DE OSCARs E INCENDIOS FÍLMICO-BIBLIOGRÁFICOS

Amigos, yo les quería hablar del prodigioso y brutal concierto de jazz que anoche pudimos disfrutar en el Isabel la Católica, con el Erik Truffaz Quartet. Y, sin embargo, antes de acostarme, ya barruntaba yo que iba a ser complicado. Anoche ardían la calle, las aceras y las barras de los bares. La cerveza, el vino, la charla y los encuentros noctámbulos, efectivamente, dejan resaca.

 

Por eso, sentí una cierta vergüenza cuando, esta mañana, el mensaje de Javi me pilló todavía entre sueños. «Muy bueno ese «Quemar después de leer», con unas fotos muy interesantes».

 

Eran cerca de las doce. ¡Menos mal que había dejado programada ESTA entrada sobre periodismo! Uf.  Salté de la cama, pero creí morir. Tras ingerir un par de necesarios y esenciales gelocatiles, volé hasta el quiosco para comprar IDEAL y alucinar con la maquetación que Santos y su gente han hecho de uno de esos reportajes de doble página que tanto me gustan y sobre los que anoche debatíamos con Juanje. El título, efectivamente, «Quemar después de leer». Y lo podéis leer pinchando AQUÍ.

 

¿El tema? Partiendo de «Ágora» y del incendio de la Biblioteca de Alejandría, un somero repaso sobre otros célebres incendios bibliográficos y su impacto en el cine. A ver qué os parece.

 

Y luego, cuando ya empezaba a sentirme mejor y me preparaba a escribir sobre Truffaz, un notición saltó a la pantalla del ordenata:

 

«Un corto español de animación, entre los preseleccionados al Oscar».

 

¡Sí, sí, sí!

 

«La dama y la muerte», esa joya de Kandor de la que hablábamos hace unas semanas, está entre los diez cortos de animación preseleccionados para optar al Oscar, pedazo de noticia que se complementa con la de que «El lince perdido», de los mismos Kandor, está a su vez entre las veinte preseleccionadas para el mejor largometraje de animación.

 

Un hito que sólo han conseguido, también, unos tales Pixar…

 

Me quedo sin palabras y me voy a la cama a leer ese prodigio narrativo, «El poder del perro», justo lo que hay que leer después de haber devorado la trilogía de Larsson.

 

Y hoy tampoco salí a correr. Y a las cuatro y media de la tarde, me zampo una ensaladita o algo así, para compensar tanta inactividad, y nos iremos a ver el CeBé Granada y, después, a la Big Band. Una nueva noche de baloncesto, jazz y amigos que no sabemos hasta dónde nos llevará. Sobre todo, porque mañana es necesario abandonar esta dejadez deportiva, que a las 9 de la mañana jugamos un nuevo partido de baloncesto, de esos del Patronato que tantas alegrías nos dan, como comentábamos ayer.

 

Entre tanto, sólo ayer conseguí llegar a la página 150 de ese nuevo reto literario, del que hoy apenas seremos capaces de avanzar apenas unas palabras. Porque noviembre es, posiblemente, el mes más canalla, intenso, ávido, exigente y excitante del calendario. Menos mal que ya asoma su final. ¿O no?

 

Jesús Lens, muy quemado, poco leído y aún menos oscarizado.      

AGORA: AMENÁBAR vs. BOYERO

Tras su estreno en Cannes, ha llegado en loor de multitudes «Ágora» a las salas españolas. Con división de opiniones. En un momento damos la palabra a Boyero y a Amenábar, en vivo, y después enlazamos dos críticas, tan distintas como complementarias. Por cierto, que habría sido una buena película para incorporar a nuestro libro de cine y viajes, «Hasta donde el cine nos lleve», y que incluiremos en una nueva reedición del mismo.

 

Pero déjenme que opine en caliente y en breve, nada más salir de un cine abarrotado como hacía tiempo que no veía (ni la maravillosa «Up» o la estupenda «Enemigos públicos» lo conseguieron), debiéndonos congratular especialmente porque sea una película española la que lo ha conseguido. En caliente, como digo, «Ágora» me ha dejado bastante frío. Y siento tener que escribir esto, que a algunos parecerá una herejía. Pero es así. Tanta, tantísima intensidad y trascendencia en cada plano ha terminado por cansarme. Y, ojo, que técnicamente me parece irreprochable. Perfecta. Fantástica. Cada euro del altísimo presupuesto está excelentemente gastado e invertido, pero el contenido no está a la altura del fastuoso continente.

 

La obsesión de Hypatia acerca de los movimientos de los planetas, la verdad, no aporta nada a la película, más allá de definir al personaje y, al final, darle un final poético a su muerte. Pero esa parte de la historia es repetitiva y cansina. Sobre las historias de amor, nada tengo que decir. Aunque tópicas, están bien resueltas, contribuyen a dibujar y definir a los personajes y tienen el peso justo en la historia.

Y vamos con la madre de todas las discusiones: las guerras de religión. Resulta paradigmático que la película, rodada en inglés (el Latín de los tiempos modernos, Amenábar dixit) para favorecer su distribución internacional, no encuentre quién la estrene en EE.UU., supuestamente por lo mal que la película deja a los cristianos, convertidos en unos fundamentalistas de tomo y lomo. Y, sin embargo, para mí que, quiénes peor quedan retratados en la película son… los musulmanes.

 

En serio. No es una boutade. Aunque Alá y Mahoma todavía no habían hecho su aparición en escena, que el Arcángel San Gabriel aún descansaba cuando Alejandría se veía sumida en el caos; Amenábar ha vestido a los fundamentalistas cristianos de negro riguroso, de forma que, cuando incendian los libros y manuscritos de la Biblioteca, rodados en toma cenita, parecen auténticas cucarachas, idénticas a los chiitas del momento. Y Cirilo, el Pope Negro… ¡si es idéntico al Saladino que nos contaran las películas sobre las cruzadas, más moro que el mismísimo Otelo!

 

Y créanme que tenía dudas sobre todo esto… que quedan despejadas cuando, al final, antes de matarla y mientras la arrastran por las calles, los hombres del Cirilo cubren a Hypatia con un velo… que es un inequívoco Burka.

 

O sea, que «Ágora» se erige como canto contra la intolerancia y el fanatismo, sea de los paganos, de los judíos, de los cristianos y, aunque todavía no existieran, de los musulmanes. Lo que, como declaración de intenciones está muy bien. Pero dejarlo claro y huir del maniqueísmo requiere de tantas peleas, lapidaciones, traiciones y encendidos discursos que, sintiéndolo mucho, termino por desconectar. Me gusta más la recreación histórica de las calles de Alejandría, del Faro, de la Biblioteca y del Ágora que las proclamas existencialistas. Y, por lo mismo, el trabajo de los actores tampoco llega a emocionarme, más allá de la indudable y serena belleza de Raquel Weisz, un inmejorable acierto de cásting.

Hablo en caliente. Quizá, cuando pasen unas horas, más en frío, vea las cosas de otra forma. Pero de momento… pues eso. Y sobre el tema del cine español, ¿cuántos de los que defienden las bondades de «Agora» como cine español de calidad han visto, por ejemplo, esa joyita que es «Agallas», española por los cuatro cosatados? Porque lo de Amenábar es un fenómeno sociológico que convierte en anécdota al mismísimo Almodóvar cuando de convocar al público a una liturgia cinematográfica se trata. Pero el cine español es más, mucho más de la Doble A. No lo olvidemos a la hora de sacar cinéfilo pecho patrio      

 

Y, ahora sí. Que hablen los protagonistas. Porque a través de un vídeo grabado con un móvil, el director de la película, el niño prodigio Alejandro Amenábar, dice ESTO sobre el estreno, mientras que nuestro gurú y crítico de cabecera, Carlos Boyero, dice ESTO otro.

 

¿Qué pensáis?

El trailer, desde luego, es excepcional… Ahora, demos nuevamente la palabra (escrita) a Boyero: «Viendo el resultado de Ágora, es imposible hacerle reproches a su estética ni a su ética, a su argumentación moral ni al tono narrativo, a lo que trata de contar y a la forma de hacerlo. Pero a esa fuerza expositiva, a la necesaria e inaplazable crítica del fundamentalismo religioso y la asfixia que éste ejerce contra el pensamiento libre, le falta nervio, le falta capacidad de conmoción para implicar emocionalmente al espectador en una historia tan terrible, para que la barbarie que observas te remueva, para que el progresivo acorralamiento que sufre esa astrónoma atea te toque las entrañas.»  (Leer la reseña completa AQUÍ)

 

Pero hay otro artículo fantástico, AQUÍ,  en que Jordi Costa, directamente, asesina a Amenábar, al que odia cordialmente. Sin olvidar ESTE de Jacinto Antón, recordando a la verdadera Hypatia:

 

«Entre Cleopatra y Justine, la antigua reina y el personaje moderno de Lawrence Durrell, está Hypatia, la otra gran alejandrina. Juntas, las tres mujeres representan perfectamente el alma de Alejandría, la capital de los Ptolomeos -con los inigualables Biblioteca y Museo, el alto Faro y el Soma, la resplandeciente tumba del fundador, Alejandro Magno- pero también la ciudad arruinada de innumerables calles en las que se arremolina el polvo de la historia, la ciudad de las rencillas religiosas, la decrépita y melancólica del Viejo (Kavafis), la ciudad recreada por E. M. Forster, la ciudad, en fin, «de las cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones, el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, más allá de la escollera, pero con más de cinco sexos», como la describió Durrell en su Cuarteto. Alejandría… con Atenas y Roma la gran partera de nuestra civilización y el crisol de tantos sueños, amores y maravillas.»

 

Jesús Lens, preguntón.