¡Qué bueno EREs!

He flipado. Mucho. No sé si he flipado en colores o en blanco y negro, pero ha sido alucinante leer la cascada de adversativas con las que los socialistas más o menos orgánicos, más o menos simpatizantes, han tratado de nadar y guardar la ropa tras la sentencia de los ERE.

Que Susana Díaz estuviera obligada a hacerlo era lógico y normal. Pero lo de los otros, los que voluntariamente se han posicionado a favor de la gran familia, me sorprende mucho más. Para ellos será una cuestión moral apoyar a los suyos. Para quienes estamos fuera, sin embargo, es la enésima muestra de que determinados políticos viven en un universo paralelo, en un mundo aparte que les impide ver la realidad tal y como es.

Una sentencia judicial de la Audiencia de Sevilla emite durísimas y severísimas condenas que afectan a dos ex-presidentes de la Junta de Andalucía y a decenas de ex-altos cargos de la administración socialista y lo que leemos de algunos supuestos pata negra del entorno del PSOE es que lo de los ERE no era para tanto. Que los condenados no se han enriquecido personalmente. Que son honrados a carta cabal. Buenos chicos. Majos. De moral intachable. Que lo de los otros era peor. Que no se puede comparar. Y así.

Luego se quejan de que les llamen casta y no entienden la desafección política que lleva a cientos de miles de votantes a quedarse en sus casas o, como en las últimas andaluzas y generales, a apoyar masivamente opciones políticas que apelan al voto de castigo.

Se les llena la boca hablando de separación de poderes y de respeto a las decisiones judiciales, pero cuando les son adversas, tiran de adversativas para hacer infames juegos florales que intentan justificar lo injustificable.

Los ERE se gestionaron en tardes interminables de gintónics y rayas de coca, en bares y cafeterías perdidas, mientras los de la moqueta roja levitaban en su serena y grandiosa majestuosidad, sin enterarse de nada, contemplando con displicencia a esa gente que, años después, les botó votando a Vox. Otros, siguen sin coscarse.

Jesús Lens

¿Para qué tanto saber?

En las empresas, al menos en las de antaño, siempre había alguien que se guardaba para sí ciertos saberes, conocimientos, procedimientos o mecánicas. Era reacio a compartirlos para “asegurarse” su puesto de trabajo, al considerar que así resultaba imprescindible. Esas personas, cuando les pedías que te enseñaran algo, respondían con una frase mítica: “¡Claro! Para que sepas tú lo mismo que yo…”.

Con los ordenadores, la digitalización e internet, el trabajo compartido y colaborativo es casi, casi una exigencia. Sin embargo, queda un campo bien repleto de dinosaurios para los que el saber sigue siendo algo parcelado, privativo, segmentado y selectivo: los políticos, efectivamente.

Pero lo curioso del caso de los políticos es que, para ellos, lo más importante es no saber. Cuanto menos conocimiento de las cosas, mejor. Lo hemos visto en muchas películas, sobre todo en el caso del Presidente de los EE.UU., al que sus subalternos le impiden enterarse de ciertas cosas: así nadie puede acusarle, después, de estar al corriente de según qué procedimientos, tácticas o estrategias. De saber, o sea.

¿Y qué me dicen de la vida real, repleta de políticos ignorantes que ni saben, ni conocen? Lo estamos viendo en el juicio de los ERE, igual que lo sufrimos con la financiación irregular del PP y Bárcenas el Fuerte. Imprescindible, no saber cómo suben los reptiles desde el fondo de la ciénaga ni por qué rugen los Jaguars, en el garaje de casa…

O a nivel local, con el presidente del PP de Granada, que no se enteraba de las componendas del Serrallo, ignoraba las facturas de la tele, desconocía a los fantasmas del cementerio ni sabía lo que se cocía en Urbanismo. Eso sí, a la hora de analizar la situación judicial que cerca a muchos sus concejales, se permite recordarle a los jueces que hay momentos y momentos para abrir juicios orales. ¡Qué osada puede ser la ignorancia!

Ser un ignorante, en política, cotiza al alza. Lo que contrasta con la ridícula titulitis compulsiva de que adolecen tantos y tantos de nuestros representantes, con sus currículos más adornados que las casetas de la Feria de Sevilla.

De aquí en adelante, los partidos tendrán que elegir a sus cabezas de lista de acuerdo a su (falta de) preparación y a su (in)capacidad para enterarse de lo que pasa a su alrededor.

Jesús Lens