DAVID LYNCH EN GRANADA

La columna de hoy de IDEAL, en la que cambiamos de tercio. Por completo. A ver si os gusta. ¿Habéis visto la exposición?

Si David Lynch viera el espacio en que se ha instalado la exposición sobre su obra, fliparía. En colores. Y seguro que reiría a mandíbula batiente. Lynch, el director de la anormalidad, el gran defensor de la alteridad radical, aquejado de una compulsiva necesidad de socavar el brillo del falso sueño americano, sería feliz al ver que su obra cuelga en el Museo de Bellas Artes de Granada.

Para llegar hasta “Action Reaction: el universo creativo de David Lynch” hay que pasar por varias salas de un Museo repleto de una obra figurativa, esencialmente clásica y canónica. O sea, la antítesis del universo creativo de Lynch. Además, está expuesta en un edificio renacentista y cristiano, el Palacio de Carlos V, incrustado en mitad de la Alhambra, un monumento nazarí. La contradicción por antonomasia.

No es fácil la obra gráfica de Lynch. Ni corriente. Y vaya por delante que, antes de convertirse en el reconocido cineasta que hoy es, había estudiado Bellas Artes y que, por tanto, sus trabajos no son caprichos o excentricidades. De las dos series expuestas, “París suite” y “Women”, me gusta especialmente la segunda, en un expresivo blanco y negro monocromático. Las obras están realizadas con trazos muy primitivos en los que se integran palabras que, además de contextualizar cada trabajo, forman parte de la composición, a modo de inquietantes y extemporáneos elementos incrustados en el cuadro.

Si algo me gusta de David Lynch es eso: su fascinante capacidad de atraer al espectador al abismo de lo extraño y lo desconocido. De acercarnos a la frontera de lo consciente y lo inconsciente. De sacarnos de la luminosa luz para adentrarnos en la inquietante oscuridad. Por eso, los fragmentos de sus películas elegidos para la exposición tampoco pueden dejar indiferente al espectador. La extraña presencia del misterioso invitado a la fiesta de “Carretera perdida”, dotado del don de la ubicuidad. La premonición de la bizarra señora que llama a la puerta de la casa de “Mulholland drive”. El repulsivo barón Harkonnen de “Dune”. La turbadora cantante de “Terciopelo azul” que cautiva al ingenuo investigador aficionado…

Y, por supuesto, “Twin Peaks”, esa joya de la historia de la televisión que nos tuvo en vilo tantos jueves por la noche, cuando las calles de la ciudad quedaban vacías, todos concentrados en averiguar quién mató a Laura Palmer. Posiblemente, la dedicada a “Twin Peaks” es la instalación que más me gusta, con un gigantesco mapa de personajes y escenarios desplegado frente al espectador, recordando la filiación, la biografía y hasta los puntos fuertes y débiles de cada uno de ellos. Porque en Twin Peaks está todo. Lo mejor y lo peor del ser humano.

La exposición, además, se completa con tres cortometrajes de Lynch y con la banda sonora ambiental, imprescindible, de Angelo Badalamenti, lo que nos sumerge aún más en la atmósfera y el personal mundo de uno de los artistas y cineastas más fascinantes de la historia del cine. Más que recomendable, imprescindible.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

MANTIS

“Sesos de consejero delegado con espinas de rosa y clavos a la grasa de cerdo sobre lecho de cardos”.

No. No pongas esa cara. Porque si hubieras tenido ocasión de encontrar mesa en “Barbantesa”, algo harto difícil dado que la lista de espera de ese restaurante llegó a ser más larga que la de El Bulli en su momento, tú también hubieras probado ese plato.

Bueno, lo habrías probado si hubieras tenido la suerte de encontrar mesa exactamente el único día en que la afamada Teresa, dueña de “Barbantesa”, preparó uno de sus deslumbrantes, sorprendentes e inigualables Platos Efímeros, creaciones que no estaban en la carta habitual del restaurante y que se hacían una sola vez, derroche creativo y lujurioso que reportó a Teresa el Premio Nacional de Gastronomía de hace unos años.

Barbantesa y Teresa. ¡Cuánto se escribió de ambas, el restaurante y su dueña! ¡Cuánto se habló de ellas en las radios y las televisiones, antes de que su extraña desaparición dejase huérfano el local más de moda de la España de los últimos años!

Y, claro, ¡qué no se dijo cuando se supo la procedencia de la materia prima principal de aquellos Platos Efímeros, como las “Menudencias de joven artista con rebozado de galletas maría, acompañadas de palomitas de patatas fritas y salsa de refresco de naranja” o los “Brotes de azul ultramar con labios de fresa”! ¡Qué escándalo! ¡Qué espanto! ¡Qué horror!

¿Cómo pudo engañar a todo el mundo durante tanto tiempo? Y eso que Teresa, no se escondía. ¡Si hasta montó un estudio en su siniestro palacete, en el que grababa un programa de televisión semanal!

Teresa, Teté, como ella odiaba que la llamaran y cuya vanguardista leyenda gastronómica arrancó con la reivindicación de uno de los platos españoles por antonomasia. Como cuenta Mercedes Castro en “Mantis”, biografía no autorizada de Teresa Sinde Valverde inició su ascenso al firmamento de las Estrellas Michelín al “haber sabido hacer de las croquetas un arte, hasta encumbrarlas como el manjar más innovador. Ella solita ha logrado exportar hasta Tokio y Nueva York una de nuestras más típicas recetas, convirtiéndola en genial icono de la gastronomía actual”.

“Mantis”, por tanto, escarba en uno de los escándalos más sonados de la historia de la posmoderna gastronomía española, en la que la comida, las relaciones sociales y la desaparición de personas cercanas a Teresa saltaron hace unos años a los titulares de todos los periódicos. ¿Quién era realmente Teresa Sinde? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿Qué insania la condujo a actuar de aquella manera? ¿Qué secretos se escondían en su palacete madrileño, a orillas del Retiro? ¿Qué tuvo que ver con el robo de incunables de aquella exposición?

Mercedes Castro, cuyo debut literario con “Y punto” celebramos hace un par de años, vuelve a centrarse en un personaje femenino, fuerte, duro, misterioso y contradictorio en esta “Mantis” de adictiva lectura en la que se pone en jaque la pamema de esa nueva gastronomía de VISA y diseño en la que no importa lo que se come sino el poder contar que se ha comido. En “Barbantesa”, claro. Como en tantos otros restaurantes inaccesibles para la mayoría del gran público y cuyas “creaciones” ocupan cada vez más espacio en las páginas y suplementos culturales de los periódicos progresistas de este país. Incomprensiblemente.

“Mantis”. Una despiadada sátira sobre la posmodernidad española peor entendida en la que Mercedes Castro no deja títere con cabeza. Ni falta que hace. Porque, como diría el Tío la Vara, aquí hacen falta libros como éste, que contribuyen a luchar contra tanta tontería que nos invade.

Muy, muy recomendable.

Tras su lectura, el no ir a restaurantes pijos y gilipollas en los que te cobran un sorbo de aire a precio de oro, se convierte más en motivo de orgullo y satisfacción que no de dolor o frustración.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.