INSTANTÁNEAS PERUANAS

Bailes típicos en la Hacienda Los Ficus, en los aledaños de Lima
Bailes típicos en la Hacienda Los Ficus, en los aledaños de Lima
Otra de bailes tradicionales en Los Ficus, cerca de Lima
Otra de bailes tradicionales en Los Ficus, cerca de Lima
Me encanta el nombre de esta calle de Cusco. Abracitos.
Me encanta el nombre de esta calle de Cusco. Abracitos.
Tras lo de Los Angeles, si os digo que me han ofrecido trabajo en Cusco, no me creeréis...
Tras lo de Los Angeles, si os digo que me han ofrecido trabajo en Cusco, no me creeréis...
Mercado central de Cusco. Algunas costumbres entre lo mágico y lo ritual siguen estando muy vivas.
Mercado central de Cusco. Algunas costumbres entre lo mágico y lo ritual siguen estando muy vivas.
El típico turista, haciendo el guiri frente a las ruinas prehispánicas de Cusco
El típico turista, haciendo el guiri frente a las ruinas prehispánicas de Cusco
Y con esta última imagen, dejamos introducido el tema que trataremos en el próximo Post: Cusco.
Y con esta última imagen, dejamos introducido el tema que trataremos en el próximo Post: Cusco.

EL ECLIPSE

Me dio mucha alegría que Ignacio Midore recurriera a este pequeño cuento de Augusto Monterroso en nuestro Club de Lectura. Por razones obvias y yendo hoy a visitar lugares arqueológicos por los alrededores de Cusco, lo comparto con vosotros, a ver qué os parece.

Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.