AUTORREGALOS

A ver. Llegan las Navidades. Amenazan por el horizonte. Ayer escribíamos en IDEAL sobre regalos, en forma de libros. Y algunos amigos me preguntaban por alguna recomendación.

 

Dejando aparte los consejos personalizados, voy a poner una serie de Autorregalos que me estoy haciendo a mí mismo, para pasar las entrañables fechas de marras. Autorregalos que, por supuesto, recomiendo vivamente a todos los amigos. Lo que quiero para mí, lo quiero para la gente a la que aprecio.

 

«El fin de Mr. Y», de Scarlett Thomas, publicado por Paidós, se basa en una premisa tan sencilla como intrigante: «Si supieras que un libro está maldito, ¿lo leerías?» Yo, por supuesto que sí. ¿Y tú?

 

«Riven. La ciudad observatorio» es una novela gráfica cuyo guión viene firmado por Juan Ramón Biedma, del que tanto y tan bueno hemos hablado en los últimos meses. Si hay un universo personal e intransferible que estaba pidiendo a voces ser trasplantado al universo gráfico, ése es el del gran Biedma. No dejen pasar este álbum. Se agotará y, en E bay, se cotizará por un buen pastizal, en poco tiempo.

 

Por cierto, Juan Ramón, ¿no te apetece venirte unos diíllas a Granada y compartir unas horas con los amigos de este lado de la Penibética?

 

Lo hablamos.

 

«A timba abierta», de Óscar Urra, es otra fantástica apuesta por el policial más irreverente y a contracorriente de los osados chicos de la editorial Salto de Página, auténtica revelación del 2008 merced al descubrimiento que nos hicieron de Carlos Salem y Leonardo Oyola. Imprescindible.

 

Adoro a Peter Beard. Lo hablábamos hace unos días. Y el volumen que nos presenta la editorial Taschen de su obra nos lo hace más atractivo aún. Su mezcla de fotografía, pintura y grafismo lo convierten en un placer para los sentidos.

 

De Le Clézio, reciente Nóbel de literatura, hablaremos en extenso la semana entrante. Pero, desde luego, será uno de mis autores de cabecera para el 2009. Extraordinario. ¡Qué razón tenía Antonio Lozano cuando nos lo recomendó, meses ha!

 

Y, por supuesto, Stieg Larsson y la continuación de la historia de Lisbhet y Mikael: «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina», que ya estamos deseando hincarle el diente.

 

Sin olvidar lo que me dice Marta: que hay otros suecos, que están en este mundo, y que también escriben maravillas, como Leif GW Persson, con su «Entre la promesa del verano y el frío del invierno», que mira que les gustan los títulos largos a los nórdicos.

 

Y no olvidemos al artífice del «Yes we can», presidente de los EE.UU. y, por tanto, del mundo mundial. Una editorial granadina, Almed, tiene publicada su autobiografía, en la que radica el ideario de Barack Obama. Imprescindible para saber quién es y cómo piensa el hombre más poderoso del mundo.  

    

REGALOS

La columna de IDEAL de hoy viernes, en clave sencillita, poco polémica, costumbrista.

 

Este año, inmersos en la furibunda crisis que nos invade, parece que estamos menos receptivos a darnos esas pantagruélicas comidas de empresa que enlazan con la cena de la Peña para, al día siguiente, continuar con un ágape con los amigos del Club y terminar con unas cervezas con los ex compañeros de facultad.

 

Esta ralentización del ritmo gastronómico no sólo resulta beneficiosa para el bolsillo de (casi) todos, sino también para la salud, el colesterol y los triglicéridos. El problema es que, de esta manera, parecemos perder el contacto con los amigos. Si un colectivo no se junta a final de año, parece que algo no va bien entre sus integrantes, como si fueran una pareja que no celebra su aniversario.

 

Hay una fórmula muy sencilla, sin embargo, de demostrar aprecio por la gente: el regalo. Y no es fácil, regalar. Es decir, resulta difícil dar con el regalo adecuado para una persona, siempre que quieras ir más allá de un simple y sencillo «salir del paso».

 

Por eso, a mí me encanta regalar libros. Me gusta recordar los gustos literarios de mis amigos e intentar anticipar qué libro les puede emocionar cuando lo reciban o, al menos, qué título les va a arrancar una sonrisa al terminar de desenvolverlo. Y no es baladí, regalar un libro. Sobre todo, porque buena parte de los lectores terminan llevándoselo a la cama y acostándose con él.

 

También me gusta, en otras ocasiones, regalar libros que se salen de lo normal, intentando sorprender a los amigos, descubriéndoles universos literarios nuevos, convenciéndoles de que otro mundo es posible. Y, por la misma regla de tres, me encanta que me los regalen a mí. Todavía recuerdo aquél día de mi santo en que Toñi, en vez de mis dos libros de rigor, pensó que había llegado la hora de regalarme algo más serio, como unos gemelos, porque había empezado a trabajar ¡Qué berrinche! ¡Qué mal rato!

 

Sólo una cosa me incomoda cuando recibo un libro: que alguien se sienta decepcionado si no lo leo en un plazo razonable de tiempo. Por eso me gustaron mucho unas palabras de Azaña, con las que me identifico plenamente: «El verdadero aficionado a los libros sabe que el placer concluye con su adquisición; mejor dicho, que la delicia suprema consiste en tener el libro a nuestro alcance, en saber que es posible leer en él… y luego no leerlo».

 

¿Les parece extremista? Quizá. Pero no le falta razón al viejo Azaña. En casa ya debo tener más libros de los que sería capaz de leer en tres vidas y, sin embargo, pocas cosas más reconfortantes y felices que recibir otro. Sobre todo, cuando se trata del libro preciso regalado por un buen amigo, en el momento adecuado, primorosamente dedicado. Los libros. Regalos sencillos, baratos, perdurables, que siempre valen mucho más de lo que cuestan.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

GLOBOS DE ORO

Más allá de la nominación de Javie Bardem y de Penélope Cruz, que no puedo valorar ya que no vi la película de Woody Allen (aunque me alegro por su nominación) «Vicky Cristina Barcelona», la lista de los nominados a los Globos de Oro nos deja un puñado de nombres conocidos y sinónimos de calidad y de películas interesantes (Danny Boyle, David Fincher o Sam Mendes) y ausencias notables como las de Clint Eastwood.

 

Han nominado a Heath Ledger y a los secundarios de «Tropic thunder», la última comedia de los Hermanos Coen y a Mickey Rourke, que lucha contra Brad Pitt o Leonardo di Caprio.

 

Sí.

 

Me gustan los premios, las listas, las nominaciones y demás parafernalia. Aunque ya no madrugue para ver la ceremonia de entrega de los Óscar.

 

(Las listas completas, a través de este enlace de El País, abajo del todo)

HERMANOS DE SANGRE

Para Julia y Juanjo,

personas con tacto, ambas.

 

De los diez sensacionales y extraordinarios episodios de la serie «Hermanos de sangre», producida por la imprescindible HBO, hay uno que me provocó honda impresión. Fue el titulado, sencillamente, «Bastogne» en el que se contaba cómo los miembros de la compañía Izzie aguantaron el embate del frío ambiental y del fuego enemigo en mitad de un bosque cubierto de nieve.

 

El protagonismo de dicho episodio recaía en una de las figuras esenciales en los ejércitos que participen en cualquier conflicto armado: el Sanitario, popularmente conocido como Doc.

 

Con su brazalete de la Cruz Roja en el brazo y con una sencilla bolsa verde colgada del hombro, el sanitario es la única frontera que separa a los soldados de la muerte. Tan sencillo como espeluznante. Y «Bastogne» así lo refleja, con toda su crudeza, con toda su grandeza.

 

Comienza el episodio con uno de esos sanitarios, hiperactivo, recorriendo las distintas posiciones del frente que ocupan las tropas norteamericanas, sin suministros, varadas en mitad de un bosque, en lo más crudo del crudo invierno. Busca morfina, vendas, plasma y unas tijeras. No para quieto. Aconseja, vigila, comprueba, cura…

 

Pero, de repente, empiezan a pasarle cosas raras. El fuego enemigo siembra de muerte y destrucción el frente y el sanitario ha de ir a retaguardia, acompañando a los heridos, que son alojados en una iglesia que hace las veces de hospital. Allí se encuentra con una enfermera francesa con la que se genera una corriente de simpatía muy especial. La ve trabajar con las personas y, emocionado, le dice una de las frases más hermosas que jamás escuché: «Tu tacto calma a las personas.»

 

¿Se puede decir más con menos palabras? Como si hubiera presenciado un milagro, como si se hubiera encontrado con un Ángel, el sanitario vuelve al frente, pero se ve invadido por una especie de catatonia paralizante, arrasado por la repentina lucidez adquirida sobre lo inútil de su esfuerzo: un hombre, nada más, enfrentado a la más perfeccionada maquinaria bélica de la historia.

 

Le asaltan las dudas, inconscientemente reniega de su labor y cada vez que se requiere de sus servicios, tarda más tiempo en reaccionar, hasta el punto de que su superior le manda de vuelta a retaguardia. Pero allí se ha desatado el infierno. En la iglesia donde conoció a su Ángel ha caído una bomba y sólo quedan los restos humeantes de los muros… y una prenda azul que el Doc identifica como de su enfermera, desaparecida. La guarda con delicadeza y vuelve al frente.

 

De inmediato, reclaman su atención. Ha de socorrer a un herido. Por instinto, coge la prenda azul de su Ángel para usarla como apósito. Duda. Amaga con guardarla de nuevo, pero la mira con detenimiento y, de repente, lo ve todo claro: los únicos Ángeles de la Guardia con que cuentan esos soldados son otros hombres. Hombres como ellos mismos. Hombres que portan el distintivo de la Cruz Roja. Así, el sanitario rasga la prenda azul y la aplica sobre la herida del soldado, consiguiendo que deje de manar la sangre. A fin de cuentas, su tacto también calma y cura a las personas.

 

Un episodio repleto de poesía, onírico, fantasmal, en que el rojo de la sangre sobre el blanco de la nieve confiere a las imágenes una fuerza sin igual. Los personajes apenas tienen nombre. Lo importante es, sólo, la persona. Su actuación, su comportamiento. Y los sanitarios de la Cruz Roja, convertidos en los verdaderos protectores, ángeles de la tropa, son el mejor exponente de la honestidad, la valentía y el compromiso del ser humano, aún en las situaciones más difíciles.

Antes de terminar, pinchen en este enlace, que nos llega desde la propia Cruz Roja. Se trata de colaborar con ellos al encendido de Más de un millón de luces de Esperanza. Merece la pena.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.