Aguacate Noir

Hace unos días, al terminar de tomar café, Pedro bajó la voz y nos dijo a Miranda y a mí que le acompañáramos al garaje con un par de bolsas. Mir y yo nos miramos, sin entender el porqué de tanto sigilo.

Seguimos a Pedro y nos acercamos hasta su coche. De nuevo volvió a sorprendernos cuando, antes de abrir el maletero, miró a uno y otro lado, cerciorándose de que nadie nos vigilaba. Entonces, y solo entonces, Mir y yo tuvimos acceso a ese oro verde que nuestro buen amigo portaba en su coche: aguacates de la Costa Tropical, recién recogidos. “¿No te has pasado un poco con tanta prevención?” le preguntamos a Pedro. “Si vosotros supierais…” nos dijo, por toda respuesta.

Achaqué tanto misterio a lo que yo había tomado por leyendas urbanas y bulos en torno al aguacate, desde que su cultivo, recolección y distribución, en México, está en manos de las mismas redes que trafican con drogas a que, en nuestra Costa, son pieza cotizada por bandas organizadas de ladrones profesionales.

Hete aquí que las últimas informaciones publicadas por IDEAL nos señalan, sin embargo, que hay mucho de cierto en el mito del aguacate noir, un tema que dará mucho que hablar en el futuro próximo.

En la cuestión del aguacate noir concurren dos circunstancias: es un producto escaso y caro de cultivar, ya que requiere de mucha agua. Y, sobre todo, resulta que se ha puesto de moda entre los foodies, vegetarianos, veganos y, en general, entre los amantes de una alimentación sana y equilibrada. De ahí que cuando Trump amenaza a sus vecinos del sur del Río Grande, los norteamericanos tiemblan al pensar en los prohibitivos precios que puede alcanzar su venerado guacamole.

Es tal la pasión por el aguacate que un famoso café de Melbourne, muy frecuentado por el hipsterismo australiano más avant garde, ironizó sobre el tema anunciando en su carta el Avolatte: crema de café servida en la cáscara de aguacate. ¡Y la cosa cuajó! ¡Y la gente lo pedía! Lo que no sabemos es la cara que se les quedaría cuando les dijeran que era una broma.

Es un mundo extraño. Vuelvo a parafrasear a David Lynch mientras empiezo a documentarme para un futuro relato negro y criminal: “Muerte entre aguacates”, “El aguacate tenía un precio” o “El aguacate que me mató”.

Jesús Lens

Un aguacate y dos mandarinas

Decíamos el lunes que nada mejor que un buen regalo diario, a nosotros mismos, para ayudarnos a sobrellevar estos días tan cuesta arriba. E insistíamos en que no tiene que ser nada caro o lujoso. Que lo importante es ser conscientes de la satisfacción que nos reporta.

Triple Cosecha Roja

Para predicar con el ejemplo, el pasado sábado me regalé… un aguacate. ¡Y cómo estaba, el joío! También es verdad que no era un aguacate cualquiera: lo compré en el Ecomercado que, cada primer sábado de mes, se instala en las inmediaciones del Palacio de Congresos. Y de ello hablo hoy en IDEAL.

 

¿Conocen el Ecomercado? Se trata de una iniciativa muy interesante que permite comprar fruta, verdura, queso o aceite ecológicos, producidos de la forma más natural posible, sin química, sin aditivos, colorantes, conservantes, etcétera. El pasado sábado, además, había un puesto de libros  instalado por la Biblioteca Social Hermanos Quero y otro de juguetes artesanales.

Yo fui parco en mi compra: unos aguacates, unos tomates cherry y un queso de cabra. De regalo, dos mandarinas. Pero había gente que se llevaba una completa y variada cesta de la compra, incluyendo hortalizas tan ajenas y exóticas para mí como los boniatos o… ¡las acelgas!

 

En cuanto llegué a casa, preparé uno de los aguacates, el más maduro. Lo rocié con un chorro de aceite Lucio, igualmente ecológico, y me concentré en saborear cada bocado. ¡Y vaya si lo disfruté!

Me gustó la experiencia del Ecomercado, un espacio sencillo, pero lleno de vida, en el que se concentran más barbas hipster y piercings por metro cuadrado que en un concierto de neocantautores contemporáneos.

 

Me gusta la idea, también, de que en Granada haya un lugar en el que comprar diferentes productos ecológicos, fruta y verdura con el sabor de antaño. Que si llego a probar las dos mandarinas que me regalaron antes de irme, me llevo tres quilos. ¡Cosa más portentosa, oigan, esas diminutas piezas de fruta!

 

Y, a los nostálgicos de los mercados de toda la vida, transmitirles una tranquilizadora información que sabrán apreciar en su justa medida. Porque en el Ecomercado también podrán encontrarse y codearse con una figura imprescindible: la de esa persona que hará lo posible -y lo imposible- por colarse y ser atendida antes que usted. Y es que hay costumbres que ¿afortunadamente? no cambian, ni entre las más posmodernas generaciones de nativos digitales.

 

Jesús Lens