Contra los bulos

Hoy es el día no festivo del nuevo año en que todo vuelve a comenzar. Y lo hace a toda velocidad, sin conceder treguas ni período de adaptación. ¿Síndrome posvacacional? ¡Menos cuentos! Es lunes y se abre una toda una semana frente a nosotros para devolver llamadas, contestar correos pendientes, concertar reuniones y resolver decisiones aplazadas.

Comienza un año, además, que va a resultar especialmente movido e interesante en clave local, con las elecciones municipales del próximo mayo a la vuelta de la esquina. ¿Cómo será la relación entre la vieja, la nueva y la requetenueva política de las plataformas regionalistas entrando en liza electoral? Ya les digo que nos vamos a divertir…

Comienza todo hoy, de nuevo, y es importante tener propósitos de año nuevo. Yo he consensuado varios conmigo mismo. Son más o menos habituales y predecibles: volver a correr, mejorar la alimentación, ir más al cine, organizarme con los horarios, desconectar la chismología cibernética más y mejor…

Y con ello entramos en el meollo de la cuestión: con todo cariño y sin acritud, voy a luchar firmemente contra los bulos, las falsas noticias y los camelos interesados. Y lo voy a hacer de una manera tan sencilla como efectiva: eliminar de mis redes, contactos, muros y líneas del tiempo a quienes contribuyen a difundirlos, sea por interés, por partidismo o por simple dejadez.

Insisto: sin acritud. Pero firmemente. Me he cansado de discutir con conocidos que comparten bazofia de webs racistas y xenófobas de extrema derecha y que, cuando les demuestras que es mentira, siguen en sus trece con el peregrino argumento de que podría ser verdad y que mejor prevenir que curar.

No es una cuestión de ideologías, que conste. Ni de opiniones, que los bulos y las noticias falsas no son opiniones. Son sucias mentiras. Y la tecnología actual nos permite comprobar la veracidad de cualquier información en apenas unos segundos: ante la duda, no hay más que contrastar con las páginas de los periódicos de referencia, en otras tan profesionales y curradas como Maldito Bulo o en las cuentas de Twitter de la Policía y la Guardia Civil.

Ninguno estamos libre de pecado. Hace unos días, metí la pata con un fake sobre el estreno de “Juego de Tronos”. Me lo hicieron ver y, sobre la marcha, edité. Y no pasa nada. Pero el empecinamiento, no.

Jesús Lens

Pedos de hipopótamo

Es importante que tanta gente se haya creído lo del pedo del hipopótamo, dando la noticia por cierta y compartiéndola en sus redes sociales. Fijo que la han leído: en el parque de Cabárceno, un hipopótamo soltó un ventosidad de tal calibre que tres ancianos tuvieron que ser hospitalizados al entrar en contacto con el gas metano emitido por el animal.

La noticia era tan chusca que llegaba a decir, como en la canción de Radio Futura, que alguno de los afectados cayó fulminado al suelo. ¿Se acuerdan? “Han caído los dos, cual soldados fulminados, al suelo. Y ahora están atrapados los dos, en la misma prisión…”.

 

Es importante que nos creamos noticias falsas como la del pedo del hipopótamo para constatar la facilidad con la que nos tragamos trolas y cuentos chinos; nuestra predisposición a dar por verdaderas historias cuestionables, patéticas y ridículas.

 

Lo paradójico es que, al mismo tiempo, nos cuesta creernos informaciones que, pudiendo ser ciertas además de verosímiles, ponemos en solfa y en sordina. Por ejemplo, lo del antiguo alcalde de Granada, su secretaria, su hija y las cuentas en Zurich. ¿En serio? ¿De verdad? ¿En Zurich? ¿El tipo aquel de Píñar del que los guays del paraguays se mofaban por cateto, pero que arrasó en tres elecciones consecutivas, en la muy culta, vanguardista y moderna ciudad de Granada?

 

Zygmunt Bauman popularizó el término de “líquido”, aplicado a la sociedad, a la cultura y a los tiempos que nos han tocado vivir: es todo tan voluble y cambia a tanta velocidad que los modelos sociales, los valores y las estructuras no tienen tiempo de enraizar y hacerse costumbre o norma para los ciudadanos. Lo que valía ayer, hoy lo despreciamos y no entendemos cómo le podíamos conceder importancia alguna.

Hablas ahora con cualquiera, le recuerdas que Pepe Torres arrasaba en las urnas una y otra vez; que incluso ganó el último cónclave electoral, hace un par de años, después de sufrir un ictus y con la mitad de su partido en contra; y se hace un silencio incómodo, como si aquello no hubiera ocurrido nunca.

¿Y si hubiéramos evolucionado, pasando de la sociedad líquida a una gaseosa, repleta de cortinas de humo y pedos de hipopótamo que nos aturden, nos confunden y no nos dejan ver la realidad, por mucho que la tengamos delante de los ojos?

 

Jesús Lens