Unas cañas con ciencia

Tengo que dejar que se aposenten los efectos de la encuesta de GAD3 para IDEAL… Mientras, la vida sigue.

Como ahora toca decir lo de que la auténtica encuesta, la definitiva, es la del próximo domingo en las urnas; hablemos de temas tangenciales. O no. Porque mientras la anodina campaña electoral —o de perfil bajo, como ustedes prefieran— encara su recta final, la vida sigue. Por ejemplo, en los bares. 

Hoy, mañana y pasado se celebra el festival Pint of Science. O sea, birras de ciencia. La cosa es juntarse en dos bares, el Lemon Rock y La Tertulia, para escuchar, ver y conversar con diversos científicos que cambian las probetas por jarras y las soluciones salinas por cerveza. (Aquí, toda la información sobre el festival).

La semana pasada estuve con sus dos organizadores, Ana Tamayo y Antonio Gómez, compartiendo unas birras, precisamente. Al calor de unas Alhambra —que felizmente ha recuperado el nombre de Especial— hablamos de la importancia de acercar la ciencia a la gente, de sacarla de los cenáculos y desacralizarla. Siendo rigurosos y científicos, por supuesto, que una cosa no está reñida con la otra. (Aquí puedes leer, ver y escuchar el contenido de esta conversación). 

Para ello, los científicos tienen que cambiar su discurso y desarrollar habilidades comunicativas que hagan la ciencia accesible. En Pint of Science tienen un manual para los ponentes con recomendaciones para sus charlas. Me encanta esta: “Presentar tu tema de manera informal animará a la gente a plantear preguntas ‘tontas’ que en un contexto formal no se atrevería a preguntar. Por nuestra experiencia, podemos asegurarte que el público te hará muchas preguntas. Sabemos que en el entorno de un bar y en un contexto de tú a tú con el científico, la gente pregunta sin miedo. Contesta lo que puedas y no tengas miedo a decir “no lo sé”. ¡Qué maravilla!

Jesús Lens

Voces de barra

Llevaba varias horas escribiendo, desde antes del amanecer. Estaba cansado de escuchar nada más que las voces de dentro de mi cabeza, por lo que me puse unos vaqueros, me cambié de camiseta tras comprobar que los alerones todavía aguantaban sin dar demasiado el cante y me bajé al bar.

No me apetecía tanto hablar cuanto pegar la oreja a las conversaciones ajenas, por lo que decidí irme a un garito diferente a los habituales, cambiando la avenida de Cádiz por la de Dílar. Aunque eran cerca de las doce del mediodía, pedí café. Al poco de estar allí, entró un habitual del barrio, cargado de bolsas. Saludó a la Mari como se saluda a un familiar querido y se justificó por la birra que la camarera empezó a servirle sin siquiera haberla pedido:

—Llevo ya no sé cuántas vueltas, comprando pescado, la fruta, la carne… Me tomo una y me voy, que me queda faena.

Se trincó medio tercio de un trago, pagó y, con la vuelta, se fue a la tragaperras, que no tardó en silenciar la salmodia de la tele con un furioso torrente de monedas.

—¡Náááááá! Que estaba madura ya— comentó cuando le di la enhorabuena, mientras hacía columnas de diez monedas de euro—. ¡Mari, ve echando otra cerveza, que el Cabezabuque asoma por la puerta y habrá que invitarle!

Tampoco era para tanto, la cabeza del recién ingresado. En vez de acomodarse junto a su colega, me rodeo por detrás, dejándome situado entre ambos. Empezó entonces ese duelo de ingenios propio de las barras de los bares, lanzándose pullas a modo de dardos falsamente envenenados. Llegó el turno de Cabezabuque:

—¡Mari, échale a ese otra cerveza, pero cámbiale el vaso, que debe estar roto, por lo rápido que se le vacía!

Llegados a ese punto y rematado mi café, estuve en un tris de pedir un tercio de Alhambra Especial, pero una de las voces que llevaban acompañándome desde la madrugada se puso seria y me recordó lo que pasaría si pedía la birra…

Y aquí me tienen, contándoles lo que pudo ser y no fue una de esas farras imprevistas, improvisadas e impremeditadas que se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo terminan.

¡Bares, qué lugares! Esos bares de barrio que tanto hacen por vertebrar la sociedad de forma discreta, sorda y silenciosa.

Jesús Lens

Nuevos paradigmas de comunicación

El miércoles pasado me infiltré en una de las Noches de Cervezas Alhambra, encuentros clandestinos organizados por nuestra marca cervecera de referencia en lugares especiales de distintas ciudades. Espacios con alma, llamativos y con fuerte y acusada personalidad. En nuestro caso, la reunión gastronómica se celebró en el restaurante de Álvaro Arriaga, uno de los grandes lujazos con los que cuenta Granada.

Noches Alhambra Restaurante Arriaga

El encuentro no fue multitudinario. Menos de cincuenta personas… que no tardaron en dividirse en dos grupos, metafóricamente hablando. Por una parte estábamos los mayores, básicamente dedicados a hablar de nuestras cosas.

Por otro lado estaban los jóvenes. Ellos hablaban menos y tiraban más de móvil, sin parar de hacer fotos y teclear. Retrataban el restaurante, la decoración, los platos del cóctel… y a sí mismos, luciendo palmito en selfies vertiginosos.

Noches Alhambra 2

Cuando hablo de mayores y jóvenes no distingo tanto por edades cuanto por actitudes. Que suelen coincidir, pero que no es requisito sine qua non. Los jóvenes no tienen empacho en buscar la mejor perspectiva para retratar los Dim Sum de verduras y gamba, dedicándole tiempo, ingenio y cariño a la composición de una imagen que, instantes después, rula por Instagram, Twitter, WhatsApp. Los mayores seguíamos hablando. De lo nuestro.

Después, sentados en la mesa, y por lo que he visto en Redes Sociales, los jóvenes continuaron compartiendo cada paso del exquisito maridaje planteado por Álvaro para la 1925, como si de auténticas obras de arte se tratara. Que, de hecho, lo eran. Sabores de la tierra con texturas, aromas y sabores memorables, presentados en platos cuyo impacto visual quedaba retratado en los móviles… antes de perderse en nuestras papilas gustativas.

Noches Alhambra Granada

A mí me sigue costando trabajo mantener una conversación y, a la vez, trastear con el móvil, sacarle una foto a las imperiales setas silvestres con morro ibérico confitado, fécula y brotes de mandarina y subirla al twitter, convenientemente etiquetada. Yo soy más de darle al pico y hablar, comentar, contar y charlar con las personas de mi entorno, desentendiéndome del móvil.

Pero ¿quiénes piensan ustedes que resultan más útiles a marcas y empresas? ¿Los mayores que disfrutamos de las viandas y la cerveza mientras no parábamos de hablar entre nosotros o los jóvenes que, disfrutando igual, participaban y comunicaban al resto del mundo lo que allí estaba pasando, en tiempo real, de forma gráfica y colorida?

Jesús Lens

1 Twitter Lens

El Nobel más musical

Hasta tres veces ha actuado el Nobel de Literatura de este año en Granada. La última, hará poco más de un año. Dylan. Bob Dylan. Un músico y poeta cuya figura trasciende la historia de las artes para entrar, directamente, en la mitología. Y de ello escribo hoy en IDEAL.

Bob Dylan Granada Indyrock

Cuando le concedieron el Nobel del año pasado a la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexiévich, hubo un cierto silencio generalizado. En primer lugar, porque a ver quién era el valiente que le ponía un pero a “sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo”. Y, en segundo lugar, ¿quién era el guapo que la había leído como para sentirse capacitado para juzgar su obra?

En el Nobel a Dylan, sin embargo, todos nos sentimos legitimados,  llamados y casi, casi obligados a opinar y posicionarnos. Volver a los argumentos a favor y en contra que venimos leyendo desde ayer sería absurdo, cansino y reiterativo. Personalmente, estoy a favor.

Bob Dylan Granada

No creo que haya nadie que discuta la calidad de la poesía de decenas y decenas de letras del acervo dylaniano. Poesía que forma parte del yo más íntimo de, al menos, tres generaciones. Cuando, en su última actuación en Granada, se marcó el “Blowing in the wind”, los (pocos) asistentes que estábamos atentos al concierto, nos sentimos levitar, elevados a los cielos. Hubo otros muchos miles que ni se enteraron de que Dylan tocó uno de sus himnos inmemoriales. Ellos estaban allí para otra cosa. Para verse y dejarse ver. Pero esa es otra historia.

El caso es que las Redes arden con el tema. Y sí. Es cierto que el Nobel no lo tienen Philip Roth, McCarthy o el mismísimo Murakami, uno de los eternos perdedores. Pero, si somos sinceros, ¿quién ha leído algo de Svetlana Alexiévich en estos doce meses?

Concierto de Bob Dylan. Foto: Ramón L. Pérez
Concierto de Bob Dylan. Foto: Ramón L. Pérez

Yo soy poco amigos de purismos y esencias. Me gustan el mestizaje, el maridaje y la combinación de artes. Me gusta que la Feria del Libro de Granada, por ejemplo, vincule literatura y música, al igual que he disfrutado este año, en Granada Noir, llevando los libros a algunos bares de la ciudad, para comentarlos con sus autores al calor de una Alhambra Especial.

De hecho, ya cuento los días para que le den el Nobel del año que viene a Woody Allen, genio incontestable de la escritura cinematográfica.

Jesús Lens

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Elogio a las fuentes

Les contaba ayer que el domingo pasado salí a correr con destino a Pinos Genil. Al llegar a la plaza del pueblo, antes de las 12, las fresquitas terrazas de los bares, restaurantes y tabernas aledañas al Genil estaban vacías. Que no saben ustedes lo duro que es ir sudando la gota gorda, tras más de 10 kilómetros de carrera, y encontrarse a la gente con sus tercios de Alhambra Especial. Sobre todo, porque antes de tomarte el tuyo… ¡aún te queda la vuelta! Y a ello dedico mi columna de IDEAL, en un día muy oportuno ya que batiremos los récords de temperatura del año.

Alhambra Especial

Menos mal que, junto a Los Cazadores, está la fuente. Y es que, digámoslo ya, esas fuentes nos dan la vida. En ocasiones, literalmente. En el trayecto de ida, no había parado a beber. Así, cuando me faltaban un par de kilómetros para Pinos, empecé a tener sed. No les cuento el alivio que supuso cruzar el puente sobre el Genil, parar unos instantes para coger resuello, beber y remojarme la cabeza.

No me entretuve mucho, que empezaba a picar el sol. La vuelta, aunque es hacia abajo, no tardó en hacérseme cuesta arriba. Llevaba tiempo sin hacer tiradas largas y el calor ya se dejaba sentir. Por eso, cuando llegué a la siguiente fuente que tengo ubicada en el recorrido, me sentí como el viajero del desierto que encuentra un oasis. Había un excursionista, pensando si beber. Cuando vio cómo me abalancé sobre el caño, despejó todas sus dudas.

Camino fuente de la bicha

Tampoco me entretuve demasiado tiempo, a sabiendas de que apenas tres kilómetros después me esperaba mi fuente favorita. Esa Fuente de la Bicha que forma parte de mi vida atlética desde tiempos inmemoriales.

La imagen del agua brotando de la roca madre para caer a través de un sencillo caño metálico es una de las estampas que, como corredor, más he agradecido y disfrutado durante años y años. Agua pura que surge de las entrañas de la tierra y que, decenas de veces, sediento y deshidratado, me ha permitido afrontar los últimos kilómetros de carrera, evitándome males mayores.

Fuente de la Bicha

Y es que, entre las cosas buenas de correr, está el recordar que los auténticos placeres de la vida son mucho más sencillos de lo que nos empeñamos en creer. Y que, por encima de lujos, riquezas y caprichos, nada satisface tanto como un trago de agua fresca cuando el calor aprieta y estás muerto de sed.

Jesús Lens

Twitter Lens