PACHAMAMA

Hay un cuadro en la catedral de Cusco que cuenta un terremoto. Un gran cuadro en que se refleja todo el Cusco antiguo, con decenas de personajes que, ante un seísmo, reaccionan de las más diversas maneras: unos se tiran por las ventanas, otros sacan la imagen de un Cristo para rezar, una traficante de esclavos originaria de Angola huye despavorida por las calles y, por su parte, se ve a un grupo de mujeres arrojarse al suelo con veneración: quieren besar la tierra y honrar a Pachamama, su deidad por excelencia, la Madre Tierra.

En el siglo XXI, cuando el mundo se ha convertido en un lugar profundamente descreído y las sectas más esotéricas y la religión del dinero parecen campar a sus anchas, en los Andes peruanos hay una especie de retorno a la comunión con la naturaleza que anticipa el mensaje ecologista de «Avatar», sin ir más lejos.

Tras la llegada de Pizarro y sus hombres, la cruz católica contribuyó al poder de la espada para dominar todos estos pagos. Una lección de historia que todos conocemos, que resulta dolorosa, pero que hay que recordar. El caso es que los españoles, además de acabar con todos los vestigios de las religiones locales, destrozando ídolos y figuras sagradas para los nativos, de quemar sus tablillas, códices e inscripciones (como hicieron en México), además de destruir los palacios de los incas para construir encima sus iglesias y catedrales o para usar las grandes lajas de piedra para la construcción de casas y conventos; además de todo ello, también intentaron ganarse el fervor de los nativos con técnicas más refinadas.

Como representar la Última cena con platos locales como el cuy o las papayas en las bandejas, por ejemplo, tal y como se puede ver en otro lienzo de la catedral. O como vestir a las vírgenes unos grandes mantos triangulares, lo que las asemejaban a las montañas, los Apus sagrados de los andinos. O como transformar las fiestas «paganas» de culto al sol en fiestas católicas que se celebraban en las mismas fechas. Fórmulas sibilinas todas ellas en las que Santiago Matamoros se convierte en Santiago Mataincas y que desembocan en las imágenes de Cristos crucificados que, en vez de mirar al cielo, en busca del Padre, miran a la tierra, mitad buscando a la Pachamama, mitad humillados por la imposición religiosa que cayó sobre los nativos.

Y, sin embargo, igual que quedan restos arqueológicos de los Incas y de los andinos que no se consiguieron hacer desaparecer (la visita al Museo de Cultura Prehispánica de Cusco, que hice en la más total y absoluta de las soledades al tener el museo entero a mi disposición, por lo tardío de la hora; y al Museo del Inca así lo celebran) el culto antiguo sigue vivo y en la misma catedral, junto a la puerta de acceso, hay una piedra enorme que los lugareños tocan y acarician para cargarse de energía ya que es uno de sus símbolos sagrados.

Me gustaría hablar de Garcilaso Inca de la Vega, como se conoce aquí al cronista mestizo, hijo de un soldado español y una inca. Garcilaso preguntaba a su abuela materna por las tradiciones de dicha rama familiar. Ella contaba y él anotaba. Una fuente interesante, aunque no sea del todo científica, acerca de la vida de las comunidades prehispánicas. También me gustaría contar algunos de los mitos fundacionales de la cultura incaica. O la historia de los reyes incas que colisionaron con Pizarro y su gente. O la crueldad con que los españoles asesinaron a Tupac Amaru II tras su rebelión o a Atahualpa, pasado por el garrote vil, como bien nos recuerda Pilar, el rey Inca que no sólo aprendió a hablar castellano y a jugar al ajedrez, sino que viendo la codicia de los españoles, intentó comprar su vida con cantidades ingentes de plata y oro, lo que no le sirvió de nada ya que fue asesinado por desmembramiento, al atar cada uno de sus miembros a cuatro caballos que corrieron en direcciones contrarias.

Y no sería malo, recuperando nuestra formación económica, recordar como el oro del Perú fue una de las primeras burbujas económicas que contribuyeron, en gran manera, al arruinar el Imperio Español. Paradójicamente, un exceso de riqueza y una cantera inagotable de recursos naturales de gran valor, hundieron la economía productiva de una nación. ¿Nos suena?

Me gustaría hablar de la hoja de la coca, de la cantidad de aplicaciones que tiene y de la numantina defensa que los nativos hacen de ella, no sólo como producto farmaceútico, sino también religioso y cultural, que muchos de sus ritos comienzan por colocar simétricamente tres hohas de coca en un altar de piedra y honrar, de esa manera, a la Pachamama que les cuida y les da la vida. Y, ojo, sacrificios humanos, en contadas ocasiones. Sólo cuando grandes seísmos o inundaciones destrozaban esta zona del mundo. Y para contentar a las deidades, los niños sacrificados eran los más representativos de la nobleza Inca. O sea que no era baladí. Tenían que escalar grandes montañas y viajar hasta lugares distantes, donde la naturaleza enfurecida se había volcado contra el hombre, para dejarse morir en lo más alto de los Apus de los Andes.

Podríamos hablar de todo ello, pero es temprano, el sol luce ya con fuerza sobre los tejados de Cusco, he de desayunar y me voy a dar un paseo de despedida (temporal) de esta maravillosa ciudad antes de coger mi vuelo de regreso a Lima.

Por todo ello, sed felices y recordar: Pachamama nos tratará como nosotros la tratemos a ella.

Jesús Lens, andino y con chullo.

LOS LENGUAJES DE LA IMAGEN

No sé si estáis siguiendo las entradas peruanas. Hoy estoy cansado, todo el día en danza. Hagamos un receso peruano para leer estas notas, que se publicaron en Babelia, el suplemento literario de El País y que, por razones obvias, nos llenan de alegría y satisfacción.

CRÍTICA: LIBROS / Ensayo

Los lenguajes de la imagen

IURY LECH 20/03/2010

El poder de las imágenes ha suscitado en todas las civilizaciones un sentimiento antagónico de admiración y rechazo, de placer y censura, tanto como si retratasen lo bello, deformasen la naturaleza, preservasen la realidad o manipulasen las certezas utilizando la reflexión y la propaganda. En una sociedad rendida a «las simulaciones visuales, los estereotipos, las ilusiones, las copias, las reproducciones, las imitaciones y las fantasías», tal como sugiere Mitchell en su polémico y formativo libro Teoría de la imagen, la cultura de la imagen ha desplazado a la humanidad de las palabras hacia una representación visual que nos sitúa en un medio infrahumano, despojado de jerarquías pero también de capacidad crítica. El autor no intenta construir una teoría, sino establecer las diferencias entre imagen y lenguaje, y desvelar las consecuencias del enfrentamiento pasivo entre espectador y lector, reasentar la iconología en su perspectiva de ciencia de las imágenes.
La imagen se ha convertido en constructora de la realidad y en emisora de la comunicación, aunque a menudo no se sabe si lo que se ve en las pantallas reproduce la realidad o son meros atisbos para poder comprenderla. La mirada, sostiene Arlindo Machado en El sujeto en la pantalla, es un quiasma, el entrecruzamiento entre uno y la alteridad, donde «el vidente y lo visible funcionan, en relación con la mirada, como el derecho y el revés», y uno no existe sin el otro, ambas partes son partes del otro. Todo forma parte de un montaje que apunta a privilegiar los contenidos que satisfagan las ansias de comodidad del receptor, que con la llegada de lo digital incluso ha sustituido al tradicional narrador por los programas de ordenador.

El cine, como exploración de realidades paralelas, provoca en el espectador la necesidad de salirse de sí mismo y propone un nomadismo interior, desplazamientos mentales entre las fantasías personales menos reconocibles y las imágenes más heterodoxas que provienen del exterior, alquimia que hasta el presente ha mantenido su exitoso secreto, tal como destaca Hasta donde el cine nos lleve, una sistematizada recopilación cinéfila que, tomando como modelo la literatura de viajes, propone la alternativa de un «cine de viajes», filmes que proyectan la mirada desde la oscuridad de las salas hacia un punto infinito que quizás en última instancia permita una transliteración del destino del homo itinerantis. El privilegiado protagonismo del imaginario del cine, que de atracción de feria ha pasado a convertirse en ventana abierta a sinfín de paisajes metafóricos, recibe un lúcido y sintético estudio en la ampliada y revisada edición de El discurso cinematográfico, de Ismail Xavier, un clásico entre los textos ensayísticos dedicados a este arte audiovisual, que delimita la historia del cine como la historia de las ideas cinematográficas, la cual se debate entre lo transparente y lo opaco, ofreciendo un discurso plural, desarrollado en torno a las relaciones entre cine, invención e ideología. Pero la imagen fílmica no sólo posee componentes de evasión o de interpelación conceptual con las tensiones, los traumas, las obsesiones o las visiones apocalípticas de cada época. También como la creación de mitos. La experiencia cinematográfica tiene mucho que aportar en el ámbito de la educación y del saber, tal como refleja Esther Gispert en su comprometido despliegue teórico contenido en Cine, ficción y educación, para quien «la introducción del cine de ficción en la educación plantea un doble reto: por un lado, aceptar la posibilidad de construir discursos de conocimiento a través de la ficción y, por otro lado, convertir el cine documental en un objeto de estudio y no reducirlo a un simple sustituto de la realidad».

No obstante, el problema no reside tanto en la propia imagen sino en la percepción de quien mira. Si se está de acuerdo en que la imagen en movimiento ha sido y es una de las formas más trascendentales para representar la realidad y contar sucesos ficticios nunca acaecidos pero que nos sirven como sistema de alerta, también se ha convertido en un sistema perverso, entregado a la creación de contextos fraudulentos, que parten principalmente del medio publicitario como creador de necesidades inútiles o de la tergiversación del devenir histórico. De este hecho deja constancia el demoledor texto De la miseria humana en el medio publicitario, que ataca con virulencia los abusos y excesos de la industria de la publicidad y del consumismo ciego, cáncer enquistado en nuestro modo de vida infantil y responsable último de los peligros a los que se debe enfrentar la humanidad ante una anunciada devastación del mundo, curiosamente escenario repetido hasta la saciedad en decenas de películas del llamado género catastrofista. –

Teoría de la imagen. W. J. T. Mitchell. Traducción de Y. Hernández Velázquez. Akal. Madrid, 2009. 377 páginas. 38 euros. La imagen. Análisis y representación de la realidad. R. Aparici, J. Fernández Baena, A. García Matilla, S. Osuna Acedo. Gedisa. Barcelona, 2009. 329 páginas. 34 euros. Hasta donde el cine nos lleve. Viajes y escenarios de películas. Jesús Lens, Francisco J. Ortiz. Almed. Granada, 2009. 266 páginas. 19 euros. El sujeto en la pantalla. Arlindo Machado. Gedisa. Barcelona, 2009. 222 páginas. 18 euros. El discurso cinematográfico. La opacidad y la transparencia. Ismail Xavier. Manantial. Buenos Aires, 2009. 288 páginas. 22,90 euros. Cine, ficción y educación. Esther Gispert. Laertes. Barcelona, 2009. 217 páginas. 15 euros. De la miseria en el medio publicitario. Grupo Marcuse. Traducción de J. Rodríguez Hidalgo. Melusina. Barcelona, 2009. 206 páginas. 10 euros.