VIDA SOCIAL

La columna de hoy de IDEAL, inspirada por una larga conversación teñida de birras en la Semana Negra de Gijón y continuada en Villena (Alicante) en aquellos gloriosos días On the road

 

«Eres más falso que un amigo del Facebook». O más inútil. Con este par de dichos queda perfectamente reflejado el trasfondo de ese fenómeno que se ha venido a llamar Redes Sociales y que, en la actualidad, han atrapado a millones de usuarios. Resulta curioso verte sumergido en ese mundo de extraña y fría sociabilidad virtual, rodeado de «amigos», cuando la vida que te gusta y defiendes sería profundamente antisocial, según los tradicionales estándares al uso.

 

¡Falsos amigos!
¡Falsos amigos!

Por ejemplo, comer fuera de casa. O salir de cañas a mediodía ¡Nunca! O casi. Comer fuera de casa supone, ineludiblemente, beber. Alcohol. Una buena comida suele estar bien regada de cerveza, vino, algún licor digestivo y, casi siempre, una copa. Entonces, ¿quién es capaz de hacer algo de provecho después de una comida así?

 

Como lo de las celebraciones, ritos, barbacoas y demás eventos que empiezan a las once o las doce de la mañana de un domingo y no parecen tener fin. O las copas, discotecas, pubs y demás lugares de ocio y esparcimiento nocturno, estratégicamente diseñados para que el cliente, además de las copas, se beba horas y horas de tiempo, en noches eternas que preñan de dolorosas resacas la llegada del amanecer.

 

¡Ser amigos!
¡Ser amigos!

Me declaro enfermo, maniático del tiempo. El tiempo es el tesoro más preciado de nuestra acelerada vida y, si pudiera, invertiría todos mis ahorros en él. En adquirir tiempo. Por eso me gusta quedar con los amigos para salir a correr, echar unas canastas, ir al cine o a un concierto, ver un partido y, además, tomar unas cañas. Y charlar. ¿Es eso vida social? En puridad, sí. En realidad, es otra cosa. ¡La de ideas, quimeras, proyectos y propuestas de trabajo que han salido de esas noches de birras!

 

Con los amigos, siempre procuro compartir actividades y la que más, posiblemente, viajar. Viajar con alguien es una de las mejores formas de conocerle y descubrirle, mirando siempre adelante y compartiendo un proyecto común, sobre todo cuando se trata de un viaje tranquilo y relajado. Como aquellas largas y productivas charlas de antaño, subiendo y bajando lomas y montañas durante horas y horas.

 

No es fácil definir la vida social. Por ejemplo, ¿se imaginan el alucine de una madre a la que dijeran que su vástago más pequeño, enganchado horas y horas al ordenador, es un crack de las relaciones sociales por tener un par de miles de amigos en el Facebook y ser un as de los juegos virtuales en Red?

 

¡Viva el Feisbuc!
¡Viva el Feisbuc!

Hasta hace poco tiempo, el ser más asocial del mundo era, precisamente, el adicto a los ordenadores. Sin embargo, ahora que las calles son impracticables para los niños y que la globalización económica, financiera y laboral nos distancia miles de kilómetros de nuestros seres más queridos, los espacios para la relación social cambian a una velocidad vertiginosa. Así las cosas, subir unas fotos al Facebook (http://www.facebook.com/jesus.lens) o meter una entrada en el Twitter (http://twitter.com/Jesus_Lens) ¿es perder el tiempo o es hacer vida social?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

ENCUESTA: ¿DE QUIÉNES NOS FIAMOS?

Esta mañana, leyendo en El País el artículo «Celebración del Suplemento», de Manuel Rodríguez Rivero, me dio la ventolera de subir la nueva encuesta que tienen en la Margen Derecha, bajo el Twitter y el Facebook.

 

A la hora de elegir una peli para ver o un libro que leer, ¿a quién le hacemos más caso? ¿A los amigos, a los críticos, a los Blogs, a los amigos del Facebook o nos dejamos guiar por el instinto?

 

Un par de respuestas podemos dar, ¿vale?

 

Anímense a participar, a ver si creemos más en el Boca/oreja, en los profesionales o en nuestro olfato…

 

Jesús Lens, preguntón.   

LOBOS

– ¡El lobo! ¡El lobo!

 

Nunca olvidaré aquellos episodios de «El hombre y la tierra» de Félix Rodríguez de la Fuente. Empezaban con el aterrador grito de un aldeano, acongojado por la visión de uno de esos animales cuya mera evocación ya provocaba el pánico.

 

Después, el amigo Félix nos mostraba esa otra dimensión de los lobos, su carácter familiar, cercano, hermoso y arrebatador; de forma que, al terminar el doble capítulo, el lobo se había convertido en tu animal favorito.

 

Quiso la casualidad que, en nuestro memorable viaje a Senegal, para amalgamar a un grupo de cerca de veinte personas que apenas se conocían entre ellos, el encantador MagoMigue llevó un juego tan sencillo como apasionante: «Los hombres lobo de Castronegro».

 

Desde entonces, los compañeros del Senegal, los amigos de La Arrancaílla, nos identificamos como Lobos y Aldeanos. Un grupo tan heterogéneo como compacto que vamos celebrando encuentros lobunos lo mismo en el singular pueblo de Agüimes que en Granada, en Galicia o, próximamente, en Marruecos.

 

Lobos y aldeanos que vamos tejiendo una red de cómplice amistad basada en los viajes, las charlas hasta el amanecer, el teatro, África, el ron, los libros, las fotos, las risas y las Arrancaíllas.

 

Por eso, cuando he abierto IDEAL y me he encontrado con este espléndido reportaje sobre los lobos en Andalucía, no he podido evitar acordarme de ese fantástico grupo de amigos, que se acaba de disgregar y a los que tanto echamos de menos.

 

Va por ustedes.

 

¡¡¡Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!

 

Jesús Lens, lobito bueno.    

EL ALA OESTE DE LA CASA BLANCA EN FRASES

Hace unos meses hablábamos de la amistad, a cuenta de un cadáver y una pala. ¿Os acordáis?

 

También hemos traído a colación frases y diálogos de «Boston Legal», sobre el tema de las relaciones amistoso-fraternales.

 

Hoy no puedo dejar de copiar este diálogo de un episodio de la segunda temporada de «El ala oeste de la Casa Blanca». A ver qué os parece.  

 

 

Navidad.

 

Leo McGarry, Director del Gabinete del Presidente de los EE.UU., ex alcohólico confeso, espera a que su ayudante, Josh Lyman, termine con una sesión terapéutica de urgencia a la que él le ha obligado a acudir, después de que haya estado teniendo un comportamiento inadecuado, áspero y hasta violento con algunos compañeros y hasta con el mismísimo Presidente.

 

A Josh le hirieron de un disparo, en un atentado, hacía unos meses. Y le han diagnosticado estrés postraumático, algo complicado para alguien que trabaja junto al hombre más poderoso del mundo y al que se le debe exigir una perfecta salud mental.

 

Cuando sale de su sesión de terapia, Josh se sorprende de que su jefe, siendo Navidad, esté allí, pacientemente sentado, leyendo un informe mientras espera a que termine una consulta clínica sin horario de finalización prestablecida. 

 

Leo, sin más, le cuenta la siguiente historia: 

 

«Un hombre va tranquilamente por la calle cuando cae en una zanja. Es muy honda y no puede salir. Un doctor pasa y el hombre le grita: 

 

  • ¿Oiga puede ayudarme?

 

El doctor escribe una receta, la tira a la zanja y se larga.

 

Luego llega un cura y el hombre le dice:

 

  • Eh padre, estoy aquí. ¿Puede ayudarme?

 

El sacerdote escribe una oración, la tira a la zanja y se larga.

 

Luego llega un amigo.

 

  • Soy yo, Joe. ¿Puedes ayudarme?

 

Y el amigo se tira a la zanja.

 

El hombre le dice:

 

-¿Eres bobo o qué? Ahora estamos los dos aquí.

– Sí. Pero yo ya estuve aquí antes y sé la salida.»

 

Se hace el silencio. Josh no sabe qué decir. Y Leo zanja la cuestión:

 

– Mientras yo tenga trabajo, tú tendrás trabajo. ¿Entiendes?

REGALOS

La columna de IDEAL de hoy viernes, en clave sencillita, poco polémica, costumbrista.

 

Este año, inmersos en la furibunda crisis que nos invade, parece que estamos menos receptivos a darnos esas pantagruélicas comidas de empresa que enlazan con la cena de la Peña para, al día siguiente, continuar con un ágape con los amigos del Club y terminar con unas cervezas con los ex compañeros de facultad.

 

Esta ralentización del ritmo gastronómico no sólo resulta beneficiosa para el bolsillo de (casi) todos, sino también para la salud, el colesterol y los triglicéridos. El problema es que, de esta manera, parecemos perder el contacto con los amigos. Si un colectivo no se junta a final de año, parece que algo no va bien entre sus integrantes, como si fueran una pareja que no celebra su aniversario.

 

Hay una fórmula muy sencilla, sin embargo, de demostrar aprecio por la gente: el regalo. Y no es fácil, regalar. Es decir, resulta difícil dar con el regalo adecuado para una persona, siempre que quieras ir más allá de un simple y sencillo «salir del paso».

 

Por eso, a mí me encanta regalar libros. Me gusta recordar los gustos literarios de mis amigos e intentar anticipar qué libro les puede emocionar cuando lo reciban o, al menos, qué título les va a arrancar una sonrisa al terminar de desenvolverlo. Y no es baladí, regalar un libro. Sobre todo, porque buena parte de los lectores terminan llevándoselo a la cama y acostándose con él.

 

También me gusta, en otras ocasiones, regalar libros que se salen de lo normal, intentando sorprender a los amigos, descubriéndoles universos literarios nuevos, convenciéndoles de que otro mundo es posible. Y, por la misma regla de tres, me encanta que me los regalen a mí. Todavía recuerdo aquél día de mi santo en que Toñi, en vez de mis dos libros de rigor, pensó que había llegado la hora de regalarme algo más serio, como unos gemelos, porque había empezado a trabajar ¡Qué berrinche! ¡Qué mal rato!

 

Sólo una cosa me incomoda cuando recibo un libro: que alguien se sienta decepcionado si no lo leo en un plazo razonable de tiempo. Por eso me gustaron mucho unas palabras de Azaña, con las que me identifico plenamente: «El verdadero aficionado a los libros sabe que el placer concluye con su adquisición; mejor dicho, que la delicia suprema consiste en tener el libro a nuestro alcance, en saber que es posible leer en él… y luego no leerlo».

 

¿Les parece extremista? Quizá. Pero no le falta razón al viejo Azaña. En casa ya debo tener más libros de los que sería capaz de leer en tres vidas y, sin embargo, pocas cosas más reconfortantes y felices que recibir otro. Sobre todo, cuando se trata del libro preciso regalado por un buen amigo, en el momento adecuado, primorosamente dedicado. Los libros. Regalos sencillos, baratos, perdurables, que siempre valen mucho más de lo que cuestan.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.