Día del profesor, también hoy

Cecilia. Andrés. Cabrero. Sopeña. Hoy les quiero hablar de algunos de los maestros de mi vida. El pasado viernes se celebraba el Día del profesor, del maestro. Pensando que habría muchos artículos, columnas, entrevistas y reportajes sobre el particular, preferí dejar esta columna para más adelante, por no agobiar. Luego resultó que no fue para tanto y la celebración pasó sin pena ni gloria, así como de rondón. La resaca por la muerte de Maradona era muy fuerte y la Cosa sigue arreciando. Y arreando.

Cecilia, que sigue llevando clubes de lectura con su entusiasmo de siempre

 

Déjenme que les hable hoy de Cecilia, que acrecentó mi pasión por la literatura, tanto por la lectura como por la escritura. Espoleaba nuestra curiosidad animándonos a escribir trabajos sobre temas de actualidad. A debatir en clase de cuestiones como la tauromaquia o el deporte femenino, obligándonos a defender posturas con las que no estábamos de acuerdo para enseñarnos a reflexionar y buscar argumentos. Me inculcó la pasión por contar historias, además de imaginarlas. ¡Gracias, Cecilia!

Andrés, siempre predicando con el ejemplo

Aunque Andrés también me dio clase, su impronta la dejó fuera de las aulas. A través de su pasión por el deporte, enseñándonos a esquiar en Sierra Nevada. Muchos años después, cruzándome con él cuando corría, incansable, por el camino entre La Chucha y Calahonda. Y en las pruebas del Circuito de Fondo de Diputación. Mens sana y corpore sano. Ejemplaridad. Esfuerzo. Compromiso. ¡Gracias, Andrés!

La humanidad de las Humanidades

En la EGB, a los maestros les llamábamos por el nombre. Ella era la señorita Cecilia. Él, Don Andrés. Ahora soy consciente de lo sexista de aquella diferenciación. Entonces, era lo usual. En BUP, se imponían los apellidos. Cabrero, Ignacio, me enseñó Humanidades. Y me enseñó a amarlas a través del conocimiento y el descubrimiento. Como Cecilia, fue otro de los profesores que me espolearon para contar historias buscando puntos de vista diferentes, imaginativos y originales. Pensamiento lateral, le llaman ahora. En este periódico tenemos la suerte de contar con otro Cabrero, su hijo, fiel reflejo de aquel profesor de apariencia severa y generoso corazón. ¡Gracias, Ignacio!

Al conocimiento a través del humor

Otro Andrés, Sopeña, es prueba viviente, y riente, de que el humor no está reñido con la docencia, el estudio y la formación. Su huella también trascendió la estrecha dimensión de las aulas. Él me enseñó a mirar los cuadros, además de verlos, en unas jornadas auspiciadas por la CNT. A arañar la superficie de las películas del Oeste para encontrar la dura realidad que se esconde tras su aparente candidez. A pensar por mí mismo. ¡Gracias, Andrés!

Jesús Lens

Mea culpa lingüística

Tengo que entonar un sincero y sentido mea culpa por la columna de ayer, dedicada a una docencia que cree en la originalidad, la innovación y el uso de nuevas metodologías a la hora de impartir clases.

Todo comenzó cuando tuiteé la columna, titulada “Profesores felizmente raros”, (leer AQUÍ) y @generoenaccion me afeó el no haber incluido a las mujeres en el texto, hablando de alumnos y profesores. Me gustó que, además del nickname, la que hablara fuera una persona con nombre y apellido: María Martín, seguidos de toda una declaración de principios: Formación feminista.

También reconozco que, al principio, me reboté un poco: “ya estamos con el reiterativo discurso de género”, pensé. Además, me incomodó una cierta acritud en otro de sus tuits: “Modelos diferentes, novedosos y exitosos en los que las mujeres permanecemos invisibilizadas bajo el manto del masculino supuestamente genérico. ¡Qué diferencia, qué novedad, qué éxito!”.

Mi primera reacción fue pasar del tema, no contestar y olvidar la cuestión. Entonces, volví a leer mi columna. Y María tenía razón: había abusado innecesariamente del uso de palabras como “profesores” y “alumnos”, de forma vaga y acomodaticia.

Cuando escribo, no me gusta utilizar la duplicidad femenino/masculino -profesoras y profesores- ni la cosificación que conlleva usar términos neutros como “profesorado”, que restan fuerza a los textos y los hacen planos. Sin embargo, lo cierto es que no hubiera estado de más comenzar por un “profesoras y profesores”. Máxime, porque son dos mujeres quiénes más me han marcado en mi trayectoria formativa e intelectual: mi madre, Maria Julia, profesora en el Sagrado Corazón; y Cecilia, profesora en el Colegio Cajagranada.

Una vez citados ambos géneros al principio del artículo -o de un discurso, en su caso- no hubiera resultado necesario insistir en la duplicidad: ya ha quedado clara la voluntad inclusiva. A partir de ahí, María me animaba a utilizar palabras como “docentes” o “profesionales”. Y puntualizaba: “a veces, no es la palabra, es la frase la que necesita una vuelta. Con quién maneja la lengua como tú, las opciones llegan con el uso”.

Y ahí es donde lo vi claro. ¡Touché! Al escribir, me esfuerzo en ser original, utilizar metáforas, manejar un lenguaje amplio, no caer en reiteraciones… me concentro en muchos aspectos, menos en utilizar un lenguaje no sexista que, desde hoy, trataré de interiorizar para hacerlo mío. ¡Gracias, María!

Jesús Lens