VEINTE EN QUINCE

A ver. Se trata, simplemente, de decidir 20 películas que te IMPRESIONARON en quince minutos.

 

Una cosa rápida.

 

Un llegar y topar.

 

No hablamos de las mejores películas de la historia del cine. No. Sólo, de recordar en un puñado de minutos cuáles fueron las que más te IMPRESIONARON.

 

Y el tiempo comienza… ¡YA!

 

Tic, tac.

 

Tica, tac…

 

Las mías, sin orden ni concierto, serían:

 

Rambo

La profecía

El exorcista

El padrino

El cazador

Deliverance

Uno de los nuestros

Abre los ojos

Terciopelo azul

Grupo salvaje

Tiburón

Platoon

La naranja mecánica

Funny games

Salvar al soldado Ryan

Collateral

Pulp Fiction

Teniente corrupto

Sin perdón

Furia

 

¿Y las tuyas?

 

Venga.

 

Quince minutos.

 

Veinte películas.

 

Tic tac. Tic tac…

LA (DES)MEMORIA Y EL OLVIDO

Según Borges, lo que le pasaba a Funes el Memorioso, protagonista de uno de sus más famosos cuentos, era que carecía de la capacidad de pensamiento. «Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.» Porque padecía de hipermnesia y, por tanto, no podía olvidar los detalles de todo lo que le iba ocurriendo al cabo de los días.

 

Para quiénes hemos estudiado Derecho, la memoria era nuestra arma más importante y definitiva. Era la mejor herramienta con que contábamos, a la hora de empaparnos de Manuales de cientos de páginas y compendios de miles de folios de Apuntes.

 

Y ahora, de repente, me empieza a fallar la memoria. Estoy escribiendo, me acuerdo de una película y voy a escribir el nombre de los actores que la protagonizaron… y nada. Y, de verdad os lo digo, mi memoria cinematográfica solía ser prodigiosa. Como dice el refrán, «la memoria es como el mal amigo: cuando más falta te hace, te falla.»

 

Y mira que, en esto de la memoria, yo creía firmemente en Arthur Schopenhauer:

«Cada uno tiene el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa.» Y el cine, podéis creerme, me interesa sobremanera.

 

Pero ahora, será la edad, me falla. La memoria.

 

¿Será que cada vez me encuentro con menos cosas interesantes en mi vida o, más bien, (prefiero pensar) será culpa del Google?

 

Porque si bien no doy con el actor al momento, cuando intento ponerle nombre a la cara en que estoy pensando; tardo cinco segundos en hacer un Googling y resolver la duda.

 

Y entonces me acuerdo de la proverbial sabiduría china, siempre con un aforismo a mano para sostener cualquier teoría: «La tinta más pobre de color vale más que la mejor memoria», que sería parafraseado por el genial Albert Einstein cuando nos aconsejaba que «no guardes nunca en la cabeza aquello que te quepa en un bolsillo».

 

Efectivamente, pudiendo llevar un móvil con conexión al Google, ¿para qué necesitamos recordar el dato, la cifra, la fecha o el número de cualquier cosa? Hoy, más que nunca, la memoria es la inteligencia de los torpes, de los tontos  y los ignorantes. Lo importante no es conocer la solución del enigma, sino una buena conexión a Internet o, en todo caso, conocer el contacto de la persona que puede conocer dicha solución.   

 

Y, sin embargo, ¡cuánto nos cuesta olvidar lo que no queremos recordar! Decía Cicerón que el que sufre tiene memoria. O, más enfático, sostenía Cervantes: «¡Oh, memoria, enemiga mortal de mi descanso!»

 

¡Ay, con qué ganas echaría al olvido según qué momentos, según qué rostros, según qué situaciones! Y, sin embargo, ahí siguen, prístinos e inmaculados. Quizá por eso me gustan tantas cosas de los norteamericanos. Como decía Woody Allen, «En Estados Unidos no se acuerdan de la guerra con España de 1898. Lo más viejo allí tiene diez años.»

 

En fin. Que quizá sea hora de hacer un elogio del olvido, más que de una memoria, una virtud sobrevalorada y cada vez más carente de sentido… salvo que la apliquemos como nos recomendaba Lewis Carroll, que además de escritor, era matemático: «¡Qué pobre memoria es aquélla que sólo funciona hacia atrás!»

 

Jesús Lens, tendiendo al olvido.

BUSCANDO A ERIC

Hay que tenerlos muy, pero que muy bien puestos para coproducir una película en la que te vas a interpretar a ti mismo en calidad de gurú, máster zen, guía espiritual y preparador personal de un pobre diablo al que la vida le va de culo.

 

Pero es que, como él mismo dice en uno de los momentos más delirantes de una película que en sí misma es un puro delirio: «Yo no soy un hombre. Yo soy Cantona».

 

Pocas veces he vivido el fútbol con tanta intensidad como cuando, recién instalado el Canal Plus en casa, mi hermano y yo veíamos la Premier League, los sábados a mediodía, para después engancharnos a la primera versión del juego interactivo Liga Manager, o algo por el estilo. Y de la Premiere, con quién más alucinábamos era con él. El hombre. El genio con el cuello de la sudadera levantado. Con Eric Cantona. De hecho, su patada de kárate a un espectador, volando por encima de la primera fila de asientos, y sus posteriores puñetazos al tipo en cuestión, los tenemos grabados a sangre y fuego en la memoria.

 

No hubo, jamás, otro jugador como Cantona. Feo como un demonio, chulo, valiente, duro, provocador, un auténtico gallo de pelea… el mejor de los compañeros. Y llegó el momento de la retirada. Y, desde entonces, se dedicó a pintar. O, como en la última película de Ken Loach, a hacer cine.

 

Nos partimos de risa, viendo una película como «Buscando a Eric». Para disfrutarla, efectivamente, tienes que entrar en el juego planteado por Loach y Eric. Hay que entrar al cine absolutamente desprejuiciados para dejarse llevar por una historia demencial, sin pies ni cabeza, por momentos delirantemente surrealista. Como cuando una panda de treinta y pico justicieros van a vengarse de un matón ataviados con las camisetas y las caretas de su ídolo, Cantona, armados con rifles… de pintura de colores.

 

Inenarrable.

 

Y los consejos de Cantona al pobre cartero, sus frases demoledoras, sus atrabiliarias admoniciones… es que no tienen precio. ¿Os imagináis tener a un amigo invisible como Eric, que lo mismo se toma una birra en el pub contigo que te saca a correr por el campo, convertido en tu entrenador personal? Eso sí, sus consejos son de lujo, animando a su colega a arriesgarse para obtener éxito, a reinventarse, a tomar la iniciativa de su vida…

 

No sé. Quizá la película funciona porque detrás estás Ken Loach, quién ya ha acreditado en innumerables ocasiones ser un tipo cabal. O porque la personalidad de Cantona sigue siendo arrolladora. Como se recuerda en los títulos de crédito finales, tras su famosa patada, compareció en rueda de prensa. Había decenas de periodistas, expectantes. Perfectamente vestido y arreglado hasta el atildamiento, se sentó tranquilamente frente a ellos y se despachó con una frase para la historia:

 

«Las gaviotas siguen al barco porque saben que acabarán cayendo sardinas al mar».

 

Entonces se levantó y se marchó, dejando sumidos en el estupor a periodistas y aficionados, quiénes pasaron las siguientes semanas discutiendo acaloradamente en las barras de los pubs qué había querido decir King Eric.

 

No me atrevo a decir si esta película es buena, mala o regular. Pero sí que es una deliciosa comedia desenfadada absolutamente libertaria, sorprendente y alucinante que me alegro infinito de haber ido a ver. Y mira que, después, nos dio charla y provocó conversación y risas varias. Tan imposible como imprescindible.  

 

Y recuerdos. Como los de algunos goles del mito…

 

PD.- Aunque no te gusta el fútbol… en homenaje a esta estupenda película, hay que ver estos 10 goles ¿vale?

Valoración: ¿? ¿? ¿? ¿? ¿?

 

Lo mejor: La charla en que Cantona confiesa que su mejor jugada no fue ninguna en que él mismo marcara, sino un pase dado a un compañero, que terminó marcando un golazo. Conclusión: hay que confiar, siempre, en tus compañeros.

 

Lo peor: Todo y nada.  

¿QUÉ ES NEGRA Y CRIMINAL?

Hace unas semanas aparecía yo en esta pantalla, posando con la camiseta de NyC… en la puerta de la librería Negra y Criminal. Porque suelo llevar esa camiseta, cuando de hablar de libros se trata. Pero esa vez era especial. Muy especial. Porque me retrataba como autor, tal y como contamos en ESTA entrada.

 

Uf.

 

Lo sé. Quizá era demasiado pronto. Posiblemente. Pero también es verdad que gestos, detalles como ése, hacen que me reafirme aún más en mis inquietudes y veleidades paraliterarias. Porque NyC, como Semana Negra o el Festival de Agüimes, como el Hocus Pocus o el Festival de Jazz, son eventos, lugares, citas y acontecimientos que excitan la curiosidad, que fomentan la creatividad y que animan a dar el salto al otro lado para convertirte, además de en rendido y entusiasta espectador, en actor, partícipe y creador.

 

Pero ¿qué es Negra y Criminal? Una vez lo explicamos, largamente, en palabras. Hoy, gracias a ese genio multimedia que es Ricardo Bosque, lo vemos en imágenes.

 

¿Mola o no mola Negra y Criminal?

 

Gracias, Montse y Paco, por estar ahí.

 

Gracias, Ricardo, por retratarlos tan brillantemente.

 

Jesús Lens, hiperactivo y más que agradecido.