ByE VII: Manos de pianista

Aquí, las entradas anteriores de «Barras y Estrellas». La más antigua, abajo. Y subiendo.

Eso mismo le preguntó el inspector López. Que qué pasaba con Rosa. Y la respuesta era que con Rosa no pasaba nada. De nada. Porque había desaparecido.

– ¿Cómo que ha desaparecido?

– Desaparecido. Sí. Esfumado. Volatilizado.

– ¿Estás de coña?

– Ya me gustaría…

– Joder. ¿Y se lo has dicho al pasma aquél? Porque la cosa está clara, ¿no? La tía te camela, empieza por calentarte los cascos, sigue por los bajos y, cuando te tiene a punto de caramelo, te despluma como a un pardillo.

– No.

– ¿Cómo que no?

– Pues que no.

– ¿Sabrás tu…?

– No, hostias, serás tú el que sepas, Antonio. Que lo sabes todo sobre todo y sobre todos.

No era fácil que Fernando levantara la voz. Ni que reaccionara a las puyas de los parroquianos habituales del “Café-Bar Cinema”.

Estrellita trató de calmar los ánimos.

– Antonio, cierro el pico de una vez y deja que se explique el chaval.

Con un mohín de disgusto, Antonio hizo el gesto de cerrar una cremallera por encima de sus labios. Estrellita le agradeció el gesto sirviéndole una Alhambra Especial y animó a Fernando a que siguiera contando su historia.

– Digo que no fue para robarme para lo que me drogaron. No digo que no fuera Rosa, pero, desde luego, no para sacarme los cuartos.

Cuando Antonio se disponía a volver a meter baza, Nando le hizo mantener la boca cerrada con un enérgico gesto de su brazo.

– Y puedo jurar que no fue para robarme porque no me quedaba un céntimo en el bolsillo. De hecho, Rosa tuvo que pagar su tónica y mi botellín de agua. Y no. Antes de que lo preguntéis. No llevaba la tarjeta del cajero encima: me había dejado la cartera en casa.

– Y, si no era para robarte, ¿para que te drogaron? Porque violarte, tampoco te violaron. Salvo que haya algo que no nos hayas contado – dijo Luis, en tono muy serio.

– Pues no. Tampoco me dieron dado por el culo. Pero, mirad cómo tengo las manos.

Fernando mostró unas manos, habitualmente finas, delgadas y delicadas, mano de pianista, como las definía su madre; hinchadas, amoratadas y llenas de heridas y desgarros.

Veamos, los 2 de abril anteriores: 2008, 2009, 2010 y 2011.

ByE 6: La burundanga

Barras y Estrellas es un serial que acaba de empezar. Transcurre en un bar llamado «Café-Bar Cinema» y los protagonistas principales son Estrellita Castro, dueño del local, y dos de sus clientes habituales, Antonio y Luis. Y, en la última entrega, que podéis leer aquí, apareció un policía preguntando por otro cliente, Fernando. Un Fernando que justo ahora hace su aparición en «Café-Bar Cinema». Además, a través del Link mayúsculo, y de abajo hacia arriba, TODAS LAS ENTRADAS PREVIAS DE «BARRAS Y ESTRELLAS».

A partir de hoy, cada día de esta Semana Santa, a las 8 am de la mañana, una nueva entrega. ¡A ver si os engancháis!

– No me jodas Fernando. ¿La qué?

La burundanga. Así es como se conoce popularmente a la escopolamina, un alcaloide que procede de plantas míticas como el beleño o la mandrágora y que, como ocurre con tantos productos, en pequeñas dosis tiene efectos médicos. En dosis mayores, sin embargo, se convierte en un potente anulador de voluntades y ha sido muy usada en robos, violaciones, secuestros, etcétera.

– O sea que te echaron algo en la bebida. Que te drogaron. Como en las películas.

– O como en los cuentos infantiles.

– O como en las leyendas urbanas.

Aunque no era un tema para tomárselo a broma, los muchachos se estaban cebando con Fernando. Cuando se trataba de tomarle el pelo –de hacerle madurar y de educarlo, sostenían, para introducirlo en una despiadada sociedad darwinista en la que solo los más fuertes podían sobrevivir- Luis y Antonio eran implacables aliados.

Estrellita, sin embargo, no estaba para bromas.

– No pensarás que fue aquí donde te drogaron, ¿verdad? Es decir, que Rosa y tú, al salir de aquí, os fuisteis por ahí a tomar una copa y allí fue donde te metieron la burundiga esa, ¿no?

– La burundanga.

– Sí, vale. La como-pollas-se-llame. Que de aquí os fuisteis a otro sitio, ¿a que sí?

– Sí.

Estrellita respiró aliviado, como cuando tienes un amago de ataque de ansiedad y te concentras en llenar los pulmones de aire.

– Pero en el otro garito no me pudieron poner nada en la bebida.

– ¿Y puede saberse por qué?

– Porque salí de aquí ya bastante cargado y pedí un botellín de agua.

– ¿Y? ¿Es que la burandoga ésa es alcohólica y no reacciona con el agua o qué?

– No. Solo que no le quité el tapón a la botella nada más que para beber. Y la volvía a cerrar.

No podía evitarlo. Estrellita estaba jodido con el tema. Cierto es que no había incurrido en ilegalidad o tan siquiera en irresponsabilidad alguna, pero eso de que drogaran a sus clientes… Antonio aprovechó para meter baza:

– Venga Nando, que estás entre amigos. Confiesa que toda la historia esa de la droga en la bebida no es más que una milonga para justificar que estuviste toda la noche de putas y no querías que Rosa se enterara.

– Por cierto –apostilló Luis. – ¿Y Rosa, qué?

Veamos el 1 de abril de 2008, 2009, 2010 y 2011.

ByE 5: ¿Quién sabe dónde?

Tras la cuarta entrega del serial Barras y Estrellas, lógicamente llega la quinta, en la que todo empieza a complicarse:

– ¿Conoce a Fernando Márquez Rodríguez?

– Pues depende.

– ¿De?

– De quién lo pregunte…

– Eso creía que ya había quedado claro.

– …y, sobre todo, de para qué lo pregunte.

Estrellita, a lo largo de los años, había tenido que lidiar con inspectores de sanidad, inspectores de trabajo y hasta con inspectores de la SGAE. Una vez, incluso, con un inspector veterinario. Sin embargo, no estaba habituado a vérselas con inspectores de la policía.

El inspector López le había entrado con absoluta corrección, pero a Estrellita le generó desasosiego que aquel tipo le mostrara una placa y le preguntara por uno sus parroquianos habituales. Aunque era bien cierto que Nando llevaba días sin asomar por “Café-Bar Cinema”, tampoco tenía obligación de fichar.

– La mañana del pasado domingo, su madre llamó a comisaría, denunciando la desaparición del susodicho, que aparecería en Motril, y en lamentable estado, unas horas después.

– Pensaba yo que para tramitar una denuncia por desaparición tienen que transcurrir, como mínimo, 24 horas de ausencia de la persona…

El policía puso los ojos en blanco y levantó la mirada hacia el techo, mostrando la inequívoca expresión de “Señor, dame paciencia” habitual en cada vez más profesionales. ¡Cuánto daño han hecho CSI y las series de abogados en un país que, si antes se podía vanagloriar de tener 40 millones de seleccionadores nacionales, ahora también podía presumir de tener un penalista-criminalista por cada aficionado a la televisión! Por no hablar de los internautas hipocondríacos adictos a “House”.

– Da lo mismo. El caso es que Fernando Márquez apareció hecho unos zorros y sin recordar nada de lo que había ocurrido.

El inspector pudo percibir las típicas miradas cómplices y risitas disimuladas entre algunos de los clientes que, aparentemente, estaban a lo suyo, repartidos por la barra del bar. En realidad, podría haber pedido al encargado que fueran a un lugar más discreto para hablar del tema, pero quería que los habituales escucharan lo que tenía que decir. Por eso, además, había hecho que un par de sus hombres entraran unos minutos antes y se ubicaran en lugares estratégicos de un bar, dicho sea de paso, muy bien montado.

– Me extraña, la verdad. Fernando no es uno de esos jóvenes camicaces que se beben hasta el agua de los floreros. Es un buen bebedor. Sensato y tranquilo. Pero, ¿por qué me cuenta todo esto a mí?

– Porque éste fue el último lugar en que recuerda haber estado, la noche de autos.

Haciendo memoria sobre la noche de marras, Estrellita no encontró nada raro en el comportamiento de Fernando. Empezó con una 1925 y, después, se pasó a las Especiales de barril, como casi siempre. Rosa llegó algo tarde, remataron la velada con una copa de vino y salieron por la puerta tan campantes, sin hacer eses o haber entonado cánticos populares.

– Pues de aquí salió de una pieza, entero y sin mácula.

– ¿Bebieron mucho, Fernando y su acompañante?

O sea que, efectivamente, la policía no es tonta y, aunque hacía poco tiempo que Nando salía con Rosa, ya la tenían controlada.

– En absoluto. Él tres o cuatro cervezas y una copa de vino. Ella, ni eso.

– ¿Hacía cuánto que Fernando salía con su chica, Rosa?

– No mucho. Apenas si la había traído por aquí dos o tres veces.

– ¿Qué tenían pensado hacer al salir de aquí? ¿Pensaban seguir la juerga?

– Fernando no es muy fiestero, pero a Rosa parece que le va más la marcha. Siendo sábado noche, imagino que irían a tomarse un cubatita por ahí. Pero no sé a dónde. Imagino que Rosa será la más indicada para contestarles a esa pregunta, ¿no cree usted?

– ¿Qué bares de copas mandan por aquí a sus relaciones públicas para conseguir clientes, señor Castro?

– Solo un par de ellos, los dos de aquí al lado. Me traje el “Café-Bar Cinema” a esta zona, fuera del centro y de las calles típicas de una ciudad como Granada para tratar de hacerme con una clientela propia y fiel, al margen de los vaivenes del turismo. Así que, sitios de copas, solo dos y recién abiertos.

– Muchas gracias por su colaboración, señor Castro.

(Continuará)

Veamos anteriores 16 de marzo, aunque dos de ellos estábamos ya en Semana Santa y viajando, claro. Qué caprichoso es el calendario lunar: 2008, 2009, 2010 y 2010.

ByE 4: Un chiste de finlandeses

Por si no habéis seguido las tres anteriores entregas de “Barras y Estrellas” (que podéis enlazar desde aquí), os cuento que se trata de un serial a la vieja usanza. Y que se desarrolla, íntegramente, en un garito llamado, por supuesto, “Café-Bar Cinema”, regentado por un tipo llamado Enrique Castro, apodado Estrellita.

Y dos de sus clientes son Luis y Antonio. Antonio es un empresario bocón al que la crisis trae a maltraer y Luis es un escritor que mira mucho y habla poco, desde el extremo de la barra.

La entrega de hoy, muy cortita, además es un chiste:

– Antonio, te voy a contar un chiste.

El silencio que se hizo en “Café-Bar Cinema” fue ensordecedor, como si un tsunami hubiera barrido el local.

– Sí hombre, no pongas esa cara. Te voy a contar un chiste. Uno nórdico.

Que Luis se dirigiera a Antonio, voluntariamente; y que lo hiciera para contar un chiste, en alta voz, era algo tan inédito en la historia del bar como absolutamente imprevisto e imprevisible.

– ¡Coño, Luis! Eres una caja de sorpresas. Tú, que siempre has renegado de los chistosos y de los hombres que bailan, ¿vas a contarme un chiste? ¿A mí?

– Lo cuento si eres capaz de cerrar la boca por unos segundos y escuchar. ¿Crees que podrás hacerlo?

La verdad es que Antonio llevaba una tarde imposible, comentando la reforma laboral emprendida por el gobierno de Rajoy. Sobre todo, porque lo mismo defendía la libertad a ultranza que debían tener los empresarios para poder ajustar sus plantillas a las necesidades del negocio que hacía hincapié en la importancia de la estabilidad en el empleo de cara a recuperar la confianza de los consumidores.

– Sí hombre, sí. Por escucharte contar un chiste, sería capaz hasta de votar a los comunistas en las próximas elecciones.

– Es un chiste de finlandeses.

– Helados, nos vamos a quedar.

– Esto son dos finlandeses que entran en un bar y se sientan juntos, en la barra. Empiezan a pedir cervezas y, sin decir ni una palabra, se las van bebiendo, tranquilamente. Cuando pasan tres horas y se han tomado un puñado notable de birras, uno de los finlandeses levanta su vaso, se gira hacia el otro y le dice: “¡Salud!” El colega, con gesto de mosqueo, musita por lo bajini: “Yo no he venido aquí a parlotear”.

Que tuviera que ser un chiste lo que dejara sin palabras a Antonio sirvió, además, para que Estrellita y el resto clientes de “Café-Bar Cinema” prorrumpieran en una estruendosa carcajada.

Y es que hasta a Finlandia parece haber llegado la mala follá granaína.

(Continuará)

Y ahora… ¿qué publicábamos, un 13 de marzo de 2008, 2009, 2010 y 2011?

ByE-3: ¡Marchando una de cine!

Os tenéis que enganchar a «Barras y Estrellas». Aquí empezaba esta historia y esta es la segunda entrega.

Ahora entramos en el tercer capítulo…

– ¿Qué vas a poner hoy, Estrellita?

– ¿Tú qué crees?

– ¡Qué se yo! Con lo rarito que eres a la hora de elegir películas, ¡cualquiera sabe a qué atenerse! Todavía tiemblo, acordándome de aquel coñazo griego, ¿o era yugoslavo?, que nos endilgaste hace unas semanas.

– Jodido ignorante… pero, tranquilo, que hoy vamos a celebrar el Goya que le han dado a Enrique Urbizu.

Estrellita y Antonio hablaban en un lado de la barra mientras que Luis, alejado, leía el periódico, como siempre.

– Querrás decir los Goya, ¿no? – dijo Luis, saliendo de su mutismo.

– ¡Anda! Pero si el ave solitaria y nocturna tiene voz y hasta se digna hablar con otras personas.

– Es que estoy hasta los cojones de que, en esto del cine, solo se reconozca la labor de los actores y de los directores. ¿Y qué pasa con nosotros, los escritores? ¿Es qué nadie se da cuenta de que, sin un guion, no hay película?

En el “Café-Bar Cinema” de Enrique Castro, conocido como el Estrellita, había un recodo, justo al lado de los servicios, que hacía las veces de microsala de proyecciones. Apenas cabían quince o veinte sillas, apelotonadas, frente a una pared sobre la que se desplegaba una pantalla.

Una cosa tenía clara Estrellita cuando abrió su local: nada de tele.

Si algo detestaba, como cliente y como cocinero antes de fraile, era entrar a un bar a tomar algo con alguien, y darse de bruces con el run rún de la tele: le provocaba tal desazón que, sobre la marcha, se daba la vuelta, salía y nunca volvía.

No entendía, Estrellita, aquella costumbre. Que una cosa podía ser poner un partido de fútbol, de vez en cuando. Y otra muy distinta, convertir un bar en la sala de estar de una casa cualquiera, rancia, vulgar, añeja, gris y mediocre.

Otra cosa era, sin embargo, convertir una pared desnuda en un espacio de proyección, para disfrutar de algunos eventos concretos o, sencillamente, para ver películas, cuando las circunstancias así lo permitían: a mitad de la jornada vespertina, cuando es tarde para tomar un café, pero temprano para tomar una caña. O, los fines de semana, entre la hora del desayuno y la de las cañas. O, por supuesto, a última hora de la noche, cuando todos los gatos son pardos y una persiana a medio bajar era una invitación a prolongar la velada, hasta bien entrada la madrugada.

PD.- Continuará, pero antes, a ver qué blogueamos otros 6 de marzo: 2008, 2009, 2010 y 2011