RETROBACK: MITOMANÍA CONTRA LA CRISIS

Es día de Cuaversos, pero la actualidad manda y hoy publicamos estas notas en IDEAL que, espero, les gusten. Los Cuaversos, por la tarde.

Organizar por primera vez cualquier evento siempre conlleva una grandísima dosis de ansiedad, nervios e inseguridad. ¿Saldrá bien? ¿Responderá la gente? ¿Habremos acertado?

 

Con la primera edición de Retroback, el Festival de Cine Clásico de Granada, sus responsables, organizadores y patrocinadores pueden estar tranquilos porque, desde luego, han dado de lleno en el clavo: repercusión mediática, interés en las calles, salas llenas de espectadores y colas en la exposición principal del evento.

 

Y es que cruzar la plaza del Humilladero y enfrentar la Carrera de la Virgen, paseando sobre esa inmensa alfombra roja y esos carteles de cine de tamaño gigante, es un atractivo preámbulo a lo que espera tanto a los cinéfilos compulsivos, como a los más sencillos aficionados al cine y a todos los viandantes y ciudadanos en general que estos días andan por Granada.

 

Porque el gran éxito de Retroback ha sido, precisamente, llegar a todo el mundo. Y eso, desde luego, no es fácil. Ni mucho menos.

 

Los frikis más recalcitrantes están disfrutando con una ambiciosa «Antología del cine fantástico italiano» que mezcla sangre y vísceras con erotismo de alto voltaje, perversiones varias y un humor de tintes surrealistas. Un cine osado y valiente que ahora puede parecer minoritario, pero cuyos orígenes fueron ciertamente populares, fiesteros y bullangueros, cuando lo políticamente correcto no había hecho su irrupción en el mundo. Al menos, en el mundo latino y mediterráneo.

 

Los aficionados al cine están viendo, en pantalla grande y en versión original, las películas de directores como Fellini, Polanski, Hawks o Melville y, todo el mundo, hasta las personas más reacias a pisar los modernos complejos de multicines, se han reconciliado con la magia de la sala oscura, disfrutando de clásicos imperecederos de estrellas como Audrey Hepburn, auténtica y afortunada protagonista de esta primera edición de Retroback.

 

¡Qué gusto, ir un lunes a las 20.30 al cine y encontrar un llenazo casi absoluto para ver «El quimérico inquilino», de Polanski, en versión original! ¡Qué emoción, tener que hacer cola para comprar una entrada para «Vacaciones en Roma»!

 

David, un espectador, nos dice lo siguiente sobre la sesión dominical de Retroback: «pese a que por Internet sólo había seis asientos vendidos para «Los que no perdonan», me llevé la grata sorpresa de encontrar a unas cuarenta personas, a las seis de la tarde de un día de perros, para ver una película antigua en VOS. Una gozada ver la película a lo grande. Tanto que se perdona que, ya fuese por la copia o por dificultades de proyección, tuviese cortes entre los siete rollos que componían la cinta, dando la sensación de estar viendo un serial. ¡Ah! Y para la sesión siguiente, para la película de Kuroneko, creo que había incluso más gente. Además, el puesto de información del Festival se había quedado sin Programas, lo que permite augurar una presencia masiva de espectadores en las salas durante los próximos días.»

 

Y si la programación cinematográfica ha sido un éxito, las actividades paralelas a la misma también han concitado el interés de los granadinos. La exposición sobre Audrey Hepburn (cuya semblanza publicamos el pasado sábado) ha hecho que se formen colas en sus puertas, aunque en este caso, sí hay claroscuros. Nos dice Sylvia, una aficionada con un sorprendente parecido físico a la estrella: «la exposición me pareció bastante escasilla de documentos y fotos. Los tres vestidos y el abrigo, muy bonitos, pero podían haber añadido una foto de Audrey luciéndolos, para recordar cómo le quedaban. Lo que daba más envidia era que proyectaban un vídeo con otra exposición en que sí había cientos de fotos y muchos más objetos. Además, las gafas no eran las auténticas, las que usaba en la película, sino unas que llevan la propia marca de la actriz. Los carteles de sus películas en distintas versiones sí que eran chulísimos.»

 

En cualquier caso, esta primera edición de Retroback está siendo un éxito rotundo que hace augurar (y desear) larga vida a un Festival que ha sabido conectar con el público y acertar con una programación para todos los gustos, concitando el interés de miles de personas a través de las exposiciones paralelas y consiguiendo que, en estos tiempos de crisis y recesión, la gente vuelva a encontrar en la mitomanía del cine una válvula de escape para sus problemas cotidianos.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

UN ANGEL LLAMADO AUDREY

Hoy comienza Retroback, el Festival de cine clásico de Granada, con esta mujer como protagonista absoluta. A ella le dedicamos esta semblanza, hoy, en las páginas de IDEAL. ¡Audrey vive!

 

Cuando ya llevaba varios años retirada, Steven Spielberg consiguió que volviera al cine. Y lo hizo en una película muy especial titulada «Para siempre», en la que interpretó el personaje de… un ángel. Audrey. No hace falta decir nada más para saber a quién nos referimos. No necesitamos escuchar su apellido para saber de quién hablamos. Audrey.

 

Icono de la cultura popular, entronizado por algunos de los papeles femeninos más memorables de la historia del cine, Audrey será, por siempre jamás, esa aparentemente sofisticada chica que se baja de un taxi, una madrugada cualquiera y, al son del «Moon river» de Henry Mancini, se dirige hacia el escaparate Tiffany`s, la joyería más exclusiva del mundo… para sacar un croissant y un café del bolso y regalarse un desayuno tan sencillo como fastuoso.

 

Ahí radica, posiblemente, el secreto del éxito atemporal y eterno de Audrey: la elegancia de la sencillez y la serena belleza de una mujer con aura, con ángel, con duende y con misterio. Una mujer a la que adoraban las cámaras y que sabía transmitir infinidad de sensaciones y matices a través de una expresividad que no necesitaba de mohines ni afectadas sobreactuaciones para cautivar a los espectadores.

 

Y lo curioso es que Audrey llegó a la interpretación por pura mala suerte: viviendo entre Bélgica y Holanda, siendo niña, estudiaba y ensayaba para ser bailarina de ballet. Sin embargo, las penurias de la II Guerra Mundial le provocaron severos estragos físicos en su delicado cuerpo, lo que, unido a las estrecheces económicas de su familia, la obligaron a olvidarse de la danza y a tener que elegir una nueva profesión, que para fortuna de sus millones de admiradores, fue la interpretación.

 

En 1953, cuando tenía veinticuatro tiernos años de edad, interpretó la primera de las películas que contribuirían a convertirla no sólo en una estrella sino en ese icono al que nos referíamos anteriormente. En «Vacaciones en Roma» daba vida a una princesa que, harta de una vida solemne, protocolaria, dirigida y aburrida, se soltaba la melena y, poniéndose en manos de un americano, se dedicaba a disfrutar durante unos días de la dolce vita italiana, descubriendo el goce de vivir y los placeres de la vida sencilla y cotidiana. Un canto a la frescura, a la naturalidad y a la belleza de una existencia sin artificios.

 

¿Y qué no decir de la deliciosa y entrañable vendedora de flores, Eliza Doolittle, protagonista de la famosa y multipremiada «My fair lady», que ganaría doce Óscar, incluyendo todos los grandes… con excepción hecha, paradójicamente, del de mejor actriz? En este memorable musical de George Cuckor, la transformación de su personaje es inverso: de ser una pobre mujer, fea y desaliñada, que apenas sabe ligar tres ininteligibles frases seguidas, la señorita Doolitle se transforma en toda una señorita, pulida y refinada, que acude a las carreras de Ascot. Y, sin embargo, una vez que los jueces dan el pistoletazo de salida y los caballos inician la competición, Eliza no puede reprimir sus emociones y se levanta de su asiento, gritando y jaleando a su caballo favorito. Una inaudita, divertida y reivindicativa muestra de espontaneidad en el encorsetado universo de las estrictas relaciones sociales británicas.

 

Y no podemos olvidar, por supuesto, esa «Historia de una monja» que no sólo terminó de consolidar a Audrey en el imaginario colectivo de los cinéfilos de todo el mundo como representación iconográfica de la bondad y el compromiso sino que, al haber interpretado a un personaje que tanto tenía que ver con su propia biografía, la actriz se vio profundamente conmovida hasta el punto de que, desde entonces, empezó a colaborar con pasión en distintas iniciativas sociales y solidarias.

 

Por esta labor fue nombrada embajadora especial de la UNICEF, trabajando con denuedo en favor de la educación de los menores más desfavorecidos de todo el mundo. De hecho, gravemente enferma y completamente desahuciada, tres meses antes de su muerte viajó hasta Somalia para enviar un mensaje de apoyo y solidaridad a los niños de uno de los países más pobres del mundo. No es de extrañar que, años después de su fallecimiento, la UNICEF erigiera una estatua de la actriz y la instalase en su sede central de Nueva York.

 

Es muy significativo que la imagen de Audrey, como ocurriera con su entrada en el mundo de la interpretación, también comenzara a generarse por un divertido error: Cuando había firmado su contrato para participar en «Sabrina», el estudio la mandó al célebre diseñador Givenchy para que empezase a preparar el vestuario que luciría en la película.

 

A aquél le habían dicho que el papel principal de la comedia lo iba a interpretar Miss Hepburn y él entendió que se trataba de la otra Hepburn: Katherine. Por eso, cuando el diseñador se encontró con una jovencita desgarbada a la que no conocía, montó en cólera y se negó en redondo a trabajar con ella.

 

Givenchy no tardó, sin embargo, en cambiar de opinión. De hecho, no sólo la vistió majestuosamente para «Sabrina» sino que terminaría siendo íntimo amigo de Audrey y creando para ella un perfume especial: L’Interdit. La actriz, convertida ya en una celebridad, ya se mantendría toda su vida fiel al diseñador que había contribuido de forma decisiva a consolidar esa imagen pública de naturalidad sin estridencias y de una belleza natural que no necesitaba de joyas o caros complementos para refulgir como la estrella que era.      

 

Con el paso del tiempo, el recuerdo de Audrey ha pervive en el imaginario colectivo de millones de aficionados al cine que siguen adorándola. Terminamos con una evocación de Audrey, en palabras de uno de esos secretos admiradores que decoran orgullosamente su despacho con el retrato de la actriz: «es la mujer a la que hubiera amado toda la vida a cambio de absolutamente nada. O menos. Es la belleza…el único ser sobre la tierra, debajo de ella o en las nubes, al que te quedarías mirando toda la vida y luego el resto de la eternidad… porque los ángeles tienen su rostro.»     

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.