, amigos lectores. Como nosotros, en medio del maremágnum que era El Mejunje, pasada la medianoche, cuerpos contoneándose al son de la música de Los Caifanes y tomando el ron a pequeños tragos.

 

Y, entonces, apareció ella. Lola.

 

Poderosa melena al viento, sosteniendo un pitillo con formas sofisticadas, maquillaje abundante y, sobre todo, una altura que la acercaba a los dos metros y una musculatura tan poderosa que decía que sí. Que, efectivamente, Lola era un gran hombre.

 

Tanto, que su mirada se elevaba por encima de los demás mortales que se movían por El Mejunje y se clavaba directamente en mí, otro tipo de altura. Y no era una mirada cualquiera. Era una mirada desafiante, aviesa, retadora. Y uno, que de natural es osado y valiente, esta vez escondió el rabo entre las piernas y, soltando el vaso de ron, se abrió paso entre sus amigos para, tan cortés como firmemente, pedirle a Panchy que le hiciera el honor de bailar conmigo.

 

Y allí estaba yo, convertido en un trasunto de Travolta, ignorando los consejos de mi médico y de mi coach particular, bailando como un poseso, provocando el furor de la concurrencia. Tras destrozar los pies de Panchy, la emprendí con la pobre Rebeca, y ya iba a prender a Lorenzo por el talle cuando vi que Lola había entablado animada conversación con Pepe.

 

Fotografía realizada por Álvaro y gentilmente cedida por Pepe,
hombre sin complejos.

Respiré tranquilo. Pepe, como aquel Sonny Crocket de «Miami vice», tiene una innata capacidad para atraer a todo tipo de personas y sabe lidiar con los morlacos más comprometidos. Así, consiguió que Lola, después de brindar con nosotros amistosamente, siguiera su periplo por El Mejunje dado que no éramos sino un grupo de amigos sin ganas de ligar, poseídos únicamente por la sana voluntad de pasarlo bien.

 

A lo largo de la noche, Lola volvió a acercarse por nuestro redil, pero su mirada ya era otra. Más relajada. Menos desasosegante. Fue entonces cuando Panchy intercambió con ella una serie de pareceres acerca de la lozanía de la carne, con Pepe como mudo testigo, en un diálogo ciertamente surrealista que no puedo reproducir de primera mano.

 

Porque, en ese momento, este cronista esta siendo verdaderamente acosado.

 

Resulta que, a mi vera, se había situado un segurata, con gafas de sol, uniforme y hasta porra. El tío estaba ahí de pie, impasible, mirando a uno y otro lado del Mejunje, como un perfecto bodyguard. La gente bailaba, chocábamos unos con otros… pero… ¡coño! ¿cómo es que siempre chocaba el bolsillo lateral izquierdo de mi pantalón con quién fuera? Miré y allí estaba, un discreto mulato, intentando abrir el susodicho bolsillo. En cuanto eché mano al mismo, tanto él como el segurata pusieron pies en polvorosa.

 

  • Hermano-, me dijo pacientemente Lorenzo, ¿tu crees que un garito como El Mejunje puede tener Segurata y, más, uniformado?

 

Y se descojonó de risa.

 

En fin. Que al rato tenía otra vez al segurata a mi lado. Y nuevamente sentí la torpe mano que intentaba abrir el botón del bolsillo… en que llevaba mi Cuaderno de Viajes, que no la cartera.

 

Cuando se lo hice saber al ratero, volvió a salir cagando leches de mi lado. Estaba verdecillo todavía, el pobre.

 

Y así pasamos la noche, entre música, tragos, risas, rateros y transformistas. En El Mejunje, un club en el que, a decir de su Director y Maestro de ceremonias al presentar al grupo musical que cerraba el espectáculo, «esta noche todo está permitido… menos suicidarse. Que limpiar luego los restos es muy pesado.»

 

Está claro, ¿no?

 

Jesús Lens, perdidamente enamorado de El Mejunje.

 

 

(*) Letra íntegra de la canción «La Lola»,

cariñosamente dedicada a esa Reina de la Noche del Mejunje.

 

Se llama Lola y tiene historia, 

aunque más que historia sea un poema. 

Su vida entera pasó buscando 

noches de gloria como alma en pena. 

Detrás de su manto de fría dama 

tenía escondidas tremendas armas, 

para las batallas del cara a cara 

que con ventaja muy bien libraba. 

Le fue muy mal de mano en mano, 

de boca en boca, de cama en cama, 

como una muñeca que se desgasta, 

se queda vieja y la pena arrastra. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola… 

 

Fue mujer serena hasta el instante 

de entregarse presta a todos sus amantes. 

Es tiempo de llanto, es tiempo de duda, 

de nostalgia y de tu locura. 

Tienes el consuelo de saberte llena 

de cariño limpio y amor sincero, 

por que nadie supo robar de tus besos 

eso que hoy te sobra y que nadie añora. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Pero qué manera de caminar, 

mira qué soberbia en su mirar. 

Óyeme mi Lola, mi tierna Lola, 

tu triste vida es tu triste historia. 

Es el tiempo de la arruga que no perdona, 

es el tiempo de la fruta y de la pintura.