AFTER

A los cuarenta,
todos tenemos la cara que nos merecemos.
 
(Julio)
 

«A mí me ha costado la hostia esta película, ha sido un trabajo muy minucioso y muy complicado. Tanto que cuando leí el guión dudé seriamente sobre si sería capaz de hacer la película, porque me parecía muy difícil ese personaje».

 
Así habla Julio, interpretado por Guillermo Toledo, uno de los tres protagonistas de una de las películas españolas más ilustrativas, preclaras y descorazonadoras que hemos podido ver en los últimos años.
 
La anécdota es sencilla: tres amigos de juventud salen una noche de farra. Andan por los treinta y muchos. O los cuarenta y pocos. Hace aproximadamente un año que no se ven. Quedan para cenar y, después, se van de copas. Y de nieve. Y de lo que encarte.

 

 
 
A partir de ahí, a través del punto de vista de cada uno de los tres protagonistas, la historia avanza, adelante y atrás, no sólo para mostrarnos cómo vive cada uno de ellos esa noche de teórica fiesta compartida sino que, a través de las horas previas y posteriores a la misma, sabremos mucho, lo sabremos todo acerca de cómo es su existencia.
 
John Ford escribía la biografía de los personajes principales de sus películas, de forma que los actores conocieran la trayectoria vital que les había llevado a ser como eran y a comportarse como lo hacían en el guión. Era una manera de facilitarles su trabajo de identificación con el personaje.

  
 
Las vidas que vemos en «After», desde luego, no son para tirar cohetes. Porque, siendo los tres amigos unos tipos teóricamente maduros, que han alcanzado el éxito profesional y gozan de una más que desahogada posición económica; su vida es fría, áspera, triste, vacía y carente de afectos y expectativas que vayan más allá de lo puramente material e inmediato.
 
Se ha dicho que «After» cuenta cómo sería la vida actual de los protagonistas de otra historia que, sociológicamente, marcó una época: los chicos del Kronen que en los noventa iban como motos, kamikaces, poniéndose de tó ya sin parar. Y no parece que los chiquillos hayan evolucionado muy en positivo, desde luego.

 
 
«After» es una de esas películas que conviene ver en compañía para que, cuando termine, puedas ir a un bar a tomar una cerveza y charlar. Sobre ella o sobre cualquier otra cosa. Porque si la ves solo y te da por pensar, lo mismo descubres cosas de los protagonistas que no te gustan, pero que están ahí, acechando, demasiado cerca de ti.
 
Valoración: 8.
 
Lo mejor: El trabajo de los guionistas. Veinticuatro horas de la vida de tres personas sirven para tomarle el pulso al conjunto de una generación.
 
Lo peor: Que se pierdan espectadores potenciales por la idea de que estamos ante una película sobre pasotes de drogas y alcohol.
 
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LLAMADLE CARACOL

Parafraseamos el arranque de la mítica novela de Herman Melville, «Moby Dick», para hablar de un animal, el Caracol, que, en las antípodas de la gigantesca ballena blanca, tiene todos mis respetos, cariño y admiración.

 

Cuando a un chaval le preguntan por el animal que más le gusta, suele responder que el León, no en vano, es rey de la selva. O, si el niño es pacífico y menos fiero, elegiría uno más de andar por casa: un buen perro, una vaca lechera o un gato mimoso. Pero las apariencias engañan y sabido es que el gato mimoso, en décimas de segundo, saca las uñas y, de tres zarpazos, te puede hacer un mapa en la cara, provocando un desaguisado del que tardes muuucho tiempo en recuperarte.

 

¿Araña? No. Gato.
¿Araña? No. Gato.

Así que, con esto de los animales, hay que ser muy cuidadosos.

 

Yo siempre me he defendido lobuno: individualista, ya que sólo se une a la manada en ciertas ocasiones muy especiales, amigo de aullar a la luna, temido cuando no se le conoce pero al que se le coge rápidamente mucho cariño… y en franco peligro de extinción, la verdad.

 

Y, sin embargo, estos días he descubierto la importancia y las bondades de ser un Caracol.    

 

Lo primero y más evidente, por su autonomía y la capacidad de autogestión de su propia vida. Con su casa a cuestas, como si todos tuviéramos nuestra autocaravana en propiedad, el Caracol puede ir y venir a su antojo, a dónde quiera, siempre libre. Siempre autosuficiente. En invierno, inverna. En verano, cuando hay sequía, estiva. Está perfectamente adaptado a los climas más rigurosos: cuando hace mucho o mucho calor, sella la apertura de su concha con una mucosa especial, llamada epifragma y… a dormir. 

 

Con la casa a cuestas
Con la casa a cuestas

Además, va despacio. Y, aunque en estos tiempos la gente sea una gran defensora de la rapidez, la velocidad y las prisas, quiénes saben lo que realmente merece la pena en esta vida se están apuntando a la moda «Slow». Lo lento, gana. Lo lento mola. Lo lento gusta. Por eso, en heráldica, el caracol es símbolo de ponderación, firmeza y fortaleza.

 

Siempre que hago un viaje a algún país lejano, me gusta dejarme unos cuantos días para disfrutar de un recorrido a pie, tranquilo y sosegado. En coche o en avión, seguro que vería más cosas, pero las vería peor. Porque la vida, cuando se camina por ella, cuando se transita despacio y con calma y paciencia, es mucho más jugosa y sustanciosa.

 

Lento, pero seguro
Lento, pero seguro

Pero es que, además, el Caracol es un portento físico, con una capacidad pulmonar insuperable y un enorme corazón, lo que le convierte en un auténtico y prodigioso superatleta de la naturaleza.

 

Aunque técnicamente es hermafrodita, al producir tanto espermatozoides como óvulos, el Caracol necesita acoplarse y tener pareja para procrear, ya que no puede autofecundarse, siendo un amante excepcional.

 

Y por todo ello, por esta cantidad de virtudes, por ser unos bichitos tan simpáticos, queridos y apreciados, la concha seca del Caracol se ha utilizado como moneda de altísimo valor a las culturas más diferentes del mundo, siendo el caurí la unidad de cambio más valiosa del África antigua.

 

¡No marques las horas!
¡No marques las horas!

Y, además, por todas estas especiales características, es reverenciado por religiones tan importantes como la egipcia, ya que el caparazón del Caracol, en forma de espiral, simboliza el laberinto, lo infinito y la vida eterna.

 

Así, según las leyendas y las profecías, El Elegido llamado a salvar el mundo cuando el fin esté cerca, tiene que atesorar todas sus cualidades y llamarse, sin atisbo de dudas, El Caracol. Con mayúsculas, dada su grandísima importancia.

 

El Elegido será un Caracol
El Elegido será un Caracol

Jesús Lens, simbolista y profético.           

JOHN LENS WAYNE

Este Cuento tiene más de 140 caracteres. Con espacios. O sea que no puede participar en ESTE concurso que proponíamos esta tarde. Pero, eso sí, os prometo que está basado en hechos reales… de hace apenas unas horas. A ver si os gusta.

 

Hoy viví una nueva sensación, corriendo.

 

¡Espera!

 

¡Alto!

 

No seas malandrín/a y cierres esta página, pensando que voy a volver a hablar de correr y de esas demencias propias de la secta de Las Verdes.

 

Por fi, dale una oportunidad a este relato, ¿vale?

 

Que sólo voy a contar lo que me pasó hoy, al ir corriendo, a eso de las 15.45 horas, por la zona del Asadero, en Cenes de la Vega.

 

El caso es que estaba corriendo muy flojo, despacio y premioso. Por eso alargué el recorrido hasta allí. Justo cuando crucé el puente que hay frente a la gasolinera y emprendí la vuelta a Granada, me adelantaron un papá con su hijo, en sendas bicicletas. Seguí avanzando y, al meterme en la alameda que comunica Cenes con la Fuente de la Bicha, en un recodo del camino, retrepados malamente en unos maderos, había dos sujetos, borrachos como una cuba, terminando de pimplarse, a morro, una botella de JB. Eran dos gandulones de unos veintipico de años. Con pintas. Y allí estaban, balbuceando y diciendo incoherencias. Nada especialmente grave u ofensivo, realmente.

 

Seguí mi camino.

 

Y me crucé con una chica digamos que espectacular. Alta, pelo castaño, gafas de aviadora, piercing en la oreja, vientre moreno, liso y al aire… una auténtica hermosura. No pude evitar (de hecho, no lo intenté) mirarla de soslayo, bajando aún más el ritmo de mi carrera.

 

Exquisita.

 

Y seguí adelante.

 

Entonces vi que padre e hijo habían detenido sus bicicletas y miraban hacia atrás. ¡Qué descaro, el de ese padre de familia, buscando con su mirada la retaguardia de la beldad que ya se alejaba de nosotros!

 

Pero no. Resultó que el hombre estaba buscando a su santa esposa y al pequeñín de la familia, que venían pedaleando un poquito más atrás. Y entonces lo ví claro. Al tipo tampoco le habían hecho ni pizca de gracia los dos borrachos de antes, por lo que comprobaba que su mujer e hijo no tenían problema alguno al pasar a su lado.  

 

Y, en ese punto, sin siquiera pensarlo o planteármelo, cosa que siempre me ha gustado tanto como sorprendido de mí mismo (será por haber visto tantas películas), me di la vuelta y reemprendí la marcha… en sentido inverso.  

 

La chica miró levemente hacia atrás y, la verdad, tuvo que llevarse un repullo de cuidado cuando se percató de que el mangallón de dos metros con pelado de marine americano, gafas de sol y camiseta roja del ejército español (aquella carrera de las Dos Colinas…) se había dado la vuelta y, sin que hubiera nada ni nadie a la vista, la perseguía.

 

Pero yo, impertérrito, la adelanté, justo unos metros antes de que llegara a donde estaban los borrachos que, nada más verla, habían empezado a soltarle esos cariñosos piropos, elegantes y tan castizos, sobre comerle hasta la gomilla de las bragas… ya sabéis. Y alguno de cosecha propia, sobre lo puta que era enseñando la barriga y lo que les gustaría hacerle.

 

Justo entonces, para coincidir en un improbable Cuarteto de Cenes, volví a darme la vuelta.

 

La chica estaba bastante azorada para siquiera cruzar una mirada conmigo. Y yo, más bien, miraba a los dos elementos, mientras continuaba con mi cansino trotar, girando continuamente la cabeza hacia atrás para comprobar que continuaban sentados, mientras la chica se alejaba a paso de Paquillo Fernández en marcha atlética.

 

Llegados a este punto, podría contarles que ellos se levantaron… y que yo les dije… y que entonces pasó que…

 

Pero sería faltar a la verdad y, sobre todo, me alegro de que las cosas transcurrieran de esa forma tan sencilla como inocua. Dos borrachos al sol, una chica guapa, unas groserías… y nada más.

 

Y, entonces, ¿el pomposo y pretencioso título de esta entrada?

 

Pues nada, amigos. ¡Un vil reclamo oportunista y sensacionalista para captar vuestra atención! 😉

 

Sólo me queda pedir perdón a la chica del pelo castaño por el susto que le di. Creo que entendió el porqué me di la vuelta y, supuestamente, la seguí. Podía haberle advertido antes acerca de los borrachos. No se me ocurrió. O haberla abordado justo antes de que llegara a su altura, pero lo mismo me habría dicho que quién era yo para meterme en su vida y que sabía cuidarse sola. De lo que no me cabe ninguna duda.

 

Así que, opté por actuar de esa manera.

 

Y, no sé si acertada o desacertadamente, así os lo cuento; orgulloso por haber protagonizado, presumiblemente, mi última buena acción de octubre del año 2009…

 

Jesús Lens, en plan Caballero Trotante.

 

PD.- Me preguntan que qué pasó con la Mamá pedaleante y el otro chiquillo, que a nadie parece importarles, que si aparecieron. Esto ocurrió: «Sí. Aparecieron. Y, de hecho, la mujer le cruzó la cara al hombre de un bofetón. Me quedó la duda de si por quedarse esperándola, demasiado alejado de los borrachos, o bien por estar mirando a la chica.

Me hubiera gustado preguntarles, pero estaba muy entretenido salvando a la mujer de vientre plano».

🙂

 

Huelga decir que es broma. Pero sí. Ella y el chavalito siguieron su camino sin problemas.

CONCURSO DE TWITTRELATOS

El Twitter es una herramienta para hacer microblogging, es decir, para escribir on line lo que te salga del alma, pero en un máximo de 140 caracteres. Con espacios. Hoy celebro el haber alcanzado la espartana cifra de 300 seguidores en mi Twitter (seguir AQUÍ o a través del Blog -margen derecha- y de mi Feisbuk) con esta idea peregrina que os propongo ahí abajo. 

 

En teoría, 140 caracteres, con espacios, no dan para mucho. En la práctica, dan para un montón. A veces, hasta para más de lo debieran 😉

 

¿Qué tal una convocatoria de Twittrelatos?

 

Animaos.

 

Microcuentos en un máximo de 140 caracteres. Con espacios. Si os parece, los vais mandando por mail o los colgáis como Comentario. De aquí a un tiempo los ponemos todos juntos en una sola entrada, votamos y elegimos al Twittrelato ganador.

 

Sencillo ¿no?

 

Ahí va uno mío, para abrir boca:

 

 

«Como no quería ir solo, no le preguntó si le acompañaba.»

 

Jesús Lens, en breve.