Lituma en los Andes

A veces, los libros se te meten en la vida de forma abrupta y sorpresiva, ¿casual? y demoledora. Me pasó con “Lituma en los Andes”, hace unas semanas, en Bolivia.

Ya sabéis que, siguiendo los consejos de ese sabio que es Manuel Villar Raso, en mis viajes procuro leer libros cuya trama transcurre en la zona por la que me encuentro transitando.

Para mi ruta Transamericana, que iba a durar nada menos que veinticinco días, me había llevado un par de libros en papel, pero había echado al petate, también, el flamante e-book que me tocó hace unos meses en un sorteo y que, reconozco, no había usado ni para leer el Manual del Usuario.

Mi pérdida de virginidad e-lectora vino, pues, de la mano de Mario Vargas Llosa y su “Lituma en los Andes” que, si bien transcurría en paisajes andinos del Perú, estaba temática, cultural y paisajísticamente vinculada a ese norte de Argentina y Chile y, sobre todo, al sur de Bolivia que he descubierto estas pasadas semanas.

Tierra de volcanes, pasos de montaña aparentemente inaccesibles, infames pistas de tierra como únicas vías de comunicación y comunidades rurales endogámicas y aisladas en mitad de profundos valles cercados de picos de más de 5.000 metros, perpetuamente cargados de nieves.

El paisaje y el medio físico, inevitablemente, condicionan la vida de la gente, los pueblos y las comunidades. Y de los viajeros. Por haces del destino –y de una mala piedra en los riñones, o por ahí – me quedé un día varado en mitad de Bolivia, tirado en un camastro, en la habitación de un hotelucho, leyendo las desventuras de Lituma en los Andes. Y sentí como propias, cercanas y amenazantes muchas de las cosas que Vargas Llosa cuenta en un libro denso, polémico y adictivo.

Lituma es un cabo de la Guardia Civil peruana, costeño, destinado a un remoto puesto de montaña, en un pueblo serrano amenazado por Sendero Luminoso. La dureza de la vida en la montaña, el miedo, las contradicciones vitales y, sobre todo, las creencias y supersticiones andinas que rodean a Lituma hacen de su existencia poco menos que un infierno, tan incomprensible como inasumible, al modo del reverso tenebroso de “Doctor en Alaska”, pero en los Andes y en mitad de una de las espirales terroristas más siniestras en la historia de la humanidad, si puede haber gradación de la ignominia, el miedo y el terror.

La cantidad de recursos estilísticos que emplea Vargas Llosa para construir las diferentes narraciones que incluye “Lituma en los Andes”, los saltos en el tiempo, los recuerdos, las conversaciones, las leyendas, las referencias mitológicas, la actualización de antiguas tradiciones… hacen de la lectura del libro un festival para los sentidos, un puro goce literario.

Ahora bien, los que esperen corrección política… que se sienten y se armen de paciencia porque en “Lituma en los Andes” no hay ni gota. No me extraña que muchas de las críticas y reseñas del libro se ensañen contra la imagen que Vargas Llosa transmite de los aldeanos y los indígenas de las montañas, apegadas a sus costumbres (bárbaras), a los cultos antiguos (salvajes) y a las tradiciones (sangrientas) más apegadas a la tierra.

En aquel camastro del hotel de Uyuni, convaleciente, sentí la fuerza de los sacrificios a los Apus y la dureza, la complicación y la soledad de la vida en un pueblo de las sierras andinas.

Después llegaron los compañeros y la cosa cambió. Afortunadamente. Pero ésa es otra historia y, para entonces, ya había terminado de leer la fascinante “Lituma en los Andes”.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

¿Cómo estoy en Bolivia?

Ya os lo contaré, pero lo de Bolivia ha sido durísimo. Precioso. Pero durísimo. Y he pasado algunos momentos de pesadilla, por cuestiones de salud, desconocimiento, aislamiento y miedo. Ya estoy de vuelta en Argentina, y las cosas van bien. Otra vez. Por tanto, mi resumen de estos días, ahora mismo, se traducen en el nombre de este almacén:

Como botón, una muestra de la garita que constituye la entrada a Bolivia desde Chile. Esto es la frontera. Y la aduana. Y todo:

Blackthorn

El western. Sinceramente, yo creo que el cine se inventó para que se pudieran filmar películas del Oeste. Lo he dicho, escrito y publicado una y mil veces: no hay como sentarse frente a una pantalla de cine (o televisión) y ver las imágenes de unos cowboys cabalgando hacia horizonte para que yo me sienta muy, pero que muy cerca del nirvana.

Y que sea un español como Mateo Gil el que se haya liado la manta a la cabeza y, cogiendo los trastos de filmar, se haya largado al altiplano de Bolivia a filmar un western de ley, crepuscular, reflexivo, imaginativo y esplendoroso, sólo puede llenarnos de orgullo y satisfacción.

La pena es que, a tenor de las cifras que vemos en las revistas y webs especializadas, la acogida del público no ha sido precisamente entusiasta. Aunque habría que plantearse si la fecha de estreno, en pleno verano, ha sido la mejor para una película de la naturaleza de “Blackthorn”.

A estas alturas, todos sabemos que la película cuenta la historia de Butch Cassidy, ya mayor, después de que consiguiera escapar milagrosamente a la celada que le tendieron las tropas del ejército boliviano, a él y a su compañero de andanzas, el no menos célebre Sundance Kid. Os acordáis, ¿verdad? Dos hombres, un destino, una mujer y gotas de lluvia cayendo sobre sus cabezas, mientras montaban en bicicleta.

¿Qué llevaría a Mateo Gil a embarcarse en una historia como ésta, sabiendo que las comparaciones con la película protagonizada por los míticos Paul Newman y Robert Redford iban a ser inevitables? ¿Cómo conseguiría unir a la causa a un actor tan polifacético, esquivo, complicado y a contracorriente como Sam Shepard?

Ni idea.

Pero bendita sea tamaña locura y semejante decisión: la película es una gozada y el actor está soberbio, esplendoroso y apoteósico, como un viejo, melancólico y taciturno criador de caballos que decide volver a casa, a conocer a su hijo.

No hay grandes duelos a pistola. En “Blackthorn”, lo importante no es ser el más rápido sino ser el más duro, fuerte y resistente. El que resiste, gana. El famoso adagio se hace celuloide en una película que transmite sensaciones muy plásticas, que hace sentir sed, calor abrasador y frío extremo en el espectador. E indignación. Porque el guión, cuyas piezas acaban encajando a la perfección, es prodigioso.

Yo no puedo ser muy objetivo con un western, pero creo que nadie se arrepentirá si va al cine, a ver la película. Eso sí. Que vaya tranquilo y sin prisas. Porque lo importante no es llegar el primero. Lo importante es llegar, como bien le explicará Blackthorn al ingeniero interpretado por un Eduardo Noriega cuyo culo pelado y en carne viva es la mejor plasmación posible de lo dura que es la vida en la frontera.

Valoración: 8.

Lo mejor: el pétreo y surcado de arrugas rostro de Shepard y la secuencia de la persecución en las salinas. Y la aparición de las dos mujeres justicieras. Y…

Lo peor: que no haya colas de espectadores queriendo ver “Blackthorn”.

Jesús Lens

PD.- En años anteriores, sí escribimos los 3 21 de julio. En 2008, 2009 y 2010.