Qué pena, los vecinos

Pasaba por la calle Ganivet y pensaba en una instalación de Christo, artista búlgaro especializado en envolver edificios icónicos en telas blancas. El último y a título póstumo, el Arco del Triunfo de París.

Los vecinos de la céntrica calle granadina, hartos de pasarse las noches en blanco por culpa de los ruidos provocados por la clientela de los bares de copas, han sacado níveas sábanas a los balcones, terrazas y ventanas de sus casas. Ojo: que nadie lo interprete como la bandera blanca de la rendición. Es toda una declaración de guerra, metafóricamente hablando.

Los vecinos del entorno de Ganivet, Moras y Campillo, por seguir con el símil bélico, son rehenes en sus propios domicilios durante las noches de jueves, viernes y sábado. Su entorno se ha convertido en Territorio Comanche y salir o entrar de casa a determinadas horas es una actividad de riesgo.

Siempre que paso por ahí, camino del Zaidín, lo pienso con fatalismo: “Qué pena, los vecinos”. Y me acuerdo de un antiguo compañero que había alquilado un ático por Bib-Rambla, eufórico, y a la vuelta de unos años se compró un piso cerca de Santa Adela: huía del centro como alma que lleva el diablo.

Quién iba a decir que tener un piso en Ganivet sería como el chascarrillo del barco, que solo te da dos días de auténtica felicidad en tu vida: el día que lo compras y el día que por fin te libras de él, cuando consigues venderlo.

El Ayuntamiento, mejor tarde que nunca, por fin ha movido ficha y el pasado miércoles procedió a retirar las mesas y sillas que, de forma ilegal, ocupaban la vía pública. Los vecinos aplauden la iniciativa y piden que no sea un gesto para la galería. Empresarios del sector muestran su pasmo y estupefacción. Que no sabían que estaban haciendo algo mal, aducen.

Todo este episodio trae ecos del capitán Renault, cuando mandaba cerrar Rick’s. “¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!”. Haber entregado zonas enteras del centro de Granada a los bares de copas tiene sus costes. Lo que no puede ser es que recaigan única y exclusivamente sobre los vecinos.

Controlar los ruidos y escandaleras en las zonas de ocio y sofocar los botellones y las fiestas privadas le cuesta un pastizal al Ayuntamiento cada fin de semana. Sería bueno saber exactamente cuánto, dado que ese dinero sale de los bolsillos de todos los ciudadanos.

Jesús Lens