Alta infidelidad

Calvino, protagonista de «Alta infidelidad», de Christopher G. Moore, suelta perlas como ésta:

“Cuando uno se hace más viejo, las cosas van más lentas, pero el tiempo pasa más rápido. Es una de las contradicciones de la vida. Uno tropieza y se cae de bruces. Primero se saborea la mierda y la tierra que hay entre los dientes, pero luego, o bien te levantas o te quedas arrodillado encima de la mierda”.

¿Qué os parece?

Para conocer un pocoa más de esta Alta Infidelidad, os invito a dar un paseo por el Blue and Noir, esa página negra y musical que tanto nos gusta.

¿Os venís?

Jesús noir Lens

Y si queréis saber en qué estábamos tal día como hoy, ahí van el 2008, 2009 y 2010.

HÁGALO USTED MISMO

La columna de hoy de IDEAL, en clave crítica y sarcástica. A ver si os gusta. Aunque lo mismo sois de los manitas…

Cuando terminaron de comer, disciplinadamente, los dos viajeros recogieron la mesa, depositaron los restos de su almuerzo en una bandeja y la apilaron cuidadosamente en el receptáculo previsto para ello.

Este comportamiento, que parece altamente civilizado y que debería ser aplaudido y reivindicado, no es sino la quintaesencia de esa plaga de nuestro tiempo que es el “hágalo usted mismo”. Porque la referida estampa no se dio en mitad del campo o en una playa, sino en la cafetería del aeropuerto de Granada.

Comida basura a precio de oro

La cosa tiene bemoles. Llegas con tu maleta y tu bolsa de viaje, haces los equilibrios propios de un funambulista para conseguir transportar en una bandeja el pan, los cubiertos, la bebida y un plato de comida recalentada, sin perder de vista el equipaje, pasas por caja, pagas a precio de Cinco Tenedores y tres estrellas de la Guía Michelín la bazofia que no te comerías ni en la casa de comidas más astrosa del arrabal más barriobajero de cualquier ciudad… y terminas recogiendo tú mismo la mesa en que has malcomido, tras haber sido vilmente sableado, no lo olvidemos, como ocurre en todos los aeropuertos del mundo.

¿A qué punto de idiocia hemos llegado? Hace años, aparecieron los cajeros automáticos de las entidades financieras. Tenían sentido. Prestaban un servicio, al permitirte disponer de efectivo durante las veinticuatro horas del día. Como las máquinas expendedoras de refrescos. O de chicles. O de preservativos. Pero después, todo se desmandó. Y, por ejemplo, empezamos a ver a la gente salir de sus coches para llenar de gasolina sus depósitos y correr hasta la caja para pagar la cuenta, lo mismo en invierno, a cero grados de temperatura, que en verano, pasando de los cuarenta. Llegó el autochecking en los aeropuertos y, por fin, la implantación de IKEA, paradigma del “do it yourself”.

Sin comentarios

Para los megatorpes, todos estos avances no han sido sin brutales retrocesos, hasta el punto de que pueden llegar a generar ansiedad. Yo no sé si los suecos, por eso de las nieves y las noches perpetuas, se han convertido todos ellos en unos manitas, pero para un servidor, con querencia por las terracitas y la vagancia bajo el sol, montar un mueble o conectar un posmoderno equipo tecnológico, son arcanos indescifrables. Y no debo ser el único, que por ahí existen equipos de profesionales especializados en el montaje a domicilio de los famosos muebles venidos del frío.

Y ahora... ¡échale huevos!

¿Hasta dónde llegará esta tendencia? ¿Qué nuevas actividades cotidianas nos veremos obligados a hacer nosotros mismos? ¿Se impondrán las Nespresso en las cafeterías y desaparecerán los camareros? ¿Terminarán las pizarras digitales preprogramadas con los profesores? ¿Se bastarán Google y una agencia de prensa global para tener informado a todo el mundo? De hecho, ¿existirán columnas como ésta en el futuro o, a fin de cuentas, serán innecesarias ya que cada lector podrá escribir él mismo la columna que realmente le gustaría leer en cada momento?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.