EL TREN DE LAS 3.10 A YUMA

Debería comenzar esta reseña advirtiendo al lector que, para mí, un tipo montando a caballo y disparando un Colt mientras su frente suda bajo un sombrero de ala ancha, quemado por el inclemente sol del desierto; es la mejor imagen que se puede ver en una sala de cine. Esto es, que el cine del Oeste, los westerns, me flipan.


Y, como por desgracia el género está en horas bajas y apenas nadie filma ya pelis del Oeste, poder ir a un cine de estreno y, en pantalla grande, tener la posibilidad de ver un filme protagonizado por pistoleros, indios, vaqueros y demás paisanaje; es un lujo. Un privilegio.

Así que, por supuesto, entré a “El tren de las 3.10 a Yuma” con la ilusión de un crío chico al que llevan a ver la última película de Pixar. Receptivo, abierto y optimista, firmemente dispuesto a disfrutar de las hazañas de Christian Bale y Russell Crowe, pistola en mano.

Y me gustó. Bastante. Mucho. Excepto el episodio final, que me pareció excesivamente forzado y tontorrón, toda la película tiene un desarrollo muy coherente, bebiendo de esa histórica tradición, literaria y cinematográfica, que analiza la figura del héroe, el arquetipo del mito y su influencia en la realidad.

La película arranca con un niño que se despierta, por la noche, asustado. Enciende la lámpara y coge un librito que reposa encima de su mesa. Una novela del Oeste sobre un pistolero mítico. Y, sobre la marcha, el caos. Unos villanos entran a galope tendido en el rancho y queman el establo, sin que el padre del chaval -un ajustado Christian Bale- haga nada por evitarlo.


Al día siguiente, el chaval tendrá ocasión de contemplar otra actuación, mucho más excitante, protagonizada por un tipo carismático, un pistolero rápido como el demonio, letal, que parece rodeado por un aura en lugar de por la tristeza que apesadumbra a su padre, un labriego con un inequívoco sombrero de campesino que jamás podría hacer frente a alguien como el personaje interpretado por Crowe.

A partir de ahí se entreteje una muy bien contada historia de amor/odio y atracción/repulsión entre dos modelos paternos tan diferentes como complementarios que, como decíamos, solo flojea al final.

Entre medias, por supuesto, asaltos a diligencias, duelos, tugurios, chicas fáciles, whiskey, charlas nocturnas en torno a un fuego, venganzas, maldades y asesinatos. El western, o sea.

Después están los secundarios, con Peter Fonda a la cabeza. Muy bien trazados. La acción, muy bien resuelta. La fotografía, excelentemente conseguida. Un ritmo tranquilo en el devenir de la historia. Pausado. Introspectivo.

Un estupendo western del siglo XXI que bucea en las raíces y la esencia del género, cuestionando algunos de sus postulados históricos. Por supuesto, no vamos a pensar que, a raíz de “El tren de las 3.10 a Yuma” asistiremos a un revival del género, pero sí que nos animaremos a ver la segunda parte de “Deadwood” y, posiblemente, aprovechemos la coyuntura para ver películas como “Centauros del desierto” o “El hombre que mató a Liverty Valance”, temáticamente más emparejadas con este Yuma que la propia “Solo ante el peligro” con la que tanto se la compara.

Valoración: 7

Lo mejor: la modernidad del planteamiento sobre la figura del héroe, a través de una narración de corte clásico.

Lo peor: el tiroteo final. Por lo que significa, mayormente.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

TROPAS DE ELITE

Para quiénes además de ver cine nos gusta hablar sobre cine, desde un punto de vista formal y, también, temático o de fondo, una película como “Tropa de elite” es todo un regalo, un festival para los cinco sentidos del cinéfilo militante.

“Tropa de elite” es una película brasileña de pura cepa, aunque venga con el marchamo de los celebérrimos hermanos Weinstein que permiten a Quentin Tarantino rodar todas aquellas idas de olla que se le ocurran.

Brasileña. ¡Uf! Favelas, pobreza, miseria, violencia… ¿estaremos ante una de esas películitas bienintencionadas, de realismo social, supuestamente destinadas a cambiar el mundo y a mejorar al ser humano? ¿Una de esas películas que, cuando terminan, dejan en el espectador la sensación de haber estado “luchando” por una sociedad más justa?

No. Ni mucho menos. “Tropa de elite”, al finalizar, lo que deja en el espectador es la sensación de haber sido aplastado por una apisonadora. Porque se trata de una película demoledora, brutal y sin concesiones. Espléndida. Contundente. Tremenda. En todos los sentidos. Y así lo reconocieron buena parte de los críticos que la disfrutaron en el pasado Festival de Berlín, con comparaciones automáticas con aquella otra maravilla titulada “Ciudad de Dios”.

Y tienen que ver. Claro que tienen que ver. Temática y estilísticamente, ambas películas podrían ser primas hermanas, o, quizá, el reverso de la misma moneda. En la película de Meirelles, el protagonismo sería para la gente de dentro de la favela. En “Tropa de elite”, para la gente que, desde fuera, tiene que combatir contra la violencia y la corrupción que imperan a su alrededor y que, de hecho, permiten que sigan existiendo.

Y precisamente por ello, sin coartada artística de ningún tipo, sin aspirar a la utopía, sin contar ninguna historia de superación personal, “Tropa de elite” se convierte en el reverso tenebroso de aquella “Ciudad de Dios” que ya resultaba oscura, violenta y tremendamente desesperanzada.

Tenemos a varios personajes principales. Primero, el narrador. Un poli que pertenece a esas tropas de elite que, cuando el Papa Juan Pablo II visita Río de Janeiro y se empeña en alojarse cerca de las favelas, para estar con los marginales y pobres de mundo, tienen que velar por su seguridad. Y ello supone entrar en las Villa Miseria de Brasil. Y entrar allí, con uniforme, es hacerlo a sangre y fuego. Sin contemplaciones. Sin miedo. Sin piedad. Sin remordimientos. A saco.

Porque, “Tropa de elite” habla de las favelas, pero, sobre todo, habla de hombres. Como los aspirantes, seres humanos reducidos a su versión más extrema: para sobrevivir en un entorno hostil, te tienes que convertir en una bestia. En un cabronazo. En un hijo de mala madre sin entrañas, renunciando a cualquier atisbo de humanidad.


Y ése es el proceso que, en toda su crudeza, nos cuenta José Padilha: se coge a la persona, se la vacía por dentro, sacándole el corazón y las vísceras y se sustituyen por plomo y acero fundido. Se vuelve a coser la carcasa y listo para servir. Frío. Muy frío. Como la venganza. La venganza contra un sistema corrupto, hipócrita y cínico. Contra los bienpensantes. Contra los solidarios de boquilla. Contra los comprometidos de fin de fin de semana.

Porque “Tropa de elite” es una espléndida película que, sobre todo, irritará a los amigos del buenrollismo liofilizado del siglo XXI. A los filósofos de salón. A los poseedores de verdades absolutas y fórmulas magistrales.

Una película que, ojalá, haya sido y sea vista por más gente y podamos comentar. Ahora o cuando salga en DVD.

Valoración: 8

Lo mejor: Que es como si te tiraran un puñado de tierra en unos ojos bien abiertos. Y la música. Sensacional.

Lo peor: Que la primera mitad del “Full Metal Jacket” de Stanley Kubrick es insuperable.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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