¡A ESCRIBIR!

Dos inmejorables “excusas” para lanzarse a los teclados a escribir narraciones hiperbreves.

Semana Negra, por una parte, ha puesto en marcha una edición 2.0 a través de Internet que nos permite estar permanentemente vinculados al más populoso y visitado Festival Multicultural de Europa, desde cualquier parte del mundo.

Y, ente sus iniciativas, tenemos la confección de un Relato Encadenado que comenzó Paco Ignacio Taibo II con un sugerente párrafo y que, después, ha sido continuado por un buen puñado de amigos.

Sólo hay que registrarse… y escribir. ¡Se nos espera en Semana Negra 2.0 y, por supuesto, en Semana Negra 2009!

Y la Asociación Cultural Novelpol ha puesto en marcha un singular concurso literario: escribir relatos de género negro y criminal en, exactamente, 200 palabras. No valen ni 199 ni 201.

Yo hubiera preferido 300, por aquello de las Termópilas, Frank Miller y tal. Pero 200 también me valen.

Dos iniciativas para animarnos a escribir ficción. Algo que, personalmente, me está haciendo más falta que el comer.

¿Quién se anima?

Jesús Lens.

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FELL

Hace unas cuantas noches me desperté mucho antes del amanecer, inquieto, desasosegado y con un poso de angustia en la garganta. Me desperté de golpe, de repente, sacudido por una mano onírica que me zarandeaba sin compasión. Y, sin abrir los ojos, en la oscuridad de mi habitación, sentí una ominosa presencia, mirándome.

Se trataba de una monja. O de alguien disfrazado de monja, aunque los hábitos más parecían un burka que otra cosa. Con el añadido de que las cuencas de sus ojos estaban vacías y, por tanto, su mirada resultaba gélida, inquietante, heladora.

Aún atrapado en la duermevela y en las tinieblas de la noche, en un inesperado acto reflejo, eché la mano al lateral del cuello, intentando encontrar la cicatriz de una herida que, por supuesto, no tenía.

Y es que, justo antes de apagar la luz esa noche, había estando leyendo las dos primeras historias de un tebeo: el “Fell. Ciudad salvaje” de Warren Ellis y Ben Templesmith. Y, por alguna extraña conexión neuronal, sus brutales argumentos y su expresivo dibujo debieron quedarse bien grabados, a sangre y fuego, en mi inconsciente, soñando toda la noche con sus personajes desmadrados y, sobre todo, con el tétrico y lúgubre ambiente de las calles de Snowtown, el reverso tenebroso de ciudades oscuras de por sí, como Gotham City o Sin City.


Mi nuevo hogar. Creo que es posible que un montón de gente se haya suicidado aquí.” Así comienza la primera historia de “Fell”. Y no son palabras gratuitas. A quiénes nos hemos educado sentimentalmente en el realismo sucio de Carver y en el realismo alcohólico de los Barflys de Bukowski, ese tipo de arranques nos ponen, increíblemente, de lo más cachondos.

Y a quiénes nos gusta el género negro y criminal de la escuela más Hard Boiled, el sadismo y la maldad que presiden esta narración, sólo pueden ser combatidos por un detective como Richard Fell. Duro, expeditivo y sin contemplaciones. Solitario. Tan salvaje como esa ciudad apocalíptica que agoniza sin que nadie haga algo por revitalizarla.

Muertos que a nadie importan, anónimos cadáveres flotantes, mujeres embarazadas a las que les arrancan el feto del vientre, visionarios sin escrúpulos, asesinos en serie, en masa y en grupo… lo peor de lo peor se concita en las calles de una Snowtown que ya es, para mí, uno de esos territorios míticos que los lectores incorporamos alborozadamente a una imaginaria guía de viajes por paisajes teóricamente imposibles e inexistentes.

Y luego está Maiko, la dueña de “Los idiotas”, el bar en que Fell encontrará refugio cuando se cansa de sus correrías nocturnas. Maiko es un achica de origen oriental cuya relación con el detective comienza de una forma tan agresiva como confusa: tatuando en su cuello, a través de un hierro al rojo vivo, el símbolo protector de los habitantes de la ciudad: Una S tachada por una X.

Pero, después, la imagen de Maiko llorosa y cariacontecida, que tiene el siguiente diálogo con Fell, es de las que no se olvidan, de las que hacen que te enamores de ella:

– ¿Rich? ¿Tienes un momento? Tan sólo quiero hablar ¿vale?
– Hola Maiko. ¿No llevarás encima más hierros de marcar caseros, verdad?
– Oh, joder. Lo siento mucho. ¿Cómo está tu cuello?
– Curándose.
– ¿Te ha quedado marca?
– Y tanto.
– Oh, mierda. Lo siento. Mezclar pastillas y alcohol, ya sabes. No tenía mala intención.
– Bueno… ya estoy protegido ¿verdad?
– Mierda. Lo siento. Yo sólo quería…
– ¿Salvarme?
– … Pedirte que no me evites.
– Me pasaré más tarde a tomar algo. ¿Vale?
– ¿Prometido?
– Puedes jurarlo.

Y Rich, efectivamente, se pasa. Y es el comienzo de una hermosa amistad entre personas que se necesitan, se buscan y se encuentran.

Me encanta el laconismo de un diálogo en que, sin apenas decirse nada, se dice todo. Como el origen del nombre del bar de Maiko. “Los idiotas”:

– Sabes, nunca me has dicho por que este sitio se llama así.
– Papá lo ganó en una apuesta en Camboya. Papá decía que el tipo fue un idiota por apostárselo y él por aceptar la apuesta. Idiotas.

Me he enamorado, pues, de Maiko. Y de Fell. Y de Snowtown. Y de las comadrejas que viven en ella. Y espero que Norma Editorial siga editando muchos volúmenes con las historias de Ellis y Templesmith. Un lujo. Un privilegio.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

QUERIDO JORGE:

¿Hubiera sido posible, hace unos años, que siquiera nos hubiéramos planteado a qué película ir esta tarde?

Personalmente, creo que ni la crisis financiera ni la amenaza de recesión económica mundial son tan sintomáticas de lo mal que va el mundo como el hecho de que hoy se haya estrenado una película protagonizada a la limón por Al Pacino y Robert de Niro y ni tú ni yo hayamos estado en las puertas del cine, a las cuatro de la tarde, golpeando las puertas para ser los primeros en entrar.

Llamativo. Esta mañana hablábamos lo mismo de ver la película sobre el Che que la de Woody Allen. Porque, la verdad, ¿esperamos algo de esa “Asesinato justo” que reúne a nuestros antaño idolatrados ídolos?

Yo no. Y cuando leo la reseña de Javier Ocaña en El País, se me quitan las pocas ganas que pudiera tener de ir a verla. Hablando del tándem protagonista, el crítico dice lo siguiente: “Asesinato justo, rutinario thriller policial de poso ultraderechista es la última demostración de su pérdida de rumbo… de modo que entre los tics de De Niro y el vozarrón de Pacino se llega extenuado hasta un rocambolesco desenlace con un truco de guión aún más barriobajero que las consideraciones éticas de la película.”

Manda huevos, ¿eh?

Podríamos haber barajado la posibilidad de ir a ver “Un tiro en la cabeza”, de Rosales, aunque después saliéramos del cine despotricando contra los intelectuales pijos. Pero vivimos en Granada y esas pelis no se estrenan en la Capital Cultural del Mundo Mundial.

Para comedias románticas del tipo Allen no tengo mucho cuerpo, la verdad. Y, bueno… que el resto de la cartelera está un tanto anoréxica, una vez disfrutada la delirante “Tropic thunder”.

Así que, amigo Jorge, aunque hoy han estrenado una película de De Niro y Pacino, lo mejor será ver a Benicio del Toro encarnando al Che, ¿no te parece?

¡O tempora, o mores!

Menos mal que el periódico sí trae una noticia cuando menos esperanzadora, cinematográficamente hablando. “Scorsese y De Niro: renace el idilio”. Parece que los dos perlas van a juntarse de nuevo, para filmar la historia de Jimmy Hoffa, un sindicalista-mafioso que ya fue interpretado por Jack Nicholson, en una película dirigida por el gran Danny de Vito, y que pasó sin pena ni gloria por las pantallas.


¿Podemos esperar algo bueno de este reencuentro? Para mí, Scorsese sigue siendo grande. El tema, promete y el material de partida (De Niro interpretaría al supuesto asesino de Hoffa) parece estimulante: un libro titulado “He oído que pintas casas”, que haría referencia a esos asesinatos por encargo que tiñen de sangre los lugares en que los sicarios matan a sus víctimas.

En fin, que nos vemos dentro de un rato, chato, para ver al Che de Soderbergh, ¿vale?

Pasa buena tarde.

Jesús Lens.

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RADICAL ROSALES

Dejamos la columna de IDEAL de hoy viernes…
Hoy se estrena en toda España la última y polémica película de Jaime Rosales, “Un tiro en la cabeza”, brutal título para un ejercicio cinematográfico que promete ser altamente controvertido y que, esperemos, provocará un virulento debate social que abarcará no sólo lo artístico sino también lo político y lo social.

Es posible que “Un tiro en la cabeza” no se estrene en los cines granadinos, pero parece que su director ha llegado a un acuerdo con los productores para distribuirla, también, a través de Internet, de forma que todos podamos tener acceso a la misma. El reciente debut de la película en el Festival de San Sebastián ya provocó extremas reacciones encontradas. Hubo críticos que se quedaron fascinados por la radicalidad formal de la propuesta de Rosales, a través de una filmación casi naturalista y a enorme distancia del lugar donde acontece la acción y, por tanto, sin diálogos audibles de los personajes. Otros, sin embargo, han renegado y pataleado públicamente contra lo que no sería sino un bodrio pretencioso e indigerible.

Rosales saltó a la fama el pasado año, cuando su película “La soledad” fue la gran triunfadora de los premios Goya (y escribimos sobre ello, en IDEAL, una columna llamada «La soledad. El Goya invisible»), para desconcierto de un buen número de espectadores que no habían tenido la oportunidad de verla, dado lo limitado de su distribución. Y, desde luego, es una película que, siendo difícil, se te incrusta bien dentro.


No hay nada más difícil para un creador que conseguir que sus obras provoquen sensaciones perdurables en el espectador. “La soledad” las provoca. Y a raudales, sin efectos especiales, únicamente a través de las interpretaciones y de la narración bifocal que hace Rosales, en un alarde técnico que le da excelentes resultados.


Además, en sus entrevistas y artículos, el director mantiene un discurso incendiario sobre el papel que el arte debe cumplir en la sociedad. Con motivo del estreno de “Un tiro en la cabeza”, que cuenta el siniestro atentado de Capbretón en el que dos guardias civiles fueron asesinados por dos sicarios de ETA, Rosales llega a decir que su película servirá para acercar posturas en la resolución del conflicto vasco. Ahí es nada.


Con independencia de que, una vez vista, la película me guste mucho, poco o nada; la polémica generada a su alrededor y los revolucionarios conceptos fílmicos planteados por su director me parecen de lo más sano y estimulante. Ojalá que este estreno genere, efectivamente, debate y discusión y el cine, como concepto, vuelva a centrar las conversaciones de la gente, más allá de Óscar, premios o recaudaciones de taquilla.

Si hablar es una de mis pasiones, hablar de cine raya en lo compulsivo, casi, casi en lo patológico. Y sólo por eso, cineastas como Rosales y Erice, Von Trier y Kiarostami, que no sólo dirigen películas, sino que tejen todo un discurso teórico y discursivo sobre el cine, me parecen esenciales, aunque reniegue de buena parte de su filmografía.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

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