UP

La esperaba con locura, ansiedad y pasión. Lo reconozco: si alguien me dice hace sólo cinco años que los grandes momentos fílmicos de mi vida reciente iban a venir en formato televisivo y en formato animado, la verdad, me hubiera carcajeado en su cara. A mandíbula batiente.

 

Y, sin embargo, ahí están «Wall E», «Ratatouille», «Los Soprano», «Boston Legal» o «The wire» o la misma «Perdidos» a la que dedicábamos hoy la columna de IDEAL, para darle la razón al hipotético interlocutor en cuestión. Y, desde ayer, «Up», la última y más reciente POM (*) de Pixar.

 

¿La han visto ya? Por favor, cuando vayan (y reparen en el «cuando», que no es condicional), háganlo a una sala de 3D (que sí es una auténtica revolución), pónganse las gafitas y déjense arrastrar por el torbellino de creatividad, sensibilidad y emoción de esta «Up», la gran película del verano con permiso de la también reverenciada «Enemigos públicos».

 

Bueno, de «Up» y, antes, de los dos cortos que la preceden, que el de las nubes es, sencillamente, genial.

 

Pero vamos con «Up».

 

Como ya ocurriera con «Wall E», la primera parte de la película, su arranque y el planteamiento de la historia es pura magia, poesía visual. Los cinco minutos en que se cuenta la relación del protagonista con su esposa ya están, por derecho propio, entre los grandes momentos de la historia del cine. En concreto, desde que la pareja pinta el cuarto para el niño hasta que él se queda solo, es un portentoso y prodigioso ejercicio de elipsis que invita a levantarse y quitarse el sombrero. O a postrarse de hinojos y adorar a estos chicos de Pixar por siempre jamás.

 

A partir de que la aventura comienza, la película sigue siendo sobresaliente, aunque apunta más al corazoncito de los infantes de la sala de cine que a los adultos, por lo que los personajes hablan más y la acción toma un rumbo más convencional. Unos personajes que, seguramente ya lo saben ustedes, son un viejo cascarrabias que arrastra su casa por el aire, sostenida por unos globos aerostáticos, y un gordito boy scout con una enorme preparación teórica, pero muy escasa experiencia de campo. Y ambos se van a lo más profundo de la selva venezolana, a buscar el Paraíso perdido.

 

Así contada, la cosa suena a demencial. Y, me imagino, si a un directivo cualquiera le presentan un proyecto como éste, diciéndole que se invertirán cinco años del trabajo de cientos de personas para ponerlo en marcha; o le da un ataque de risa… o un ataque al corazón.

 

Menos mal que, en el mundo del cine, todavía quedan visionarios y valientes que apuestan fuerte y no se arredran ante los proyectos más supuestamente alocados y demenciales. Como «Up». Porque ese viejo, con la cara gruñona de Walter Mathau, tirando de su casa por la jungla latinoamericana, y ese gordito, torpón aunque voluntarioso, son los mejores antihéroes del cine reciente.

 

Y esos secundarios. De lujo. El pájaro loco, vistoso y tierno. El perro pachón… y los malos, claro. Los malos, siempre a la altura. Y la emoción. De verdad. Es que parece difícil de entender. Pero pocas cosas más emocionantes que algunos de los pasajes de «Up».

 

Dice su director que «Para mí, una película valiosa es aquella que logra que, al volver a casa, sigas pensando en ella. Te vas del cine y continúas pensando en ella, y no sólo al día siguiente, sino al año siguiente. Para que una historia te conmueva de esa manera, debe contener sentimientos auténticos y, de algún modo, tener eco en nuestra propia vida de forma que, aunque los protagonistas sean monstruos o insectos, uno se sigue identificando con ellos y comprende lo que les sucede. Es importante que la película tenga ese fundamento de autenticidad y que se cree un vínculo emocional con los personajes. Además del humor, debe tener alma.»

 

¡Y vaya si «Up» lo consigue!

 

Lo dejo aquí… de momento. Porque este verano la volveré a ver. Fijo que sí. En serio. ¿Todavía no la has visto? Pues ya tardas. Suelta el bicho éste y lárgate al cine. Vuela.

 

Valoración: 10

 

Lo mejor: Que películas como «Up» acreditan que el cine seguirá existiendo por siempre jamás.

 

Lo peor: ¡Por favor! Nada en absoluto.     

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

 

(*) Puta Obra Maestra

PERDIDOS Y LA CRISIS

La columna de hoy de IDEAL, en clave televisivo-política. A ver si la hemos conseguido cuadrar…

 

En uno de los últimos episodios de la quinta temporada de «Perdidos», cuando se encuentran después de mucho tiempo, el eterno Richard le comenta al caótico Locke: «Hay algo diferente en ti». Y el calvo redivivo le responde, sin titubeos: «Sí. Ahora tengo un objetivo». Tiene tarea. A la vuelta de cinco temporadas, Locke tiene un objetivo. ¡Él, que nos las ha hecho pasar canutas con sus ideas místicas, sus súbitos cambios de opinión, su liderazgo errático y sus decisiones erróneas basadas en la inspiración del momento!

 

Sinceramente pienso que el gran mérito de «Perdidos», además de ser una serie compleja, adictiva y fascinante, es haber sido capaz de prever el actual caos internacional en que la tan traída crisis económica nos ha sumido. Y, puestos a malpensar, ¿a los gobiernos de qué país les recuerda el discurso de Locke, cuando escuchamos que se ha agotado un modelo productivo y, ahora, tenemos un nuevo objetivo en forma de I+D+i, la gran panacea del crecimiento sostenible, maná para el futuro y milagro de los panes y los peces?

 

Cuando veo a los protagonistas de la Isla desplazarse en el tiempo, intentando encontrar su destino y dar con la clave para conseguir abandonarla, me acuerdo de este neokeynesianismo en que vivimos actualmente, con ecos de Marx y con el neoliberalismo absolutamente denostado… pero con las derechas ganando en todas las citas electorales europeas. Increíble, pero radicalmente cierto. Absurdo, sinsentido y contradictorio.    

 

Y luego está, para resolución de cualquier conflicto que surge en la Isla, la permanente pugna entre Sawyer y Jack. Si uno dice blanco, el otro dirá negro. Si uno pide mar, el otro clamará por la montaña. Y ahí van los dos, con cara de permanente cabreo, trasuntos de ZP y Rajoy o de nuestro alcalde y la Junta, con los soterramientos del metro, el cierre del anillo o el Museo de la ciudad, sin ir más lejos. ¿Y qué me dicen de Ben, el antiguo líder de los Otros, caído en desgracia, vilipendiado y denostado, pero con pinta de creerse que aún tiene mucho que decir?

 

Pero hablemos de los Otros y de los Hostiles, los siempre sospechosos vecinos de los protagonistas de «Perdidos». En realidad, nadie sabe quiénes son los buenos o los malos, pero los personajes de la serie se guían por una máxima ¿infalible?: si no están con nosotros, están contra nosotros. Y, por eso, ante la más mínima dificultad, discusión o contratiempo, vuelan hondonadas de palos, tiros y puñaladas por la Isla. Como en un Parlamento cualquiera, vamos.

 

Sin olvidar la misteriosa Iniciativa Dharma de la que nada sabemos, pero ahí está, siempre presente. O el malo malísimo, Charles Widmore, que no duda en fabricar mentiras increíbles para engañar a la opinión pública y poner en marcha maquiavélicos planes que redundarán en su propio beneficio. ¿No les parece, «Perdidos», la vida misma?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.