Todo por la pasta

No sé si será bueno o no, pero una de las cosas que ha traído la crisis es que todo el mundo necesita pasta. Parné. Money. Cash. Dinero. El rukiki, o sea, del que hablamos en este artículo de IDEAL, hace ya años, cuando la crisis solo había comenzado y algunos, hasta la negaban.

¡Abajo las máscaras! ¡Fuera complejos! ¡La verdad desnuda!

Todo por la pasta

Yo, tú, él, ella, ello, nosotros, vosotros y ellos… ¡todos necesitamos hacer caja! Y punto. Con mayor o menor urgencia, en mayor o menos cantidad… ¡que levante la mano quién pueda decir que no necesita un poco más de guita!

Cuando éramos ricos, cuando España era un milagro, cuando vivían por encima de nuestras posibilidades; podíamos permitirnos el gusto de hacer muchas cosas gratis. O, dicho más finamente, por amor al arte. Pero ya no.

Teniendo en cuenta que los días siguen teniendo 24 horas y que por cada hora de trabajo se paga cada vez menos dinero, todos empezamos a pensar en rentabilizar actividades que, hasta ahora, no lo eran.

Como decía en primer párrafo, no sé si eso es bueno o no, pero todos empezamos a tener una mente cada vez más comercial.

O será que ha calado el mantra de “saca al empresario que llevas dentro” con que el gobierno, la prensa, las editoriales y todos los gurús y analistas de la cosa económica nos llevan martilleando desde que la crisis comenzó su andadura, allá por final de 2007. ¡Todos a emprender! ¡Ay, el cambio de paradigma! ¡Ay, el nuevo modelo productivo!

A quienes nos dedicamos a esto de aporrear teclas, al ver las cláusulas del contrato fantasma que la analista fantasma de la Fundación IDEAS tenía suscrito, se nos han abierto las carnes. ¡Esa muchacha cobraba cerca de medio euro cada vez que le daba… hasta a la barra espaciadora!

El padrino

La crisis, los llamados al emprendimiento, los recortes en sueldos, salarios y prestaciones, los incrementos de precio en todos los productos y servicios… todo nos lleva a necesitar ganar más dinero. Antes, todos queríamos ganar más. Ahora, diversificar las fuentes de ingresos empieza a ser una cuestión prioritaria, como apunto en este artículo: Predistribución. Que no se trata de hacernos rico ni de llevarnos la panoja por la patilla, sino de tratar de mantener un status quo que, los de arriba, hace mucho tiempo que superaron y dejaron ridículamente atrás.

Para quienes nos creemos creativos y confiamos en la Antifragilidad, esto de empezar a generar ingresos por cuenta de lo que escribimos, es todo un desafío. ¡Ganar dinero con estas ocurrencias! Años y años de bloguear gratis, por ejemplo. ¿Cómo sacarle rendimiento? ¿Y a los cuentos y a los relatos? ¿Y a las ideas, ocurrencias y sucedidos? ¿Y a ese Facebook, con cerca de 5.000 “amigos”? ¿Y a los 2.000 seguidores del Twitter?

Ahora mismo, está todo por hacer. Pero cuesta. Cuesta cambiar el chip. Cuesta tratar de vender tu propio producto. Cuesta venderte a ti mismo. Vender tus ideas. Comercializar tus palabras.

Cuesta.

Y, sin embargo, hay que hacerlo.

Pero este afán recaudatorio y comercial también tiene dos contrapartidas. La primera: que cada euro, cuenta. ¡Qué importante vuelve a ser 1 euro! Con engañifa aquella de pasar del Todo a Cien a Todo a Un Euro, nos olvidamos de lo mucho que cuesta ganar cada uno de ellos.

1 euro

Ahora, además, estoy personalmente más dispuesto que nunca a pagar por disfrutar de las cosas que me gustan y me interesan. Por los conciertos. Por las películas. Por las exposiciones. Por una camiseta. Por una chapa. Por un disco. Por un libro. Por una estampa. Por una revista. Por una suscripción. Por un cartel. Por un posavasos. ¡Elogio de la Creatividad!

Ahora que empiezo a valorar mi propio trabajo, también valoro mucho más el trabajo ajeno.

Por eso publicaba este artículo, en IDEAL, hace unos meses: Nadie lo hará por ti (pero no estarás solo)

Colaboración, cooperación, coproducción, coordinación. ¡También lo apuntabámos, hablando del Coworking!

Retroalimentación. Pago. En efectivo o en especie. Cobrar. Ganar. Ingresar. Vender.

No sé cómo lo ves tú y qué opinas, pero yo empiezo a estar convencido. Sería por eso que hice este Cuaderno, que incluye un avance de “Cineasta Blanco, Corazón Negro”, con sus fotos a todo color; y un cuento publicado bajo de etiqueta cBc, esto es, Café-Bar Cinema, mi anterior libro, que puedes comprar, rebajado de precio, AQUÍ.

África en el cine

Y que está a la venta.

Ya sabes:

1 x 3

3 x 5

5 x 10

Si ingresas la cantidad que quieras en la cuenta 0487 3147 11 200014979, yo te mando el/los Cuadernos correspondientes y luego tendrás descuento cuando compres el libro. ¡Además de compartir esas Alhambras fresquitas que ya nos están esperando! Y es que el texto ya está terminado, las fotos seleccionadas y el proceso de maquetación en marcha.

Como no me canso de repetir… ¡seguimos!

Jesús Lens, todo un pesetero 😉

A ver, los 29 de enero de 2009, 2010, 2011 y 2012; qué blogueamos.

Predistribución

A ver qué parece este artículo, que comienza con un deseo felizmente cumplido. Hace unos días hablábamos de la Antifragilidad. Hoy, toca un nuevo palabro. O concepto, por ser más conceptuales.

Ojalá que, cuando estas líneas vean la luz en las páginas del periódico, la huelga de los empleados de INAGRA haya terminado y solo sea un recuerdo ya que, mientras escribo este artículo, la basura sin recoger, pudriéndose en las calles de Granada, ya se cuantifica en miles de toneladas.

Basura Granada

Pero no es esa la cifra que, en realidad, alimenta el debate ciudadano. Las cantidades que están en boca de todos son las de las nóminas de los empleados de la concesión municipal para el servicio integral de saneamiento de la ciudad de Granada, dado que, en el fragor de la negociación, empleados y directivos se han estado tirando a la cara lo mucho que cobran los unos y lo escandalosamente muchísimo que cobran los otros.

¡Es increíble a lo que nos ha llevado el Austercidio! De no estar en el paro, los curritos, los trabajadores de a pie, los funcionarios de escala básica, los empleados y, en general, todos los integrantes de las clases obreras y medias; solo tenemos un derecho: a pedir perdón y a postrarnos de rodillas, dando gracias por tener trabajo. Y, por supuesto, estamos moralmente obligados a permitir que nos bajen el sueldo, nos amplíen la jornada y nos reduzcan las prestaciones sociales mientras suben los impuestos, las tarifas de todos los servicios y los precios de todos los objetos y productos. Y sin rechistar, oiga.

Son trabajadores en defensa de sus derechos, no unos dediciosos
Son trabajadores en defensa de sus derechos, no unos dediciosos

Estamos en un momento de parálisis total y absoluto desconcierto. Miramos hacia Grecia o Portugal y no creemos lo que vemos. O no lo queremos creer. Sobre todo, no queremos creer que, si seguimos por este camino, estamos abocados a terminar como ellos. O peor, dadas nuestras proverbiales tasas de desempleo. Por eso me gusta tanto el concepto “predistribución”, acuñado por Jakob Hacker, politólogo de la Universidad de Yale y adoptado y popularizado por Ed Miliband, el líder del partido laborista inglés.

Hasta ahora, los estados y los gobiernos han dependido de los impuestos para corregir las ineficiencias y las desigualdades sociales propias de una sociedad capitalista y de una economía mercado como la nuestra. A través del cobro y del reparto de los impuestos, se hacía una redistribución de la riqueza y se mantenía un estado del bienestar en el que la mayoría de los ciudadanos encontraban una cierta confortabilidad.

Pero esta situación está cambiando a una velocidad vertiginosa. En primer lugar, y debido a la globalización, las grandes corporaciones y las fortunas más jugosas se las han ingeniado para tributar en paraísos fiscales y por cantidades irrisorias. No hay más que ver los beneficios astronómicos que consiguen en nuestro país las empresas tecnológicas más punteras, por ejemplo, y lo ridículo de su tributación. Por no hablar de las SICAV y de todos esos patriotas de boquilla y de bandera que no tienen empacho en fijar su domicilio en Mónaco, Luxemburgo o en las voraces Islas Caimán, si fuera menester, con tal de dar esquinazo al fisco.

Impuestos

Pero, además, el salvajemente desregularizado capitalismo que rige nuestras vidas se ha encargado de que los de arriba, muy pocos y cada vez más selectos, ganen insultantes cantidades de dinero mientras que los de en medio y los de abajo, cada vez tengamos menos capacidad adquisitiva, más gastos… y más obligaciones fiscales.

Así las cosas, y dado que la redistribución está fallando, lo que propone Hacker es propiciar una predistribución, esto es, tratar de estrechar lo más posible la brecha abisal que separa a los de arriba de los demás. ¿Y eso cómo se hace? Poniendo coto a los desmanes del mercado.

Es cierto. No es una idea especialmente nueva ni revolucionaria. A fin de cuentas, se trata de propiciar más empleo y mejores condiciones laborales y de empleabilidad para los trabajadores. Más seguridad. Más confianza. Más cogestión. Más responsabilidad compartida. Más trabajo en equipo. Más participación. Más colaboración. (Y esto nos lleva a otro concepto, el Coworking)

Impuestos

Y, sin embargo, la predistribución es justo lo contrario de las salvajes políticas neoliberales que, como la lluvia ácida, caen del cielo: un maná tóxico al que es imposible sustraerse y contra el que no se puede luchar ni oponer resistencia alguna.

No señores, no. Los trabajadores de INAGRA no son culpables. Lo serían si, por el salario que cobran, no cumplieran con su trabajo. Un trabajo tan duro e ingrato como sufrido… e imprescindible. ¿Insolidarios por no querer perder parte de su salario y por negarse a empeorar sus condiciones laborales? En absoluto. Consecuentes y orgullosos, sí. Luchadores y batalladores, también. Pero los insolidarios, los insolidarios de verdad, son esos otros que, bien parapetados y a cubierto de cualquier inclemencia, nunca tienen que bajar al contenedor a tirar la bolsa de basura, cada noche, antes de irse a dormir.

Jesús Lens

Co-laborando

Hoy, en IDEAL, escribimos sobre un lugar que demuestra que la modernidad puede llegar a Granada, antes que a otros sitios… ¡Entrad y comprobadlo!

Laborar, según la RAE, es esforzarse, emplearse en algo. Por su parte, colaborar es trabajar con otra u otras personas para lograr algún fin y, también, trabajar en una empresa sin pertenecer a su plantilla.

Me gustan las palabras que comienzan por co, más allá de las dos que el lector, a buen seguro, tiene ahora mismo en mente. Coordinación, compromiso, cooperación, conocimiento, compartimiento. Y colaboración, por supuesto.

Hace unos días, Colin Bertholet me citó para ver cómo había quedado la espectacular exposición de sus Garabatos Digitales (mirad AQUÍ. Pronto, sorpresas) en un lugar del que solo sabía a través del Facebook: Cocorocó. ¡Vaya nombre! Eso es lo primero que piensa quién lo escucha. Pero, de inmediato, surge la pregunta. ¿Qué es Cocorocó? Rafa y Marcelo, cuando hacen la presentación de su idea, comienzan con un vídeo repleto de humor en que varias personas tratan de explicar a la cámara el concepto, pero son interrumpidas con las excusas más peregrinas y terminan… muertas de risa.

Después sí. Después lo explican. Cocorocó es un centro de trabajo compartido, en el corazón de Granada. Coworking, se llama el concepto. En original y en inglés. Y la idea es tan sencilla como revolucionaria. ¿Para qué pagar lo mucho que cuesta una oficina, un bajo comercial, una línea ADSL, el mobiliario, la luz, el agua, los servicios y todo lo que conlleva poner en marcha un negocio?

En realidad, a nada que lo pensemos, en nuestro trabajo nos basta y nos sobra con una mesa, una silla, un ordenador, un móvil y una conexión a Internet. Y punto. La época de las puertas cerradas, los despachos blindados o los paneles separadores está más acabada que la capacidad de decisión del gobierno español: ya hace tiempo que las empresas modernas presumen de espacios abiertos, precisamente, para favorecer entornos colaborativos.

Y eso es justo lo que propone el Coworking, un concepto que va más allá de los centros de negocio al uso ya que, además de compartir gastos y abaratar costes, se favorece la interacción entre los coworkers. A través de la cercanía y mediante la organización de eventos, la dinamización de grupos y, en general, cuidando y mimando la gestión de un buen ambiente de trabajo que favorezca la creatividad. Y el networking. Los contactos, o sea.

En Cocorocó encontramos techos altísimos y una decoración muy al estilo neoyorkino, como los grandes lofts del mítico Soho. Y, además del enorme, luminoso y cómodo espacio de trabajo, el local tiene un altillo que, a modo de office, sirve para relajarse y tomar un respiro (y un café) antes de seguir currando. Y una sala más tranquila para cuando se necesita intimidad y recogimiento. Y, y, y… porque la clave de este nuevo sistema de trabajo, llamado a imponerse en todo el mundo, es sumar para crecer; colaborar para evolucionar. Pero vayan. Vayan a verlo y a curiosear. Porque hay veces en que el futuro, llega a Granada. ¡Y antes que a otros sitios!

Jesús Lens