DEL DESEO A LA REALIDAD

Hay dos cuadros de los que pinté siendo niño, una marina con barcos de vela y el retrato de un viejo con sombrero, en los que reconozco una manera de aplicar el color y un movimiento del pincel que han perdurado en mi obra a lo largo de más de cuarenta años de dialogo con la pintura. Se podría decir que en esos cuadros ya estaba conformado un método constructivo, un “uso de razón plástica” presente en mi obra desde entonces. Cuando los miro me pregunto si no habré estado pintando siempre el mismo cuadro, viajando por una espiral elíptica alrededor de un punto de partida, de tal forma que en la medida que mis pasos avanzaban, se iban acercando al punto de salida, para desde allí comenzar de nuevo el paradójico ciclo de alejarse volviendo.
Este recorrido en espiral elíptica ha estado acompañado por otro movimiento oscilante entre la pintura sustentada en la capacidad significativa de la materia y la que tiene en la línea y la idea su razón de ser, provocando en mi obra un debate insoluble entre lo que quería pintar y lo que terminaba pintando. Pero esto, lejos de verse como el relato de un fracaso continuado, se ha de leer como lo constitutivo de la creación artística, ya que justo en el trayecto que va del deseo a la realidad es en donde se produce el encuentro del artista con la materia y la consecuente transformación de esta en signo artístico.
No se si ocurrirá igual en otras profesiones, o si es que el empuje de regreso a los orígenes es inherente a la vida misma, pero tengo la impresión de viajar obstinadamente por un camino en el que cada paso que doy me aleja y me acerca al punto de salida, desde donde vuelvo a emprender de nuevo la huída que me va devolviendo al punto de partida, por el que paso de largo para emprender de nuevo la huída…

EL NACIMIENTO DE LA PRIMAVERA

Después del invierno, el sol del equinoccio repartió por igual sus rayos sobre el mundo, devolviendo a los pájaros el color de sus plumas, el brillo a los ojos del perro altanero que guarda el ingenio, el verde a la semilla seca, y al agua la vida nueva. Desde el fondo blanco de las curvas del río, llegó por fin la primavera.

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“El nacimiento de la primavera”. (2008). Técnica mixta sobre lienzo. 195×195 cm.

BUENOS DÍAS VANIDAD

17 de noviembre de 2009
Los artistas somos gente de temperamento frágil y quebradizo. Una palabra agria perdida en los sótanos de un periódico socava la fortaleza del más grande de los divos, y un comentario ácido en la barra de un bar silencia la ovación de cien teatros. La presencia continuada sobre la escena te vuelve transparente y vulnerable frente a un público que se empieza a aburrir de tu parodia oxidada. Les oyes decir que están cansados de ti, que se te agotó el hilo en las espirales del laberinto, que oyeron decir que alguien oyó que dijiste que Homero era el ciego en el reino de los tuertos, y hueles el rastro del rencor que deja su gota de orín en las plazas y en los despachos. Aprendes a escuchar lo que las voces de los ecos no dicen, y comprendes que en su murmullo envenenado se esconde siempre una parte de verdad. Decides no ser el simulacro de tu versión más triste, y regresas al calor de la pintura y de las imprentas en un nuevo salto mortal que te devuelve a la confortable seguridad de la red.
Andaba yo melancólico pensando que los artistas somos gente de temperamento frágil y quebradizo, cuando me llamaron del Festival de Jazz para decirme que el legendario pianista Abdullah Ibrahim se había emocionado con mi cartel de este año y que tenía interés en saludarme personalmente. De inmediato se disiparon los miedos y volví a sentirme como el joven que un día zarpó en la Marie Galante para retener la luz entre sus manos. Será que la vanidad es mi sustento y que todo lo que hice fue para que alguien, alguna vez, me quisiera.

ROBERTO MATTA

11 de noviembre de 2009
El once del once de mil novecientos once nacía en Santiago de Chile Roberto Matta Echaurren, artista imprescindible en la historia del arte del Siglo XX.
Debía de ser al comienzo del verano de 1987, cuando Teresa Alberti me pidió que recogiera en el aeropuerto a Germana Ferrari y Roberto Matta, y que les acompañara durante el tiempo que estuvieran en Granada. –¿Cómo los reconoceré? le pregunté, –“no te preocupes, los conocerías entre un millón”. Con esta idea me presente en el aeropuerto, y en efecto, abriéndose paso entre los pasajeros del vuelo de Madrid apareció un tipo con sombrero de fieltro, chaleco de lana, chaqueta de paño y gabardina, acompañado de una elegante señora de rojo que le seguía a él del mismo modo que él, como dijo Rafael Alberti, seguía a su bastón.
– ¿Roberto Matta?, pregunté.
– Sí, pero no. Llámeme Otrebor, que es mi nombre en las antípodas, contestó.
Durante el trayecto a Granada, habló sin tregua del color del cielo, de la altura de las montañas, de Iparretarak, de Lorca, y del precio de la gasolina, describiendo un delirante crucigrama de palabras que cambiaban continuamente de sentido. Después, en la cena, pidió de primero el postre, de segundo un Campari y de tercero un primero. Aquel hombre parecía decidido a vivir literalmente en las antípodas.
A la mañana siguiente visitamos la casa de Lorca en Fuente Vaqueros, y una vez allí, Matta se acercó al piano, y cogiendo dos membrillos empezó a golpear el teclado con la vehemencia de un niño mal educado, mientras contaba cómo conoció a Federico en la casa que sus tíos Bebé y Carlos Morla tenían en Madrid, y de la arrebatadora personalidad del poeta. Sobre la una del medio día, Germana sugirió que regresáramos al hotel, porque Matta tenía la irrenunciable costumbre de dormir la siesta antes del almuerzo. A saber: siesta, postre de primero, Campari de segundo, primero de tercero…
Matta vivía y deslumbraba, vivía y hablaba sin un antes y un después, saltando de Bretón a Duchamp, de Pollock a Picasso, de Tanguy a Miró, de “Corbu” (Le Corbusier) a Walt Disney como si fueran los vecinos de al lado de una extraordinaria residencia de genios. Matta vivía y pintaba agitando un cosmos caótico, liquido y etéreo, surcado por signos orgánicos y geométricos que emergen del fondo de las veladuras como de las profundidades de un mar espeso y nocturno. Sedimentación de sentimientos traducidos en prevocablos hundiéndose en milenios de pintura. Murmullo del automatismo psíquico vehiculado por la mano, por el brazo, por el cuerpo del artista. Recuerdo sus últimos cuadros en la Galería Almirante, el rastro de sus pisadas cruzando indecisas la superficie del lienzo como la huella de su vida misma; inventándose a cada paso para negarse después, para volver a empezar por el final o por el principio, porque daba lo mismo, porque todo era vivir reconstruyendo y transformando el mundo a su alrededor como un tsunami de esos océanos espesos y nocturnos que a veces parecen sus cuadros

MACACOS

5 de noviembre de 2009

El 18 de septiembre de 2005, en un bosque de Guangxi, al sur de China, crucé la mirada con este mono. Se trata de un macaco Rhesus (Macaca mulatta), primate que vive en grupos de entre diez y setenta individuos, bajo una estricta jerarquía social dirigida por un macho dominante. Alcanza una estatura media de 60 centímetros y tiene un rabo de unos 30 de longitud. Su esperanza de vida oscila en torno a 25 años y se dice que su inteligencia es similar a la de un niño de tres o cuatro: egoísta, caprichoso y cruel. Es omnívoro, y aunque su medio natural es el bosque tropical, con frecuencia se acerca a los turistas en busca de alimento y esquilma los sembrados originando tumultuosas trifulcas.

Los macacos Rhesus han sido utilizados en múltiples experimentos científicos. Rhesus fueron los monos cosmonautas que rusos y norteamericanos lanzaron al espacio; de las iniciales de su apellido nació la denominación de origen “RH” para los grupos sanguíneos; en enero de 2000 vino al mundo Tetra, el primer macaco clonado, y en 2001 lo hizo ANDi, el primer mono trufado con genes de medusa; en 2007 se completó la secuencia de su genoma con el que los humanos compartimos alrededor del 93%, así como un posible antepasado común muerto hace 25 millones de años.

En el fondo de sus ojos hay quien dice haber visto nuestro espejo ancestral, pero lo que yo vi en su mirada fue un desprecio feroz y el deseo agazapado de reescribir el comienzo del Génesis.

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El mono de los ojos como hojas (2008). Técnica mixta sobre lienzo. 200 x 142 cm.