Con mascarillas, más bonicos

Cae la tarde en Ronda. Plaza central del casco histórico. Un tipo se sitúa en el mejor lugar posible para hacerse un selfi. Iba a decir que el muchacho es difícil de mirar, pero lo cierto es que, en realidad, es feo. Muy feo, objetiva y picasianamente hablando.

Ni que decir tiene que está petao, lleva un peinado modelno con sus correspondientes mechas y luce tatuajes varios por diferentes partes del cuerpo, bien visibles bajo su camiseta de tirantes. Por supuesto, no lleva mascarilla. Al menos, no mientras se afana con en palo selfi. Cuando termina, se calza una quirúrgica. Y el muchacho gana bastantes enteros con ella puesta.

En las cercanías del famoso tajo de la localidad malagueña, más de lo mismo. Como si fueran la Resistencia de Miguel Bosé, decenas de personas se fotografían sin su mascarilla. —¿Por qué lo hacéis?— me apetece preguntarles—. ¿Por qué os la quitáis, sin con la mascarilla estáis más bonicos?

Pero no hay manera. Con darse una vuelta por las redes sociales, está todo dicho. Pregunta para juristas: ¿puede sancionar la autoridad competente a las personas que se exhiben a sí mismas en Facebook, Twitter e Instagram, incumpliendo la normativa vigente de forma tan voluntaria como flagrante?

No hemos conseguido interiorizar que la amenaza del coronavirus sigue ahí fuera, vivita y coleando. Hace unos días, un puñado de tíos grandes como castillos, miembros de una peña deportiva y no convivientes, por tanto; se fotografiaban en el interior de un garito sin mascarillas y sin distancia social alguna, felices de reencontrarse. ¿Y qué me dicen de esas familias que, para agasajar al abuelo, juntan a no menos de quince o veinte hijos y nietos que, desembozados, lo rodean y lo abrazan en el salón de su casa?

¿Qué tendrá el ego narcisista que, con la está cayendo, lleva a tantas personas supuestamente inteligentes a comportarse como auténticos descerebrados?

Quizá sea hora de pasar a la ofensiva y empezar a echarle la boca a la gente que incumple las normas, en la calle y en las redes. Que mucho reírnos de Miguel Bosé y echarnos las manos a la cabeza con la estulticia de los antimascarillas, pero luego, en la práctica, nos parece más importante una fotito para el Instagram que nuestra salud y la de quienes nos rodean. Sin olvidar que, en muchos casos, en las fotos salimos mejor y más bonicos con la mascarilla que al natural.

Jesús Lens

Paraíso interior

Me permito tomarle prestado el eslogan a nuestra provincia hermana, Jaén, para hablar de esa belleza que se encuentra en el interior, pero que tanto trabajo nos cuesta descubrir. Y disfrutar.

El mundo estaba en nuestra casa

Tranquis. Esto no va de que saldremos reforzados de la pandemia y toda esa vaina. Es mucho más sencillo. Y banal: confinados en nuestras casas y sin poder salir, no nos ha quedado más remedio que convivir con nuestro interior cotidiano durante varias semanas seguidas. ¿Y qué nos hemos encontrado?

Para empezar, una enorme desigualdad. El derecho constitucional a disfrutar de una vivienda digna y adecuada se manifiesta de extrema necesidad cuando salir a la calle está vetado por una cuestión de salud pública. De cara a la reconstrucción post-pandemia, la cuestión del acceso a la vivienda debería ocupar uno de los puestos más altos de la lista.

Se dice que a partir de una determinada edad, uno tiene la cara que se merece. ¿Cabe hacer esa analogía con el domicilio en que vivimos? ¿Lo tratamos con el mimo y el esmero que se merece? ¿En serio que menos es más?

A lo largo de esas semanas he disfrutado de un montón de tebeos que tenía pendientes de leer, comprados de forma compulsiva a lo largo de los años. Lo hablaba el otro día con Paco, el dueño de la librería Subterránea: hay cómics que piden tiempo para ser leídos de una tacada, durante varias horas seguidas. En pleno confinamiento les ha llegado su hora.

Rescato viejas películas que tenía amontonadas en vetustos DVD. Porque las plataformas están muy bien, pero no lo tienen todo. Ni muchísimo menos. Y, en ocasiones, me resisto a ver lo que manda el algoritmo de turno. ¡Qué placer, recuperar aquellos clásicos, todavía precintados, que me esperaban arrumbados al fondo de una estantería!

¿Y las paredes? A que no se me cayera la casa encima han colaborado esos cuadros, grabados, fotografías, pósters y carteles que, a lo largo de los años, he ido atesorando con la veleidosa pasión del aficionado diletante. Por no hablar de esas figuritas que me acompañan en la mesa de trabajo, de Blacksad a Vito Corleone, pasando por el capitán Haddock, Laura Palmer; Dalí o la Mujer del Leño. Echo de menos tener plantas, eso sí. Soy descuidado y me daría pena que muriesen. Creo que ahora las cuidaría con mucho cariño.

Si, como pronostican los expertos, seguiremos pasando mucho tiempo en nuestro hogar, toca repensar dónde se esconde su belleza, en busca del paraíso interior.

Jesús Lens