Hola, soy Morán. Os prometo que estamos haciendo lo posible para contestar a todos. En unos casos, privadamente y en otros, públicamente. Pero es que son muchas las dificultades. Algunos de los casos que no estáis planteando son peliagudos. En este sentido, aclararos -ya lo hemos hecho alguna vez más- que don Emilio no siempre puede pronunciarse. Vestir toga y puñetas implica una serie de renuncias inexcusables.
Por lo demás, el Tribunal Supremo ha dado hoy su visto bueno a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, de lo cual me alegro. Soy de los que piensa -y como yo no tengo ni toga ni puñetas, puedo pronunciarme sobre lo que me plazca- que el debate suscitado alrededor de dicha materia era un castillo de fuegos de artificio. Mucho ruido y pocas nueces. En su día -y perdón la petulancia de la autocita-, escribí que el Supremo tumbaría las insólitas sentencias dictadas por la Sala Tercera de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, lo que me valió un montón de críticas y denuestos. Pero la decisión del Supremo era la lógica. Decir que es legítima la objeción de conciencia a una asignatura escolar es un dislate. Si el Supremo hubiese aceptado esa pintoresca visión del asunto, mañana tendríamos objetores a Matemáticas, Historia -¿por qué mi hijo va a estudiar a Marx si yo soy de derechas?- o Pretecnología. Por supuesto, respeto la opinión de los que piensan lo contrario. Incluso estaría dispuesto a dejarme convencer si sus argumentos me seducen. Lo he aprendido en el libro de Educación Para la Ciudadanía de un vecino adolescente. Un saludo a todos.







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