Estoy casi seguro de que ya he utilizado el título de este post en más de una ocasión, pero es que no se me ocurre uno mejor para explicar un sucedido que acabo de contemplar en la calle. Un padre y su hijo -de unos seis o siete años- salen de un colegio situado en el centro de Granada. El papá dice al chaval que debe esforzarse con las letras, que tiene que hacerlas bien. El chiquillo asegura que ya le salen bien. «¿Pero va cada letra en su cuadrito?», insiste el hombre. Y el zagal, que sí, que sí… «Es que es muy importante… Ahora cuando llegue a casa ya veré qué tal se han salido». Continúan caminando y el padre reitera sus argumentos a cada paso. De pronto, tuercen y entran en un aparcamiento subterráneo por una rampa reservada únicamente a los automóviles. Hay una señal que prohíbe expresamente la entrada a los peataones, pero el padre no hace ni caso… Y ni siquiera le da la mano al niño. Entran y salen coches y se monta un pequeño lío… Las escaleras peatonales y el ascensor están al lado, pero el hombre ha preferido jugársela. Pregunta, ¿de qué le sirve al niño hacer bien las letras si luego su padre tiene un comportamiento incívico y peligroso… para él y para el niño?







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