Café-Bar Cinema: acaba justo como empezó

Cuatrocientas sesenta páginas.

460.

Que se dice pronto.

Quiénes las han leído, no reniegan de ellas. Dicen que se lo han pasado bien, que han conocido anécdotas divertidas e interesantes y, sobre todo y más importante, que no se han aburrido.

Dentro de poco, de muy poco, podrás tener “Café-Bar Cinema” en tus manos.

Porque hoy sí. Hoy le hemos puesto el último y definitivo punto final a un trabajo que hemos dado por terminado muchas veces pero que hoy, martes 4 de octubre, sí que damos por total y definitivamente cerrado (y eso que el pasado sábado ya lo hicimos otra vez 😉 )

Y lo hacemos, como a mí me gusta, completando un círculo.

Porque todo empezó, hará ya unos tres años, aquí. Justo aquí y no en ningún otro lugar. Comenzó en La Teta Enroscada, al son de las Cucarachas Enojadas de Tito y la Tarántula.

Y ha terminado, hoy, en otro garito muy exótico y particular, al que hemos ido de la mano del mismo Tarantino.

Buena música, buenas copas, locales con estilo y acción. Mucha acción.

Como la que esperamos tener a partir de ahora, con el libro publicado. Aunque sea otro tipo de acción.

Pero bueno, de todo ello iremos hablando de aquí en adelante.

Y ya sabéis que tenemos abiertas las puertas del Café-Bar Cinema en esta página del Facebook. ¿Os animáis a pasar?

¡Os esperamos!

Jesús puntofinalista (de una vez) y circular Lens

¿Qué publicábamos en los tres años anteriores? 2008, 2009 y 2010

El profesor: un héroe cualquiera

Hace unos días publicábamos en IDEAL un artículo sobre el papel de los profesores, en las aulas. Hoy damos una vuelta de tuerca más y publicamos otro sobre el papel que muchos de ellos desempeñan fuera de las clases.

Uno de los profesores que más me ha condicionado a lo largo de mi vida es uno que nunca me dio clase.

Cuando estudiábamos EGB, Marfil era un mito. Seco como un espárrago triguero, en invierno llevaba a los chavales a practicar esquí de fondo a la Sierra y, cuando no había nieve, los grupos de atletas que seguían su estela por los senderos de la Fuente de la Bicha eran todo un espectáculo.

No recuerdo de qué daba clases en el colegio, pero como atleta, Marfil era querido, admirado y reverenciado. ¿Cuántas generaciones no deberán a Marfil el llevar una vida atlética, sana y deportiva? Un profesor como ése, sencillamente, es un lujo y cualquier colegio debería vanagloriarse por tenerle en su Claustro.

Como pasaba con Don Juan, otro de esos maestros que, sin tener necesidad ni obligación, reunía a un puñado de alumnos de octavo y, en horario extraescolar, nos hablaba del Hombre de Orce, espoleaba nuestra curiosidad y nuestra imaginación y nos empujaba a convertirnos en aprendices de Indiana Jones, los sábados y domingos, buscando fósiles por el Torcal de Antequera o en las serranías de Córdoba.

Un profesor puede limitarse a cumplir con su horario, dar sus clases, marcharse a su casa y, hasta la mañana siguiente; un día tras otro. También puede aspirar a convertirse en un héroe para los alumnos de su colegio o instituto. Un héroe puede ser lo mismo un atleta que el músico que toca en un grupo, el dibujante que hace historietas o el lector y cinéfilo que guía los gustos de sus alumnos, que los moldea y los pule, los ilustra y los conduce.

Todo este tipo de actividades, por lo general, se realizan de forma privada, fuera de la escuela y el instituto. Y nadie les paga por ello, a los profesores. El mismo sueldo cobra el desganado y poco implicado que el imaginativo, esforzado y comprometido maestro que, además de dar clases, se convierte en modelo y referente para los chavales.

Insistamos, ahora que comienza el curso, en reivindicar la figura de una de las personas más importantes en la vida de nuestras jóvenes generaciones: tanto o más aprenden de lo que ven y perciben en sus profesores, de su comportamiento y forma de vida en la calle, que de lo que se les enseña en las aulas.

Una tarde iba corriendo con mi hermano por la Fuente de la Bicha, cuando una voz nos animó desde la lejanía: – “¡Bien por esos hermanos que corren juntos!” Era Marfil.

Ganar una medalla de oro en una Olimpiada no me habría hecho tanta ilusión como ese grito de aliento de un extraordinario profesor que, sin haberme dado una sola lección en la pizarra, tanto ha contribuido en mi formación como persona, como individuo, como ser humano.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

El ser creativo. II Congreso de Mentes Brillantes

El año pasado fue en Málaga. La edición del 2011 transcurrirá en Madrid. A través de este enlace tenéis el programa, concursos y la diferente y atractiva oferta que plantea el Congreso. Pero la introducción no podía ser otra que un vídeo del Youtube.

A ver qué os parece.

Y sí, tres años blogueando lo que pasara un día 3 de octubre: 2008, 2009 y 2010.

El árbol de la vida

A mi amiga Josefina, de la que ya hablamos aquí, le gusta vivir en el campo. Si por ella fuera, viviría directamente en las montañas, pero de momento se conforma con una casa alejada de los mundanales ruidos.

Cuando desayunamos, a veces, la chinchamos:

– ¿Y qué haces allí, los fines de semana?

– Ver la hierba crecer.

Así es nuestra Josefina. Y de ella me acordaba mientras veía la polémica, compleja y antisistema última película de Terrence Malick, la tan vilipendiada como alabada; tan insultada como reverenciada “El árbol de la vida”.

Venía preparándome para el acontecimiento fílmico desde que Boyero la defendió a capa y espada en el Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro y aproveché estos meses para ver de nuevo “Malas tierras” y “La delgada línea roja”. Y me hubiera encantado volver a ver “Días del cielo”, pero no la pillé.

El hecho de que la esteticista crónica de la II Guerra Mundial filmada por Malick me gustara mucho más esta segunda vez que la primera me hizo albergar esperanzas de que sí, de que este nuevo Tour de Force cinematográfico podría gustarme.

Me preparé a conciencia, dejando para un sábado por la tarde el ir a verla. Quería estar relajado, descansado, haber dormido bien la noche anterior y descabezado un sueñecito esa misma tarde, después de una liviana y reparadora carrera; sin excusas para dejarme vencer por la molicie.

Ya no pude pillar una sesión que daban en VOS, pero bueno. No pasaba nada. Me senté en mi butaca, con una buena Coca-cola y una buena dosis de palomitas dulces (sí, soy de esos) Y comenzó la película.

Y yo comencé a acordarme de Josefina. Porque ver “El árbol de la vida” es como ver crecer la hierba. O, quizá, como ver crecer un girasol. O como ver pintar un membrillo sobre un lienzo.

Hablar del argumento, en este caso, sería pueril. Lo hay. O no. Pero da igual. Y eso es lo que irrita a los espectadores que, furibundos, odian ir al cine a que no les cuenten una historia. Porque una película es eso, ¿no? Una historia…

Pero, ¿qué pasa con la emoción? Porque las historias son como los culos: cada película tiene la suya. Y, sin embargo, ¿cuántas de ellas llegan a emocionarnos lo más mínimo? Casi ninguna.

“El árbol de la vida” provoca emociones. Y sensaciones. Estéticamente es un puro deleite. Un goce para los sentidos. Como bien sostiene Irene, nuestra artista de referencia, “Malick es el Velázquez del cine”. Y es que hay que ser muy bueno para conseguir que solo por cómo filma a Sean Penn, sin que éste tenga que decir una palabra, sintamos que es un tipo al borde del cataclismo emocional, un superviviente nato a punto de derrumbarse, agitado por brutales tempestades interiores.

Sinceramente, no darse la oportunidad de ver en el cine “El árbol de la vida” es renunciar a ver un espectáculo único, sublime, distinto y a contracorriente. Una película radical como pocas he visto nunca. Y solo por eso, hay que verla. Y estar en condiciones de opinar, discutir y hablar. De hablar de cine. Algo que cada vez cuesta más trabajo, dado el nivel medio de las películas que se estrenan en pantalla.

¿La has visto ya? ¿No? ¿Y a qué esperas, que podamos montar una buena tertulia?

Quizá salgas rezongando del cine, un poco Perdido, al final, pero créeme: indiferente no te va a dejar. Malick es un visionario, el director con mayor capacidad de sugerencia de la historia del cine. Sí. Yo también lo creo. Es un genio.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.