BAR

El apuesto galán de estas fotos se llama Said Messari y se le conoce como el «Lobo del Atlas».

El Lobo del Atlas
El Lobo del Atlas

Durante nuestra estancia en Marrakech quiso que, además de ver la ciudad histórica y antigua, conociéramos la capital cosmopolita y moderna. Y, por tanto, nos acompaño a ver galerías de arte, como la estupenda Tinfou, en que disfrutamos de la inauguración de la exposición de un artista de Asilah, y la nueva arquitectura de la ciudad.

Dentro de poco le dedicaremos una entrada a este artista multimedia, pero quería reseñar este paseo porque nos permitió disfrutar de una insólita panorámica. Y es que en Marruecos no es fácil beber alcohol. Se puede, pero no es fácil. Y hay palabras proscritas. Como la que protagoniza mi nuevo proyecto fílmico-literario, al que tengo que pegar un arreón definitivo estos meses: «Café-Bar Cinema». Cuando hablamos de países islámicos, nos tenemos que referir a cafés, salones de té, terrazas o cafetines. Y punto.

Por eso, este cartel, grande y luminoso, es toda una declaración de principios y da gusto verlo brillar en la azotea de un edificio, en pleno corazón de Marrakech.

Un bar en el cielo de Marrakech
Un bar en el cielo de Marrakech

¡Vivan los bares!

Y con este Post damos por reinagurada la temporada literaria de Primavera-Verano, invitándoos a seguir la génesis y construcción de este nuevo proyecto fílmico-literario a través del Facebook, en ESTE enlace.

Jesús Lens, amigo de los bares.

INVICTUS

Hace unas semanas planteábamos, a modo de broma, la posibilidad de ser entrenadores tan guays como Guardiola, de los que ponen películas y vídeos a sus jugadores para motivarles ante los retos más complicados de la temporada. Y la pregunta era acerca de la película que elegirías para motivar a los jugadores del Real Madrid, en el ya imposible caso de que jugaran la final de la Champions League en su propio estadio, el Santiago Bernabeu.

Hubo respuestas de lo más ingenioso y variopinto. Personalmente y si tuviera que elegir alguna, después de haberla visto -más vale tarde que nunca- me decantaría, por supuesto, por «Invictus», la última y sorprendente película de un prolífico e hiperactivo Clint Eastwood.

En «Invictus» se cuenta cómo Mandela apostó por el rugby, un deporte tradicionalmente jugado por los blancos en Sudáfrica y odiado por los negros, para unir a las dos comunidades. Con motivo de la celebración del Mundial en el país, recién salido del Apartheid, Mandela se jugó el todo por el todo de su credibilidad apoyando la simbología de los popularmente conocidos como Springbox, incluyendo los colores tradicionales de sus polos de rugby, que a los negros les recordaban a la época de la dictadura blanca.

Jugar en casa hacía que el reto para los Sprinbox fuera especialmente complicado: estaban en horas bajas y los partidos de preparación para el Mundial se saldaron con dolorosas e inapelables derrotas. Nadie apostaba porque pasaran siquiera de cuartos de final. Pero ahí entró el talento de Mandela: convocó al capitán de los Springbox a su despacho y, con su trato cercano y cálido, le ganó para su causa, convenciéndole de que el Mundial era más, mucho más que un torneo deportivo.

Y ahí radican los mejores momentos, con diferencia, de «Invictus». Con las lecciones de Mandela a la hora de propiciar la reconciliación. Y con el personaje interpretado por Matt Damon (la nariz postiza es demasiado postiza) llevándose al huerto a sus jugadores, muy reacios a cualquier tipo de cambio, desde el himno a la forma de entrenar.

Y, sin embargo, no es una película redonda. Eastwood ha apostado por los dos personajes principales, a los que confiere el noventa por ciento de la importancia de la película. Y ahí sale triunfante, con un Morgan Freeman absolutamente descomunal y un Matt Damon tan musculado como contenido. Sin embargo, toda la parte puramente deportiva carece de la épica que los buenos aficionados requerimos de un espectáculo de masas como es una fase final de un Mundial de rugby. Mucho botepronto, algún pase a la mano, mucho empujar en las melés y algún salto en las touches o saques de banda. Pero nada más. Si no es porque la cámara se fija continuamente en el marcador, toda la parte de la final no tendría sentido alguno.

Me decía Jorge, cuando comentábamos la película, que Eastwood salía airoso en las secuencias intimistas, pero que naufragaba en las espectaculares. Y es cierto. La música, estando muy bien conseguida, abusa de la cancioncilla compuesta para el emocionante poema de Mandela. Es decir, que estando muy bien en términos generales, «Invictus» no termina de ser redonda. Y, sin embargo, me sentí emocionado durante muchos momentos de la película. Siempre los más sencillos. Como cuando los jugadores visitan un barrio de chabolas para conseguir que el rugby se hiciera popular entre la chavalería de color. Cuando le regalan una entrada para la final a la criada.

En fin. Que estamos antes una película para aprender mucho acerca del liderazgo, del compromiso y de la capacidad de superación. Una de esas películas que, no siendo perfectas y aún con momentos demasiado previsibles y manipuladores, da gusto ver.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Y UNA VEZ MÁS VOLVER

Estaba en el rellano de la escalera de casa, sacando las llaves para abrir la puerta, cuando se me vinieron a la cabeza aquellos dramáticos finales de las vacaciones, cuando éramos niños y la llegada de septiembre nos arrancaba del sol, la playa, el mar y el calor de Carchuna. Era brutal y devastador, llegar a Granada con el olor en el cuerpo de la última ducha bajo el sol, con la arena todavía en los pies, con el cuerpo oliendo al salitre del Mediterráneo. Yo entonces no lo sabía, pero sufría en toda su crueldad eso que ahora se ha dado en llamar el Síndrome Post Vacacional.Nunca sentí como entonces el dolor por el final de unas vacaciones. Era como si me arrancaran del Paraíso Perdido. La vuelta a la normalidad, sencillamente, era insoportable.

Después, con el final de algunos viajes, me ha pasado algo parecido, hasta el punto de blindarme de cara al regreso, dejándome pendientes libros que ansiaba leer y películas que estaba esperando devorar. Comprando discos que me sacaran de la modorra y dejando enjaretados proyectos o ideas que hicieran de la vuelta algo menos doloroso.

Esta tarde volví a sentir, como hacía mucho tiempo que no sentía, esa misma sensación. A las cinco de la tarde, una Granada vacía, silenciosa y somnolienta me devuelve en toda su crudeza a una plúmbea realidad. Tras 24 días de viaje, entre Madrid, Lima, Cusco, Marrakech, Zagora y Ouazarzate, compartido con la mejor gente posible, el regreso es especialmente doloroso.

Esta noche apenas dormimos. El cansancio es máximo. Imagino que tendré mails por leer y contestar. Facturas por revisar. La cuenta tiritando y muchas horas por dormir y sueño por recuperar. Pero, a la verdad, si estando en la T4 hubiera podido coger un avión digamos para Shanghai o para Nueva Zelanda, para Islandia o para Sudáfrica, me habría ido con todo el gusto del mundo.

Y, sin embargo, aquí estamos. El I-Plus no me ha grabado nada de lo que le dejé programado. No me apetece pinchar ningún disco y ni siquiera terminar de leer «Cualquier otro día» me saca del aturdimiento. Veo que me ha llegado el nuevo «Altaïr», sobre Suiza. Y me pongo a leer su Cuaderno de Viajes y me vuelven a dar ganas… de marcharme.

Pero no. Se acabó. Este viaje. Vengo gordo como un cebollo, anquilosado y con la piel quemada. Con más arrugas, pero con más paisajes en las retinas, más música, charlas y sonidos en los oídos, con más sabores descubiertos y con el tacto de más manos estrechadas. Con la pituitaria inundada de los olores de las especias, con el disco duro del cerebro cargado de imágenes, momentos y situaciones y con la imaginación repleta de estampas, cuentos, historias…

Pero no tengo cuerpo para contarlo. Sólo para arrugarme y para llorar por el viaje recién terminado.

Así las cosas y de cara a la semana venidera, ¿qué veo? ¿Qué escucho? ¿A dónde voy, por esta Granada mortecina?

Jesús Lens, depre, pero depre… depre.

DÓNDE

Yo pensé que ésta fue la columna del viernes pasado. Pero debe ser la de éste…

Más allá del quién, cuánto, qué, cómo o por qué, el concepto que va a imponerse este año 2010, el enigmático XX-X, parece que va a ser el dónde.

Glosar la revolución que han supuesto los teléfonos celulares y los smartphones de cara a posibilitar y favorecer la ultramovilidad de que podemos disfrutar en este tiempo sería redundante. Una absoluta pérdida de tiempo. Pero el hecho es que, hoy, nos encontremos donde nos encontremos, podemos estar tan localizables como queramos. Y hasta como no queramos.

Los satélites forman parte de nuestra vida y el desarrollo de herramientas como Google Maps, unido a la proliferación de web cams y a la definitiva explosión de las Redes Sociales hace que saber dónde-está-la-gente-interesante cobre una importancia capital de cara a estar al día lo que se cuece en el mundo de las artes, la creatividad, la cultura, el deporte o los espectáculos, hasta el punto de que Twitter y Facebook terminarán añadiendo una aplicación específica a sus interfaces, con un geolocalizador u herramienta por el estilo.

Así, este año se habla de los chefs nómadas que van a ir oficiando en fogones de distintas ciudades, con o sin hojas de ruta trazadas con antelación. En Los Ángeles, una de las ciudades que marcan tendencias en este siglo XXI, hay afamadas casas de comidas cuyas furgonetas se sitúan en puntos distintos cada día, de forma que si quieres saber dónde comerte un buen burrito, has de conectarte a su web o a su twitter. Y es que una ciudad en que uno de sus abogados más famosos y reconocidos ha instalado su despacho… en un flamante coche con conductor, que lo lleva por los distintos (y distantes) tribunales angelinos, tiene que ser especial.

Pero no olvidemos los conciertos espontáneos a los que nos tiene acostumbrados gente como Manu Chao y su Radio Bemba Sound System, sin ir más lejos. Por no hablar de ese invento, el Nike Plus, que permite mostrar en la Red, en tiempo real, por dónde vas corriendo, a qué ritmo y en cuánto tiempo, para escarnio de tus amigos/contrincantes.

A lo largo de los próximos meses, cada vez van a ocurrir más cosas sorprendentes y atractivas sin previo aviso y en lugares insospechados y conocer dónde pasarán será lo que marque la diferencia entre estar en el ajo o estar excluido, fuera de juego, hasta el punto de que el libro-juego «¿Dónde está Wally?» se convertirá en un fascinante ejercicio de realidad.

Por tanto, para saber si tus amigos y conocidos te consideran alguien interesante, con valores y cosas positivas que aportar, tienes que estar atento a la pantalla de tu móvil. Si te preguntan «¿qué haces?», malo. Si la duda va más hacia el «¿dónde estás?», «¿por dónde andas?» o «¿dónde pasarás la Semana Santa?», la cosa va bien. Muy bien.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.