TODO EL AMOR Y CASI TODA LA MUERTE

Hace unos días, desde la Semana Negra de Gijón y en caliente, comentaba la honda impresión que me produjo la presentación de la última novela de Fernando Marías, “Todo el amor y casi toda la muerte”, galardonada con el Premio Primavera de Novela, como podéis leer AQUÍ.

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Por tanto, en cuento llegué a la playa y me recuperé de los excesos cometidos durante el evento cultural gijonés, me abalancé sobre él, sabiendo que me iba a encontrar una novela muy especial, uno de esos libros que, nada más comenzar a leerlos, sientes como si estuvieran escritos directamente para ti.

Dado que el autor tuvo el buen gusto, durante su presentación, de no hablar del libro, me excusaréis si en esta reseña no comento el típico “de qué va” que os pueda servir para animaros (o disuadiros) de leer “Todo el amor y casi toda la muerte”. Si me conocéis y habéis leído hasta aquí, ya sabéis que sólo os queda lanzaros a la librería más cercana, comprar el libro y devorarlo, como hice yo, en dos o tres sentadas, en menos de 24 horas. Y lo curioso es que, siendo el mar uno de los protagonistas de la novela, a veces amenazante, ominoso y siniestro; a veces fecundador, luminoso y fuente de vida, leí la historia de Sebastián, Vera, Gabriel, Leonor y Tomás íntegramente a orillas del Mediterráneo, dejando el libro sobre la toalla para lanzarme de cabeza al agua y nadar, bucear y sentir algunas, muchas de las cosas que cuenta Fernando en este libro exquisito.

De todas formas, antes de sumergirte en sus adictivas y excitantes páginas, haz un pequeño-gran ejercicio: sitúate frente a un espejo y siéntate. Date cinco minutos para mirarte a ti mismo a los ojos y bucea por dentro de ti. Busca esos fantasmas, esos espectros que ya forman parte de ti, que se han ido incorporando a tu vida a lo largo de los años. Enfréntate a ellos, en el mejor sentido de la expresión “enfrentarte”. Míralos cara a cara y deja que te hablen. A ver qué te cuentan.

Porque todos somos portadores de fantasmas y espectros. Todos tenemos presencias dentro de nosotros que nos hablan, nos preguntan, nos exigen y nos interrogan. Lo más habitual es hacer lo posible (y, a veces, hasta lo imposible) por no escucharlos, por hacerles de menos, por olvidar que existen.

Pero están ahí.

Leer “Todo el amor y casi toda la muerte” puede servir como una especie de exorcismo personal, tal y como comentó Marías hablando sobre su concepción y origen. Pero, ojo, no se trata de una novela intimista en la que el autor habla primero de él, después de sí mismo y, más tarde, otra vez de él. Cuánto hay de sí mismo en cada personaje es algo que sólo Fernando puede saber. Para el lector, la novela es un perfecto artefacto de relojería en el que los personajes, con una entidad y una solvencia propias, se encuentran y desencuentran al modo de las grandes películas del cine negro norteamericano, con “La mujer del cuadro”, “Rebeca” o “Laura” como referencia. Una historia de pasiones cruzadas en las que el tiempo y el espacio son permeables, desarrollándose la trama entre un pequeño pueblo del norte de España, Madrid y la Cuba en guerra de principios del siglo XX. Entre un caserón gótico, un barrio cualquiera de una gran ciudad y la selva de un país caribeño. Una historia llena de giros, quiebros y requiebros en la que todos los personajes evolucionan, cambian y se transforman.

“Todo el amor y casi toda la muerte” es un libro prodigioso, alta literatura de poderoso octanaje que nos trae al mejor Fernando Marías. Un Fernando del que ya esperamos, ansiosamente, un nuevo trabajo.

Y, desde luego, si tienen la ocasión de verle actuar en vivo y en directo, ni lo duden. Una experiencia de lo más estimulante y excitante. Y uno ya va estando curtido en esas lides. Palabrita de niño…

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.