Repulsivo revulsivo

A mí también me indigna, solivianta y cabrea, que conste. A la diarrea dialéctica del siniestro Ortega Smith, me refiero. A su indecente manipulación histórica de hechos, personajes y contexto. Al odio que destilan sus palabras y sus gestos. Me asquean su discurso y sus ademanes.

También me enferma el radicalismo, sea impostado o por impostar, de esas otras personas de derechas y muy de derechas que, frente al dictamen unánime del Tribunal Supremo, el órgano constitucional que se encuentra en la cúspide del poder judicial español, se permiten cuestionar sus decisiones hablando de la quema de iglesias y de la España de 1936.

Me parece repulsivo ese discurso del odio y el enfrentamiento que espolea los más bajos y sucios instintos, sí, pero también funciona como revulsivo. Y eso me gusta. Me gusta leerles y escucharles. Y difundir sus mensajes. ¡Que se sepa lo que piensan y lo que dicen! ¡Que se oiga alto y claro! Que nadie se llame después a engaño, amparándose en que resultaron ser lobos con piel de cordero.

Como aquel episodio de Otura y la reina de las fiestas de origen marroquí, vilipendiada por Vox. Sus máximos responsables y mejores voceros, después, se defienden apelando a las manzanas podridas y a la excepción, pero lo cierto es que no: el discurso de la extrema derecha fomenta el odio, la xenofobia, la homofobia y el sexismo. Está en su ADN y, como Ortega Smith y sus secuaces no se cansan de demostrar, resulta amenazante y peligroso.

Cuando me entran la pereza y la desidia con esto de las elecciones, cuando me invade el desánimo electoral; me pego un chute de Ortega Smith y se me pasa. O de Ayuso, que también se despacha a gusto. O de los nacionalistas radicales y sus discursos insultantes contra los andaluces.

Porque saber contra qué y contra quiénes estamos, también nos define. Y nos encorajina e impulsa a no rendirnos. A seguir adelante. A perseverar. En contraposición al discurso frentista y del odio, el próximo 10-N tenemos el mejor vehículo de expresión democrática, por decepcionados que estemos.

Jesús Lens