Caminar por la montaña costera

En gastronomía, a los platos que combinan pescado y carne se les llama ‘mar y montaña’. No es un alarde de originalidad, pero queda claro de qué va la vaina y nadie puede llamarse a errores. 

El pasado jueves, una panda de intrépidos chucheros capitaneados por mi hermano Jose nos echamos a los caminos y senderos que, partiendo desde el mismo rebalaje, nos condujeron por los cerros, lomas y riscos que conectan Carchuna con Torrenueva a través del sendero PR-A 420. Y vuelta. 

¿Se han asomado ustedes al ya famoso puente colgante de Jolúcar? Hay que darle la enhorabuena al ayuntamiento de Torrenueva Costa, que lo ha convertido en un reclamo turístico de primer orden, atrayendo a cientos de curiosos. 

Nuestra ruta comienza por la abandonada antigua carretera de la costa, subiendo hasta la V que corta la montaña. Territorio zombi que es pasto de cabras monteses… y de ciudadanos desaprensivos que aprovechan para tirar cascotes, restos de obras y otras mierdas. 

Cruzamos la carretera general a la altura del Cabo Sacratif y nos asomamos a ese faro que lleva alumbrándonos desde el principio de los tiempos. Por lo menos, de los nuestros. Desde ahí, un largo sube y baja por los cerros nos permite asomarnos a los grandes miradores que te muestran perspectivas inabarcables del Mediterráneo y los bordes escarpados de las montañas adentrándose en el mar. 

Y así llegamos al ya famoso puente colgante. En Torrenueva, cruzamos su antiguamente atestada travesía a la altura del Maraute y subimos en busca de la conocida como Cota 100 que nos regaló una excepcional puesta de sol desde un mirador sabiamente ubicado, antes de devolvernos a La Chucha ya entre penumbras. Doce kilómetros, tres horas y media de marcha, sudor a espuertas y vistas diferentes y originales del mar y las playas de nuestro entorno. 

Y así llegamos, también, al final de esta sección veraniega en la que hemos procurado dar vueltas y más vueltas por diferentes lugares de Andalucía Oriental. Se lo he contado otras veces: no hay como viajar por Granada, Jaén y Almería para cobrar conciencia de lo poco que conocemos nuestra tierra, en realidad, y de los grandes tesoros más o menos ocultos, más o menos (des)conocidos que alberga. Y eso que, por mor de las circunstancias —y de los imposibles precios de los hoteles— apenas hemos salido de la confortabilidad de las grandes capitales. 

Mañana es lunes y aunque todavía es agosto, ya está todo el pescado (veraniego) vendido. Se acabó lo que se daba. Ya no hay galbana ni pachorra que valgan. El móvil volverá a la vida y el guasap empezará a echar humo de nuevo. Qué le vamos a hacer. 

Muchas gracias por haber estado estas semanas ahí. ¡Salud, viajes y cultura! 

PD.- Nos despedimos con una pésima noticia: la muerte de Francisco Martín Morales, genio del humor gráfico y uno de los grandes dibujantes de nuestro país. Fino analista de la actualidad de cada momento, descanse en paz. 

Jesús Lens

El faro que nos ilumina

Hace un par de semanas, tomando una sangría nocturna en la playa de la Chucha, nos sentíamos extraños. Soplaba un viento suave, la arena estaba fresca y rompían alegremente las olas, pero había algo importante que echábamos en falta: la luz del faro Sacratif.

Juraría que, en mis 50 años de vida, era la primera vez que el faro estaba apagado. Si algo había seguro en mi vida era que, en la playa, nunca faltaría su luz. Esos baños bajo las estrellas en las noches de moraga, cuando se podían hacer hogueras en la playa. Esos chapuzones a oscuras, después de correr o de volver con la bicicleta. Esas ardientes noches de terral en el rebalaje… ahí estaba la luz del faro, fiel e incombustible aliada de los espíritus noctámbulos en los tiempos en que el ocio nocturno era otra cosa.

Que haya sido en 2020 cuando el faro Sacratif haya estado unas noches apagado tiene todo el sentido. ¡Lo que no pase este año! Eso sí, ha sido algo más simbólico y sentimental que peligroso o arriesgado. Tal y como me cuentan de la Autoridad Portuaria de Motril, se activaron convenientemente todos los protocolos oportunos, balizas, señales GPS y demás sistemas de señalización para asegurar el paso sin contratiempos de los barcos por nuestra costa.

La historia del faro Sacratif, como la de todos los faros, resulta apasionante. Estos días he estado leyendo, no casualmente, la tercera entrega marítima de Philip Hoare, ‘El alma del mar’, en la que nos habla de la familia de Robert L. Stevenson, saga de constructores de faros de la costa escocesa. ¡Qué vidas, las de los fareros!

Según la documentación que me hacen seguir del puerto de Motril, el origen del faro granadino por antonomasia, el más antiguo y luminoso de la provincia, data de 1860, cuando se presentó el proyecto por el ingeniero Constantino Germán. Una vez construido el edificio de planta rectangular y su torre troncocónica de cerca de 14 metros, “se colocó una linterna docecagonal con cristales planos y cúpula semiesférica. Dentro de ella se puso un aparato catadióptrico de segundo orden que daba luz fija blanca con destellos de minuto en minuto, producidos por una lámpara Degrand que consumía aceite de oliva”. El faro se encendió el 31 de diciembre de 1863, en tiempos de Isabel II. Y hasta ahora.

Ya luce el Sacratif de nuevo. Con una luz diferente a la de antaño, pero vuelve a iluminar nuestras vidas.

Jesús Lens

Y de repente, la niebla

El reto era simple: aprovechar el puente de Andalucía -auténtico eufemismo para los autónomos- y largarme cuatro días a la playa con el único propósito de dormir, leer… y disfrutar de las maravillosas puestas de sol invernales en el Cabo Sacratif.

Cuatro días para vibrar con el vértigo y la adrenalina de las casi 1.000 páginas de “La Frontera”, el desenlace de la Trilogía del Narco de Don Winslow, uno de los monumentos literarios del siglo XXI, publicada por Harper Collins el mismo 28 de febrero.

Ayer domingo me levanté temprano y, como todos estos días, me di un paseo para comprar el periódico y desayunar en el Camping Don Cactus, uno de los clásicos de la Costa Tropical. El cielo estaba raso, el sol brillaba con fuerza y no se movía una brizna de viento. El concepto de privilegio alcanza, en días así, una dimensión diferente. La sencillez convertida en lujo asiático.

Sobre todo cuando, a mitad de camino, Daniel me advirtió que mirara al mar: había revoloteo de agua y… ¡voilá! ¡El salto de un delfín! Hizo una cabriola y volvió a sumergirse. Y así siguió un buen rato, jugueteando mientras nos brindaba un soberbio espectáculo.

Hacía meses que no bajaba a la playa. Un sinsentido, con lo cerca que la tenemos. Leí junto a la orilla del mar hasta mediodía, conjurándome con mi hermano para, nada más terminar de comer, remar unos kilómetros con la piragua.

Estábamos almorzando cuando, de repente, un espeso banco de niebla salió del mar y ocultó el sol. Era como una película de terror gótico. Aun así, nos hicimos a las aguas. Fuimos remando sin alejarnos de la orilla para no perder la referencia visual de la costa. No tardamos en llegar al cabo Sacratif. Las gaviotas gritaban a nuestro paso y los jirones de niebla cubrían las rocas. Ni el faro éramos capaces de ver.

Fue una sensación onírica y surreal. Lo mismo podíamos estar en Carchuna que bajo los acantilados de Moher, escuchando el agua batir contra la piedra. Podíamos estar en Escocia, en Cornualles o navegando por un fiordo noruego.

Un domingo cualquiera, transportados a otra dimensión gracias a la niebla… y a nuestra proverbial fantasía, faltaría más.

Jesús Lens

Vacaciones de mí mismo

Trece días me han durado las vacaciones de mí mismo. Unas sensacionales vacaciones de ese yo permanentemente conectado y on line, atento a la actualidad informativa, al teléfono y al correo electrónico; enganchado al blog y a las redes sociales.

Trece días de unas radicales vacaciones digitales en las que he disfrutado de mi yo analógico más tranquilo y pausado, hasta el punto de enterarme de noticias como la del fichaje de Kyrie Irving por Boston Celtics o de la muerte del maestro del cine de terror, Tobe Hopper, a través del IDEAL de papel, como antaño.

Lo primero que provoca olvidarse del vértigo de la información en vivo y en directo y desconectar de la siempre acuciante actualidad, es un brutal enlentecimiento del tiempo, de forma que las horas transcurren infinitamente más morosas, plácidas y serenas.

Vista del Cabo Sacratif. Por ahí nos gusta nadar a mi hermano y a mí.

Y, como consecuencia, el yo analógico, despojado de las prisas y las urgencias del yo digital, tiene más tiempo para concentrarse en la realidad, detenerse en los detalles… y recordar.

A mí, recordar, me cuesta. Mucho. De hecho, siempre he dicho que a mí me gusta recordar hacia delante. Pero estos trece días con mi yo analógico, en la playa de la Chucha, en chanclas y bañador, disfrutando de la familia y charlando con los amigos, invitaban a la rememoranza y a echar la vista atrás.

Sentarte a leer bajo el mismo pino, emblemático, que lleva cerca de 50 años dándote sombra, mientras escuchas a los pájaros cantar. Hacerte las tostadas en el mismo tostador de cuando desayunabas Cola-Cao, ponerte la camiseta con la que casi ganaste un torneo de volley playa en la adolescencia, encontrar en el tercer cajón de la cocina las dos piedras que, de niños, mi hermano y yo buscamos en el fondo del mar para que nuestra madre las usara a modo de mazo, para ablandar la carne antes de freírla…

Foto: José Lens

Trece días de calor, moderados vientos de levante y un Mediterráneo cálido y acogedor. Días de comer pescado, beber sangría y nadar en aguas abiertas, bajo las rocas del cabo Sacratif, a la caída de la tarde. Ese cabo Sacratif que da nombre al faro que, una noche más, hará girar su luz eterna, aviso para navegantes.

Esa luz de verano que tiene la virtud de devolvernos a un tiempo en el que todo estaba por escribir.

Jesús Lens

Cabo Sacratif

No sé si seguís las cosillas que voy publicando en el Twitter (que se puede ver en la Margen Derecha de esta pantalla o a través de mi cuenta @Jesus_Lens ) y del Facebook ( www.facebook.com/jesus.lens ) , pero estos meses  he subido un tipo de foto recurrente: un libro en la playa y, de fondo, un cabo sobre el que reina un faro.

Herejes

Ese cabo, el Cabo Sacratif, es una de las vistas esenciales de mi vida. Uno de los paisajes de mi infancia, juventud, madurez y… ¡lo que te rondaré!

Escucho esta composición de José Antonio Guerra y siento que ahí está, el Cabo Sacratif. Que ahí está su magia y su poesía. Una maravillosa banda sonora para uno de esos lugares que ocupan un lugar especial en nuestro corazón, en nuestro imaginario.

 

¡Gracias, José Antonio, por ponerle música a un paisaje único y Mucha Chucha!

Jesús Lens